Consumo y recuperación en la economía tísica, por Stefan Balabanoff
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Pedro y su esposa, pensionados, viven en Cariaco con dos hijos mayores; uno de los hijos no tiene trabajo, el otro araña aquí y allá para llevar algo a su expareja e hijos. Martín, Médico Cirujano en Caracas, con sueldo de apenas Bs. 48, guarda un mango para el almuerzo. Freddy, comerciante independiente de café, se vio forzado a dejar su negocio y vende la casita de su mamá para hacerse de algún dinero. Maestros, profesores universitarios y militares empobrecidos dependen del apoyo de sus hijos en el exterior. Ante la enfermedad, la población no cuenta con los ingresos de su trabajo para pagar su cura; todos los días surge un nuevo GoFundMe. Hay historias peores.
Si no mejora el consumo, no habrá crecimiento económico ni bienestar significativos en Venezuela.
Cuando la población no compra los empresarios no tienen incentivos para esforzarse en invertir ni producir, por lo que tampoco habrá empleos. En Venezuela, las oportunidades de empleo son una fracción de lo que fueron hace 23 años e incluso en 2012. Mucha gente no puede trabajar o si lo hace gana muy poco dinero para comprar lo necesario comparado hace 23 años y depende de los ahorros –que no duran mucho, de las deudas –que hay que pagar y de la beneficencia del gobierno.
Demasiados reciben graciosos bonos utilizados como instrumento de dominación social –hambre y necesidades que nunca son satisfechas. Así se vive en el país, donde la economía ha sido destrozada y está en mucho paralizada. Por esto, por incapacidad y diseño, no hay suficientes inversiones, ni empleos, ni buena paga… ni consumo. Todo lo cual representa un sombrío círculo vicioso.
En 1998 el salario mínimo integral (Smi) fue de $337/mes (Dólares trescientos treinta y siete); o sea Bolívares Digitales, Bs. 1567 – Bolívares soberanos 1567 millones, a valor de noviembre de 2021, con los cuales podría hoy comprar víveres a su gusto escogidos en los mercados, ir a Margarita con la familia y gozar de una feliz navidad.
Hoy un pensionado recibe Bs7 y un trabajador un Smi de Bs10/mes, es decir, 0.006 del sueldo en 1998, lo cual no alcanza a comprar un ‘cartón’ de huevos (30 huevos) –más alguna limosna bolivariana. Usted verá si le queda energía comiendo menos de un huevo al día –más la limosna; menos aún ahorrar -consumo diferido. Además, saque la cuenta de lo que representaban en 1998 tres y cuatro aguinaldos y utilidades -al (SM) $186, sin bono alimentario, Bs.2594 millones, contra las de 2021 – a Bs. 7 el golpe, solo Bs. 21.
Este triste preámbulo – algo largo, pero muy recortado – tiene enorme sentido. Las estimaciones sugiriendo que la economía crecerá 1% o 5% en 2021 -dicen que también en 2022, requiere aclarar que es un engaño cuando pretende crear el sentimiento de que al fin las cosas cambiarán porque ya se creará más bienestar general. ¡Es alegría de economía tísica!
Esa argumentación sobre la realidad es notoriamente incompleta y engañosa. Se estima que desde 2013 la actividad económica cayó en una profunda depresión de aprox. 77%. Luego, un bajo crecimiento de 5%, favoreciendo mayormente a un muy pequeño grupo elitista dominante, no agrega mucho más que 1% a lo perdido desde 2013, y los venezolanos continuarán con su miseria.
Así las cosas, dado que el dinero en el gobierno no es suficiente obliga al banco central a darle dinero ‘digital’, creado electrónicamente, para comprar productos que la gente produce con su trabajo, pagar deficientes servicios públicos, salarios y pensiones. Es decir, el exceso de gasto fiscal, déficit de presupuesto, se financia con dinero -inorgánico- cocinado en el banco central y a la gente le queda el aumento en los precios, es decir, la inflación. Por esto se le llama “impuesto inflacionario”; los bits y bytes que hacen dinero fiat compiten con el sudor del suyo.
Hoy, los venezolanos viven en pobreza y miseria (94%+) – a un nivel tan bajo que nunca imaginaron posible– que arrancó con el socialismo depredador desde el año 1999. El sistema político económico diseñado hostigó a los empresarios, expropió empresas, realizó compras de productos importados para sustituir los productos nacionales y otras acciones, mientras hizo a la población dependiente del Estado.
