Contrastes, por Aglaya Kinzbruner
Twitter: @kinzbruner
El 19 de agosto de 2023 la enfermera neonatal Lucy Letby que trabajaba en el hospital Countess of Chester, en Chester, Reino Unido, fue encontrada culpable de matar siete bebés e intentar matar a otros seis. Sus métodos asesinos incluían inyección de aire en las venas, inyección de insulina y alimentación obligada. La condena fue cadena perpetua sin posibilidad alguna de acortar la sentencia. Fue un juicio muy largo y la historia detrás de este juicio es realmente extraordinaria.
Los primeros asesinatos ocurrieron entre el 2015 y el 2016. Quien dio la voz de alarma fue un pediatra, el Dr. Ravi Jayaram, consultor del hospital e indudablemente nuestro héroe sin capa, quien una noche en una de sus rondas vio a la enfermera mirando un bebé en una incubadora fijamente sin moverse. Él echó un vistazo y vio que el consumo de oxigeno indicado era muy inferior al normal. Cualquier otra enfermera en estas condiciones hubiera dado aviso. Además el respirador del bebé había sido removido manualmente. Esta imagen todavía persigue al Dr. Ravi y lo despierta de noche en forma de pesadilla recurrente. Dice que si le hubiesen hecho caso desde el comienzo algunos de estos muchachitos estuvieran yendo al colegio ahora.
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De nada sirvió que denunciara a la enfermera a las autoridades del hospital. Estas reaccionaron con violencia y lo amenazaron con denunciarlo al Concejo Médico Regional y además lo obligaron a escribir una carta en la que le pedía disculpas a la enfermera. Lo acusaron de haber rebasado una línea de conducta de forma inaceptable. Con el tiempo otro pediatra se unió a él con sus acusaciones, EL Dr. Stephen Breary. Visto que la presión iba en aumento, por fin en el 2018, la plana mayor del hospital consintió en avisar a la policía.
No hubo ningún parecido entre la reacción de las autoridades hospitalarias y la policía. Después de hablar con los pediatras solamente diez minutos, el jefe de la policía, enseguida entendió como se batía el cobre en ese hospital y visitaron la casa de la enfermera donde encontraron amplias pruebas de sus fechorías. Había un papel, por cierto, que decía en forma muy escueta, Yo soy mala. Mala no, era perversa. Era capaz de hacerle a las madres que lloraban desesperadas una cajita con la última ropita del bebé y entregarla con una sonrisa, lacito incluido.
Se pidió una evaluación de la enfermera a unos psiquiatras forenses y en vez de dar un diagnóstico médico, se ahorraron un tiempo y dijeron, es una persona terriblemente mala. Sin necesidad de estudiar una carrera tan larga, cualquier hijo de vecina hubiera dicho lo mismo.
Aquí a continuación la carta que los dos médicos pediatras fueron obligados a escribirle a Lucy: Querida Lucy, quisiéramos pedir perdón por cualquier comentario inapropiado hecho durante este período tan difícil. Sentimos mucho el estrés y el disgusto que experimentaste el año pasado. Por favor ten por seguro que la seguridad de los pacientes ha sido siempre nuestra prioridad absoluta.
Contrastamos esta historia con el larguísimo reportaje que se hizo el 31 del mismo mes, recordando a Lady Di. No hay ninguna duda que fue un personaje mucho más auténtico y bondadoso que su acartonada familia.
Pero hay un punto de vista que no podemos dejar pasar. Los hijos de príncipes y princesas lucen increíbles con su maravillosa ropa y bonitas sonrisas. Obviamente son niños que han recibidos los mejores cuidados. Los hijos de Kate Middleton, por ejemplo, tienen tremenda niñera española con extenso curriculum vitae.
Y, pensamos, ¿cómo se sentirá una madre inglesa del montón que a la hora de parir debe ir a un hospital del Seguro Social (NHS, National Health Service) sabiendo que para sus autoridades importa más el qué dirán, su pensión, su comodidad, que la salud de sus pacientes?
Mientras dure el Efecto Lucy.
Aglaya Kinzbruner es narradora y cronista venezolana.
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