Covri, Guyana como tema para una política exterior responsable, Eloy Torres Román
La geopolítica estudia la causa espacial de un hecho político y sus efectos colaterales. Ella, se nutre de la historia, la ciencia política, economía, geografía descriptiva y la geografía política, entre otras disciplinas. Rudolf Kjellén, Alfred T.Mahan y Mackinder son nombres a considerar, fundamentalmente el último, quien introdujo dos elementos claves, para la geopolítica y su proyección epistemológica: la talasocracia y la telucracia. Ambos conceptos están en el tema guyanés y deben ser utilizados, como referentes, para que Venezuela redimensione una nueva política exterior.
El pasado 20 de septiembre, el Consejo venezolano de Relaciones internacionales (Covri) en alianza con la Asamblea Nacional y el diario El Nacional realizó un foro para analizar la controversia. Las exposiciones se concentraron en los desaciertos del gobierno que coloca, peligrosamente, al país, en la posibilidad de vernos arrinconados geoestratégicamente por la realidad internacional y de la cual Guyana es clave.
Las ponencias destacaron los esfuerzos llevados a cabo, por los gobiernos, desde 1899 hasta 1999, a fin de alcanzar una solución favorable al despojo que sufrió el país a finales del siglo XIX. Entre éstos, destaca el Acuerdo de Ginebra de 1966, el cual determinó para Venezuela que los derechos territoriales sobre el Esequibo, son imprescriptibles. Fue la filosofía de la política exterior civilista y democrática durante 40 años, 1958-1998
El país actuó soberanamente y reclamó sus derechos. Pero, a pesar de ello, no podemos eludir que la política exterior venezolana, pecó de “idealismo político” al creer en la bona fide de los actores internacionales. Venezuela, en sus relaciones exteriores, particularmente con los vecinos caribeños, entre ellos Guyana, jamás tomó en consideración los elementos claves de la geopolítica: la talasocracia y la telucracia. Hoy, es peor; y, tras casi veinte años de dominio ideológico y al servicio de intereses extraños a nuestra cosmovisión, ontológicamente hablando, Venezuela se ve perdida y no sabe qué es lo que quiere ni para dónde va.
Guyana es consciente, como Gran Bretaña, que no ha existido otro gobierno, tan permisivo, tolerante, indiferente y poco responsable, como el actual y que por cuestiones, repetimos, de absurda ideologización de la política exterior, ha desfigurado nuestra reclamación y ha fortalecido a Guyana al indicar que el reclamo territorial ha sido una política de “gobiernos al servicio del imperio” que buscaban derrocar al gobierno socialista de Guyana. La acción exterior de Venezuela, desde 1999 ha dado muestras de no defender el interés nacional al no enfrentar, con firmeza, la pretensión guyanesa de extender su plataforma continental, en perjuicio de la proyección de la masa continental venezolana y de su reclamo territorial. Nos vemos perdiendo territorio y mar al mismo tiempo.
Para Guyana, era implícito que Venezuela, en aras de esa ideologización, permitiría las labores de exploración mientras el país discutía las delimitaciones marítimas con Guyana. Esta consideración encierra, en sí misma, una afirmación y una tragedia. La postura de este gobierno, desvirtuó el proceso de negociación, para no decir que implicó una cesión unilateral en lo referente a la reclamación.
Hasta el año 2000, las relaciones entre Venezuela y Guyana eran normales dentro de la reivindicación territorial, hasta que Guyana firmó con la empresa Beal Aerospace Tecchnologies, un acuerdo que le permitiría a ésta, la instalación de una plataforma para el lanzamiento de satélites. Venezuela entonces lo rechazó. Sin embargo después del 2002 todo cambió y como antecedente del olvido, la inercia, el desconocimiento frente al reclamo territorial venezolano, se inició, por parte del Gobierno, un consentimiento, al aceptar los proyectos de infraestructura vial regional de Suramérica, sin hacer las respectivas reservas a partir de nuestra reclamación sobre el Esequibo.
Hay que repetirlo al gobierno guyanés, al mundo y al gobierno actual de Venezuela: Venezuela fue víctima de la ambición británica, al invadir la región, progresivamente, con la intención de arrebatarle a nuestro país el delta del río Orinoco, los yacimientos de oro y diamantes que empezaban a descubrirse, al igual que el poderío maderero existente en la zona. Entre 1830 y 1890, Venezuela buscó acordar con los británicos (quienes poseían la colonia de Guayana Británica) una frontera definitiva y estable en la región. Venezuela, poseía, pruebas, documentos y actos, realizados, en primera instancia, por España y luego por Venezuela como sucesora, para discutir la cuestión a partir del río Esequibo.
