Contra ideología, racionalidad, por Bernardino Herrera León

La racionalidad se sostiene sobre dos pilares. Uno, el sentido común, entendido como el acto de pensar lógicamente para evaluar la relación entre las ideas y los hechos, entre la teoría y la realidad, entre lo que se dice y lo que se hace.
El otro pilar de la racionalidad es la moral, una condición sustancial de los humanos, desde remotos tiempos. La supervivencia humana dependió de criar hijos.
Los bebés humanos necesitan al menos quince años de cuidados. No es suficiente el instinto para cumplir con tanto tiempo de dedicación, esfuerzo y sacrificio. Proteger la descendencia es un acto de amor puro, que fue fuente origen de la moral.
El amor humano por sus crías, evoluciona a la familia, al grupo, a la tribu, a la nación, hasta la condición humana misma, hasta alcanzar la magna idea de la convivencia social, que es un acto de racionalidad pura. Si nos reconocemos y nos respetamos mutuamente, podremos llegar a acuerdos. Convivir sin matarnos, agredirnos o discriminarnos.
La convivencia y las normas fueron los primeros pasos de la civilización, abriéndose paso entre la barbarie. Sus grandes momentos históricos serían las declaraciones de Independencia de los Estados Unidos de América, en 1776, la de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, en la Francia de 1789, y la de los Derechos Humanos, en 1948. Son las pruebas contundentes de que la civilización se ha impuesto sobre la barbarie que se resiste obstinadamente.
La barbarie, por su parte, se sostiene sobre dos bases. Uno, el oportunismo trasgresor de las normas o sencillamente, el comportamiento delictivo. Y dos, la ideología, que definimos como ideas inamovibles, incuestionables, dogmáticas.
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Para sustentarse, las ideologías promueven un constante clima de odios y conflictos. La eterna lucha entre buenos y malos, entre ellos y los demás. No se conforman con su condición de sectas cerradas en sí mismas, que viven en permanente tensión con el resto de la sociedad. Sus fanáticos están convencidos de poseer una verdad revelada y esotérica, que sólo ellos conocen y pueden conocer.
El problema de las ideologías es cuando capturan el poder. Se convierten de inmediato, casi sin excepciones, en organizaciones criminales. Es el caso de los regímenes socialistas y/o comunistas.
A un año en el poder, Lenin creó su niña mimada, la siniestra y sanguinaria “Comisión Especial”, apodada la Cheka, que cometió innumerables atrocidades contra disidentes y sospechosos de serlo. Algunas de sus ejecuciones sumariales fueron celebrados como espectáculos públicos, aplicando horribles torturas a sus víctimas antes de asesinarlas. En la China de Mao imitaron este cruel y desquiciado “estilo” durante la “Revolución Cultural”. Cuando la ideología no funcionaba como mecanismo de sometimiento, el terror represivo resultó la más efectiva herramienta del control político (*).
La Cheka de Lenin fue convertida en franquicia. Escalofriantemente aplicada por todas las versiones socialistas. Incluyendo los nazis, sus ángeles caídos. Pero, además de las FARC y ELN de Colombia, Sendero Luminoso, de Perú y otros ejemplos, destaca la espantosa imitación que llevó a cabo el régimen de Fidel Castro.
Comenzó con una ola brutal de fusilamientos, a cargo del ícono Ernesto “Che” Guevara. Pasó a los campos de concentración, convirtiendo en esclavos a disidentes y homosexuales. Luego, usó manicomios como centros de reclusión de disidentes que protestaban pacíficamente. Declaraba enfermos mentales a los “contrarrevolucionarios”. Castro fue más allá en su carrera genocida. Calificó de “gusanos” a los disidentes, degradando la condición humana al de un insecto que se podía y se debía exterminar. Ni Hitler llevó su odio racista a tales extremos.
Fue ese desagradable calificativo, “gusano”, el que produjo un quiebre durante mi experiencia juvenil como militante de izquierda marxista. Tendría yo 17 años. ¿Cómo era posible que un proyecto humanista se atribuya la autoridad para segregar a otros seres humanos? Me preguntaba.
Esos y otros ruidos sembraron mi desconfianza en la ideología. Aquellos compañeros de ruta de la izquierda, terminaron por convencerme. Detrás de la fachada de revolucionarios, se escondían muchos jóvenes con terribles trastornos de resentimiento y odio. Allí conocí a malos hijos, pésimos hermanos, falsos amigos, severos padres. Era un mundo de complejos, prejuicios y clichés, que sustituía toda forma de razonamiento y preceptos morales. Inútiles mis intentos de argumentar. Es imposible razonar con categorías ideológicas. Se negaron a procesar otra idea que no provenga del catecismo comunista y sus panfletos propagandísticos.
Di gracias por no vivir en la época de Lenin, Mao o Pol Pot. Entonces, quemaban banderas y libros, pero no a disidentes. De momento. Años después, llegados al poder de la mano del perturbado felón Hugo Chávez, aquellos mediocres lectores de solapas y de repetitivas consignas, se convirtieron en cómplices, por acción u omisión, del catastrófico régimen autoritario y de terror que hoy desgobierna Venezuela.
El cuento de hadas del danés Hans Christian Andersen, “El traje nuevo del emperador” sirve de metáfora perfecta para describir la confrontación entre ideología y racionalidad.
Su mensaje de advertencia “No tiene que ser verdad lo que todo el mundo piensa que es verdad” ofrece una hendija para escapar del asfixiante totalitarismo de las ideologías. En algún momento alguien dentro de la secta tendrá que gritar “¡Pero si va desnudo!”. Dios lo cuide.
(*) Fuente: Fernando Díaz Villanueva. La historia criminal del comunismo. Bacha, 2013.