Contrastes, por Aglaya Kinzbruner
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Solía decir Hannah Arendt: “Nunca en mi vida he amado a ningún pueblo, ni colectivo, ni al pueblo alemán, ni al francés, ni al norteamericano, ni a la clase obrera, ni a nadie semejante. En efecto, sólo amo a mis amigos y el único amor que conozco y en el que creo es el amor a las personas”.
¡Qué diferente fue Juana de Arco (1412 – 1431)! Una simple campesina, cuyas únicas armas eran sus “visiones”. Lideró, vestida con ropa masculina y llevando un estandarte (¡nunca mató a nadie!) a una milicia de cinco mil hombres, derrotó a los ingleses y levantó el cerco de Orleans.
Esto permitió la coronación de Carlos VII de Francia. Podemos decir sin miedo a que nos contradigan que fue una de las primeras mujeres con un concepto romántico de patria y amor a su pueblo y estaba dispuesta a dar la vida por ello. Los soldados franceses la adoraron y pensaban, al combatir al enemigo, que Dios morando en su persona, estaba con ellos. Lo contrario pensaban los soldados ingleses. Muchos creyeron y hasta aseguraron que el diablo era su gran aliado para derrotar con tanta facilidad ¡al glorioso ejército británico!
Quizás algunos historiadores aseveren que la primera mujer que luchó por su pueblo fue Boudica o Boedicea en su guerrear contra los romanos cuando invadieron a Inglaterra más de mil años antes del nacimiento de la Pucelle. Pero realmente las dos historias no resisten una comparación. Boudica sencillamente defendía la que sentía como su tierra, su dominio, de un invasor extranjero. Al perder las batallas, una tras otra, desapareció.
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A pesar de haber sido tildada de hereje, de bruja y tantas cosas más, Juana de Arco no dominaba el difícil arte de desaparecer y fue quemada viva en Ruán, según las civilizadas costumbres de aquella época. Nada que ver con nuestro presente en que uno puede condenar a una persona por un delito semántico (¿?), desaparecer luego y reaparecer un largo después con varios continentes de distancia.
Sin embargo el mal y sus consiguientes leyes kármicas, están detrás de la destrucción de muchas civilizaciones. Ni bárbaros, ni guerras, ni corrupción: la teoría de los mosquitos que acabaron con el Imperio Romano.
La hipótesis que la malaria fue una de las causas del final de la antigua Roma ha sido defendida por muchos historiadores a lo largo de los siglos XX y XXI. Según los señores Plowman y Deardan, autores de un libro bien documentado al respecto, sostienen que la decadencia de Grecia se debió a los mosquitos que ayudaron también a la caída del Imperio Romano. Los mosquitos y, por ende, la malaria.
Vale la pena recordar que la que pica es la hembra del mosquito, siendo el mosquito macho nada más que noticia vieja, old news, ¡puro caliche!
Aglaya Kinzbruner es narradora y cronista venezolana.
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