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Inglaterra se apoyó en el “Uti Possidetis Facti”. La fuerza, mientras Venezuela lo hizo en el “Uti Possidetis Iure. El derecho. Durante mucho tiempo, las diferencias de criterio fueron evidentes, más la avidez británica por los recursos naturales ubicados en la zona, llevó a Londres a adulterar y ocultar mapas (por ejemplo las líneas fronterizas de Schomburgk) además, con su arrogancia imperial, impidió una solución negociada entre ambos países. En 1895, Venezuela solicitó ayuda a EEUU, apoyada en la Doctrina Monroe (“América para los americanos”) por lo que su presidente, Grover Cleveland decidió intervenir. Éste, ponderó, como una amenaza para los propios E.E.U.U. la presencia inglesa en el continente.
Londres se vio presionado a dirimir el conflicto en un juicio, pues, en caso de negarse, conocería la guerra con los EEUU. El 2 de febrero de 1897 se firmó el Tratado Arbitral de Washington el cual se llevaría a Arbitraje (tribunal de varios árbitros o jueces nombrado por las partes en conflicto donde se somete un asunto a juicio) el problema fronterizo. Londres rechazó que Venezuela fuere representada directamente, sino que ésta, debía ser, por intermedio de los EE.UU. Para los ingleses, los venezolanos éramos “indios bananeros con olor a trópico y hombres de color, semibárbaros con quienes no podían sentarse en la misma mesa a negociar”.
El tribunal, conformado por dos británicos, dos estadounidenses representando a Venezuela y el presidente del mismo, un jurista ruso, Federico de Martens, quien lejos de ser un juez imparcial, fue favorable a Gran Bretaña; era amigo personal de la reina Victoria y era docente en universidades británicas; escribió un libro titulado “Rusia e Inglaterra en Asia Central”; en el cual llegó a afirmar que ambos Estados “están predestinados por la providencia para dominar a los países bárbaros” y Venezuela sin duda, era uno de ellos. Estos árbitros se reunieron en Francia en 1899 y el 3 de octubre de ese año, emitieron su decisión, conocida jurídica e historiográficamente como el Laudo Arbitral de París.
Para 1899 se alzó Cipriano Castro, con su Revolución Liberal Restauradora y derrocó a Ignacio Andrade. Un año caótico; no había gobierno en Venezuela al momento de dictarse la sentencia en París. Los británicos aprovecharon esa debilidad para reforzar sus criterios y obtener mayor cantidad de territorio. Venezuela afectada por las secuelas de la guerra Federal; evidentemente no tenía capacidad política, económica, social, ni militar para oponerse al Laudo, aunque si protestó varias veces ésta decisión por considerarla injusta y arbitraria. Durante 50 años, Venezuela se vio imposibilitada de mostrar la ilegalidad del Laudo pero, en 1949, fue publicado el memorándum de Severo Mallet Prevost, documento que reveló toda la componenda entre el presidente del tribunal y los jueces de Gran Bretaña, a espaldas del Derecho Internacional. Mallet Prevost fue uno de los abogados norteamericano que defendió a Venezuela, y ordenó publicarlo después de su muerte.
Con la publicación de éste se retomó con ímpetu el estudio de lo ocurrido en 1899 y en general del litigio por el territorio en cuestión; por lo el canciller Marcos Falcón Briceño, en 1962 hizo una exposición en la ONU, para anular el Laudo Arbitral de París, alegando vicios de forma y de fondo para justificar un despojo al país. Por tanto Venezuela consideró nulo, írrito e ilegal dicho Laudo. Esto indujo a Londres a aceptar conversaciones para “reparar” el daño cometido a nuestro país, y firmó en 1966 el Acuerdo de Ginebra (aún vigente), en el que se establece una serie de pasos para encontrar una solución práctica al contencioso, esta vez con Guyana, como Estado heredero de la colonia británica.
Venezuela debe asumir seriamente el tema del Esequibo. No podemos permitir burlas. Se trata del país y no de un chafarote mesiánico ni de ningún supuesto obrero.