Gran parte de la población cuenta con un salario mínimo (SM) por debajo de $2 y el promedio nacional de ingresos se estima en aproximadamente $50, aunque nadie sabe a ciencia cierta. La inflación pulveriza la capacidad de compra del bolívar, en sus inútiles nuevas caretas, y la tasa de cambio frente al dólar que sigue cayendo como un plomo. El escaso ingreso apenas da para comprar alimentos, la gente no puede ahorrar; menos acumular.
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La población vive una nefasta montaña rusa sin fin -como una pesadilla de la cual no se puede despertar: depresión del poder de compra por inflación y apreciación del dólar seguido de aumentos del salario cuando su equivalencia es menor a $1; nuevo incremento a $2 aprox., seguido de depresión, nuevo incremento y depresión… y así sigue el alucinante ciclo de miseria perpetua. La burla es incesante; la orca asesina jugando con la foca que no puede escapar. Encima de ello se aplica un IVA de 16%, regresivo impuesto explotador que afecta más a los más pobres.
La pobreza es creciente. Sin alimentos, asistencia médica o esperanza de elevar su nivel de vida, los pobres cuentan sólo con su miseria en hambre, enfermedades y muerte en vida, recordando el bienestar de 1998 hasta que mueran de verdad. Ni siquiera cuentan con las ventajas de los bienes y servicios públicos, escuelas, hospitales y otros servicios, que hace 23 años representaban mucho mejor distribución del ingreso para la población.
Las inversiones rondan el 20% de lo que fue en 1998, lo cual es muy bajo para generar un cambio suficiente en la creación de empleos y sueldos. La propensión nacional al consumo ronda el 90% del PIB, insuficiente para financiar el progreso y no hay un diseño de políticas e instituciones orientados a incrementar la producción y el bienestar general. !Pura labia!
La demanda motiva la oferta. Un débil nivel de consumo personal y familiar apenas cubre parte del gasto autónomo, porque no proviene de suficientes o ningún ingreso propio sino de los ahorros, deudas y dádivas externas, frena las inversiones porque los productos no encuentran suficientes clientes, reduciendo el provecho de crear empleos y establece un techo bajo al crecimiento económico; por tanto, a la prosperidad.
La oferta favorece a la demanda y al crecimiento cuando existe un relativo equilibrio de mercado entre los costos de inversión y remuneraciones que mejoran el consumo y el nivel de vida de la población. Este contexto es importante entre los incentivos a las inversiones y la creación de empleos, pues la masa crítica de producción, es decir, el mínimo necesario para justificar los costos de inversión, se atiene a la demanda de mercado existente y genera empleos remunerados acordes con el mercado.
Esta realidad confirma que una economía de micro empresas, gallineros verticales, ruta de la empanada y siembras urbanas en los balcones, como los cebollines en botellas y otras fracasadas propuestas en Venezuela, representan la clase de estupideces económicas que conducen a la pobreza extrema. Un incivil engaño a la población esperanzada.
Se concluye, entonces, que en Venezuela no hay empleos suficientes, peores salarios y poco ahorro. Para colmo, los mejores recursos humanos han sido expulsados por las políticas detractoras del gobierno, quedando parte de la población en una lucha eterna por su sobrevivencia, y otra parte dependiente de las dádivas.
La recuperación económica requiere el incremento de la demanda de mercado; más aún un aumento del consumo de calidad. Esto, además de otros factores que condicionan la atracción de las inversiones; pero son pocos en Venezuela quienes gozan de esta capacidad.
Una mutación en la visión y orientación de la actitud del Estado respecto a la actividad económica y la sociedad cambiará este drama, de modo que el consumo interno y el bienestar de una robusta clase media con ambiciones realizables sea nuevamente la base del progreso. La reforma económica y social debe ser completa para reponer y mejorar lo que había hace 23 años. Venezuela tiene condiciones para lograrlo, pero solo atraerá buenos inversionistas un gobierno que sea respetado internacional y localmente, con un sistema jurídico y leyes coherentes que aseguren la resolución justa de conflictos y el respeto a la propiedad privada. Si esto no ocurre, la pobreza de los venezolanos no cesará.
Stefan Balabanoff es Economista, Abogado y Profesor EEI/Faces/ UCV
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