Cosas de husos horarios, por Marcial Fonseca
Cuando el muchacho, que para los padres era el toñeco; para los hermanos, el mayor y para los amigos, el compañero de conversación interesante, se marchó a estudiar a la capital, esto los afectó a todos. Para esa época, la facilidad de comunicación podía llamarse primitiva, era mediante cartas porque Duaca todavía no disfrutaba del servicio telefónico.
A fines de los sesenta, un gobierno socialcristiano instaló la primera central telefónica con su correspondiente planta externa para quinientos abonados; pero la demanda de servicio era muy superior y la familia del muchacho no tuvo la suerte de conseguir una línea telefónica. Pero él tuvo una idea brillante. En una carta a sus padres les pidió que le consiguieran el teléfono del vecino que sí había conseguido; y desde Caracas lo llamó y le pidió autorización para llamar a sus padres, por supuesto, en una fecha y hora acordadas tres semanas antes; esto le dio tiempo para enviarle una carta a sus progenitores e informarles del acuerdo.
Y llegó la primera comunicación. Puntualmente el padre y la madre llegaron a la casa a esperar la llamada. El padre, muy ufano y tímido se volcó en agradecimientos para con el vecino.
Y así sucedió varias veces, generalmente con una frecuencia de una llamada cada tres semanas y la costumbre siguió aun después que se marchó para Inglaterra como becario.
Una vez, el hogar duaqueño del muchacho fue visitado por un primo de la madre, él trabajaba en Cantv y estaba supervisando la ampliación de una central para la Perla del Norte, que es decir Duaca. Mientras hablaban, se dio cuenta de que su prima no tenía conexión telefónica y sin muchos aspavientos le pidió a uno de los técnicos que andaban con él que se subiera al poste de la esquina y que tendiera un par de cable telefónico a la vivienda, luego fue a la sede de la central, regresó a la casa y le dio a la prima el número asignado.
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Los padres no llamaron inmediatamente al hijo porque no sabían cómo hacer una llamada internacional. En la siguiente conexión Inglaterra-Duaca, le dijeron al vástago que habría una sorpresa, él pensó que le iban a enviar una caja con café, catalinas, pan de tunja, acemita tocuyana y diablitos.
En un severo invierno albiónico, alrededor de la 12 am repicó el teléfono en Birmingham, el muchacho bajó a la planta baja.
–Aló –contestó él con la voz y los brazos temblorosos por el frio.
–Hola, hijo –saludó el padre–, esta es la sorpresa, tenemos teléfono; y aquí estoy yo y todos los demás en fila para hablar con usted.
–Ben… ben… dición, pa… pá –el frío lo hacía tartamudear.
–Hijo, ¿qué le pasa?
–Papá, estaba durmiendo…
El padre lo interrumpió:
–Hijo, no se me vaya meter a flojo, eso sí que no…
Marcial Fonseca es ingeniero y escritor
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