Covid-19 y el equinoccio de primavera, por Gioconda Cunto de San Blas
Como los presos en las cárceles que para no perder la noción del tiempo van marcando en las paredes el paso de los días, así nosotros, encerrados en nuestras casas, aterrados ante un enemigo invisible, vamos contando las horas sin fin. Las historias de ciencia ficción se han convertido en realidad. Una partícula ultramicroscópica nos ha puesto de rodillas, ante la perspectiva de muertes masivas. Parece que fue hace siglos cuando discutíamos de política, de arte, de eventos culturales y científicos.
«Paren el mundo, que me quiero bajar» fue frase sesentosa, acuñada por aquella juventud hippie de la época para significar su rebelión ante el estado de cosas. Pues bien, el mundo se ha parado, los jóvenes de ayer somos los abuelos de hoy, pero ni nosotros ni los jóvenes del momento queremos bajarnos, queremos seguir aquí. Todo era desplante vano.
Para los venezolanos las angustias se multiplican. Para muchos, la vida se convierte en el infierno de no saber adónde o a quién recurrir para el sustento diario, cerradas las fuentes de trabajo. Para otros, el ocio será motivo de agobio. Para todos, la fragilidad de un sistema precario de salud.
Es también una oportunidad para la reflexión. Las calles vacías y el silencio de la vecindad nos invitan a escuchar nuestro yo interior, al que habíamos descuidado, abrumados por las premuras y azares de la vida diaria, preocupados en sobrevivir al régimen. Ahora nos toca, además, sobrevivir a un virus, como lo hicieron nuestros antepasados medievales.
*Lea también: Lecciones de Corea del Sur para controlar el Covid-19, por Marino J. González R.
Entre tanto, no hay excusa; tiempo es lo que sobra para mirar hacia adentro, para revisar lo vivido y plantearnos el futuro, para reencontrarnos afectivamente con parientes y amigos a través de abrazos virtuales, una oportunidad para leer aquel libro o escribir aquella carta, para estrechar lazos, recomponer relaciones, mirarnos y amarnos a través de la luz que entra por las grietas, al decir de Leonard Cohen.
No nos queremos bajar. Todo lo contrario, queremos que la normalidad vuelva, que la agitación se reinicie, que el ruido vuelva a ensordecernos. Queremos que la ciencia planetaria nos dé en días los medicamentos y vacunas hoy inexistentes, que ameritan meses o años de Investigaciones arduas para su disponibilidad. Dineros negados una y otra vez para investigación, hoy están a la orden en la carrera por salvarnos del virus.
Decisiones que en épocas normales toman meses o años de interminables discusiones, son resueltas en días, si se refieren a la pandemia. Todo lo demás ha sido pospuesto.
La tecnología también se ha puesto a la orden, haciendo que países enteros formen parte de experimentos sociales en gran escala. Con tecnologías de punta, China y Corea del Sur exploran por telefonía celular los movimientos de cada contagiado a efecto de encontrar sus contactos, seguir el rastro de quienes deberían estar confinados, aplicar reconocimiento de rostros y seguirles la pista.
Dicen los surcoreanos que el sistema está diseñado para llevar un monitoreo limitado al Covid-19, porque a diferencia de los chinos, ellos sí viven en un país democrático. Pero la angustia crece: ¿de verdad los gobiernos, democráticos o no, resistirán en lo sucesivo la tentación de usar esas tecnologías para mantener vigilados y amenazados a sus pueblos? No puede uno menos que recordar a Huxley (El mundo feliz) u Orwell (1984) y se nos hiela la sangre ante la perspectiva cercana de hacer realidad las distopías de esos autores.
Ya Camus nos advertía que cuando la peste cubre todo, no hay destinos individuales sino una historia colectiva que debe superar la separación y el exilio impuestos por las circunstancias.
Esta es la primera vez que la humanidad como un todo vive una pandemia en tiempo real. Lo que ocurre en Milán, Nueva York o Melbourne es cotejado al momento con lo que sucede entre nosotros. Quienes tenemos familia en el exterior nos preocupamos por ellos y ellos por nosotros, con miedo a la misma peste, aquí y allá.
El norte ha entrado en primavera, el equinoccio ha marcado el tránsito, luego de un invierno de penumbras enfermizas. En el trópico apenas vemos esos ritmos. Pero algo nos iguala: la pandemia que nos ha paralizado y que continúa hacia el verano.
«…Todos fueron puestos en cuarentena obligatoria, el miedo se volvió real y los días eran todos iguales. Pero la primavera no lo sabía y los rosales volvieron a florecer…».
No sólo los rosales de Irene Vella (https://www.ilsipontino.net/era-l11-marzo-del-2020-le-strade-erano-vuote-i-negozi-chiusi-la-gente-non-usciva-piu-ma-la-primavera-non-sapeva-nulla/); también mis aves del paraíso están floreciendo. Hoy tengo tiempo para regarlas; ellas me retribuyen con sus colores y animan mi espíritu, en preparación para tiempos mejores.
TUITEANDO
La Asociación de Investigadores del IVIC se pronunció sobre una supuesta cura del Covid-19 con brebaje de «científico» venezolano.
(https://twitter.com/daVinci1412/status/1242426747431329792?s=08)