Contra el chantaje, por Teodoro Petkoff
A propósito de nuestro editorial “Qué fácil es ser ultra”, algunos de los aludidos han respondido planteando un debate sobre la libertad de expresión. Hay en esto un error de enfoque —a menos que se trate de una deliberada toma del rábano por las hojas. El tema planteado por nosotros no es el de si en este país existe o no libertad de expresión. Esa no es la discusión.
El punto que hemos suscitado atañe a si los sectores que adversan al régimen deben o no utilizar los espacios existentes en el país para la acción y movilización legal, desde los de los medios hasta los electorales, aun con todas las dificultades que hay para ello.
A propósito de esto, se ha sostenido que participar en las elecciones regionales sería una forma de “colaboracionismo” con el régimen porque ello conduciría a obviar el RR y que, además, sería una manera de “legitimar” al gobierno porque le permitiría exhibirse como “democrático”. Si se aplicara este mismo razonamiento sofístico a quienes lo esgrimen, bien podría decirse que no habría nada que legitime más al régimen que los propios medios de comunicación del país, puesto que estos le permiten mostrarse como democrático, dada su “tolerancia” formal frente a ellos. Pero este razonamiento sería tan erróneo como el de sostener que legitima al régimen quien opta por una gobernación. A pesar de “los 800 ataques físicos a periodistas e instalaciones”, a pesar de “las constantes intimidaciones y presiones morales contra editores”, así como “las legislativas, tributarias, la confiscación del espacio radioeléctrico y otras” (lo entrecomillado corresponde al editorial de El Universal de hoy), a pesar de todo esto, repetimos, quienes estamos en los medios continuamos librando nuestra lucha, cada quien desde su óptica, pero con la convicción absoluta de que no “legitimamos” al régimen sino que lo desnudamos continuamente, exponiendo todas sus miserias y flaquezas (aunque, fuerza es reconocerlo también, no siempre ateniéndonos a los criterios del fair play).
De igual manera, aun a sabiendas del ventajismo del régimen, de su mayoría en el CNE y en la Sala Constitucional, a pesar de la utilización abusiva que hace y hará de los recursos del Estado, de la violencia que ejerce y seguramente ejercerá, sería una equivocación renunciar a librar el combate en los escenarios electorales regionales y locales. Exactamente por las mismas razones que el editorialista de El Universal no renuncia a escribir, a pesar de todas las limitaciones que el régimen crea para el ejercicio de la libertad de expresión, un partido político de oposición no puede eludir el reto electoral, aun a pesar de los obstáculos que el régimen opondrá.
Entre el RR y las elecciones regionales no existe contradicción. Son dos vertientes de una misma lucha, articuladas entre sí, aunque el acento que se coloque sobre cada una de ellas depende de las circunstancias políticas concretas.
La oposición no puede ceder al chantaje del ultraísmo. Si lo hace y asume el desafío electoral de modo vergonzante y acomplejado, está perdida. A este hay que ir sin complejos de ninguna clase, batiéndose a fondo, porque se trata de confrontar con el régimen, de denunciarlo, de movilizar a la población en la calle y, sobre todo, de exponer alternativas programáticas. ¿Que habrá trampas? Las mismas que habría en el RR, ¿o es que los tramposos no son los mismos en uno y otro caso? La lucha política es un proceso de acumulación de fuerzas, un ejercicio de paciencia y tenacidad, y aun si la batalla se pierde nadie le quitaría lo bailado a quienes la libren.
Como nadie le quita lo bailado a quienes, contra todo riesgo, mantienen viva la llama de la libertad de expresión. Lo otro es creer que la esterilidad del ultraísmo (de derecha o de izquierda) sirve para algo distinto al placer solitario de sus sacerdotes.