Debemos comprender que es nuestro territorio y que aparte de serlo, es rico en recursos naturales estratégicos: hidrocarburos, agua, minerales y biodiversidad; luego, es nuestra salida al Atlántico
Esto viene a cuento, pues si se observa en detalle el mapa, se verá a Venezuela rodeada por un arco semilunar estratégico de factores que nos son adversos. Ello, nos coloca ante una situación muy peligrosa. Estamos encerrados por ese citado arco semilunar. Por otro lado está Colombia, cuyas naturales ambiciones no se detendrían ante la debilidad manifiesta del país; e igualmente Brasil, cuyo músculo amazónico le daría fuerza para ampliar su cobertura sobre el Caribe. Los elementos telúricos y talasocráticos están presentes en la política exterior de ese país. No es casual que Brasil, incluso en los tiempos del gobierno del “hermano Lula”, construyera una autopista que une a ese gigantesco país con las costas caribeñas guyanesas. Toda esa autopista atraviesa el territorio que Venezuela reclama como suyo en la controversia con Guyana.
Ningún actor internacional, consciente de su realidad y que se respete, puede permitir verse encerrado. El ejemplo ruso con el tema de Crimea es significativo. Recurrimos a una expresión que usare el ex presidente Clinton durante su primera campaña electoral, quien gustaba mostrar en cara de sus adversarios, el verdadero tema para los EEUU con una expresión: ¡es la economía, estúpido, es la economía! Bueno, hoy debemos decirle a los que conducen la política exterior bolivariana: ¡es la geopolítica, estúpido, es la geopolítica!
El Esequibo es un asunto vital para Venezuela. Por lo que hay que reiterar: estamos ante un hecho político y no jurídico. La controversia se resuelve políticamente. Los del gobierno que discuten el tema deben comprender que se trata de dos aspectos fundamentales: una cosa es la cuestión procesal relativa al Laudo de Paris de 1899 y otra, es la cuestión sustantiva de índole territorial, por demás de naturaleza política y geopolítica. Con respecto a la primera cuestión, Venezuela afirma, como siempre lo ha hecho: el Laudo de Paris de 1899 es irrito y nulo. Guyana insiste en su validez. No sería fácil cambiar la opinión de Guyana como Inglaterra. Por lo que debemos enfocarnos en la segunda, es decir, una salida realista, de compromiso, pero para ello debemos tener una política exterior acorde con el interés nacional y no una política exterior idealista, ideologizada, personalizada y enferma de enajenación a otros factores internacionales, como ha ocurrido con este gobierno. Se trata del país y no de ningún individuo en particular.
Las cuestiones, procesal y sustantiva, a pesar de estar ligadas, hay que manejarlas con maña y astucia. Venezuela debe afincarse, política y geopolíticamente, en la salida al Atlántico. Ser consecuente con el postulado talasocrático de la geopolítica. Ello es vitalmente existencial para nosotros. Hay que insistir en el arreglo práctico- político y continuar por la vía jurídico- diplomática de la validez del Laudo, pero, se requiere comprender que un “matrimonio” permanente con este último esquema nos puede conducir a la pérdida definitiva del reclamo. Hay que internalizar: es un asunto político y geopolítico, que no jurídico. Ubiquémonos mentalmente en una situación hipotética y veámonos encerrados en el arco semilunar señalado más arriba. Hay que mostrar músculo para evitar ese encierro geopolítico. El gobierno es responsable, pues su lenidad y enajenación del interés nacional a factores extraños, permitió el “fortalecimiento” de esa debilidad. Es necesario revitalizar nuestra reclamación sobre la base de un nuevo norte geopolítico y geoestratégico. La diplomacia en este siglo XXI requiere de audacia, pero también de valor y conocimiento para comprender las mutaciones políticas y geopolíticas del mundo que ocurren en nuestras narices.
Urge asumir vitalmente nuestra presencia en esa zona, en lo militar, económica, política, cultural pero, agresivamente en lo geopolítico. Venezuela mantiene con ese país un contencioso a resolver, pero debe ser favorable a nosotros. Guyana no lo querrá, pero Venezuela, por la vía de los hechos, lo puede imponer. Se habla de cooperación internacional. Estoy de acuerdo. Pero, ella no debe verse, como un fin en sí mismo, sino como un instrumento más de la política exterior. Hay que abandonar ese principio filosófico, propio del idealismo político, acerca de la “hermandad en las relaciones internacionales”. No se trata de confrontar; sino mostrar, en términos geopolíticos, la fuerza y vitalidad de nuestro país en el mundo y particularmente en la región y concretamente con estos vecinos caribeños. Repito a Clinton en su expresión ya dicha anteriormente: Es la geopolítica, estúpido, la geopolítica. La historia, ni nuestros hijos nos perdonarán el no haber instrumentado una política exterior responsable.
Eloy Torres Román es analista internacional y miembro del Consejo venezolano de relaciones internacionales (Covri)