Crónica no tan negra, por Omar Pineda
Twitter: @omapin
Llevo varios minutos dando vueltas en Poble Nou en busca de una dirección y entro al pequeño comercio de la esquina. Pregunto dónde queda la calle Sant Pau, cuando me sorprende la escena de cuatro personas, más el señor que los atiende, en estado de shock, lo que por instantes me recuerda una obsesión de niño que consistía en poseer el don de paralizar el mundo por un minuto, pongamos por caso, lo que me daba ocasión para besar a las chicas bonitas, cambiar las carteras de quienes que van por la acera y evitar que un matero le cayera en la cabeza a un transeúnte. Ya sé que no es original y que el tema ha sido machacado por el cine, pero es la impresión que recibo hasta que al voltear hacia a un lado observo que dos jóvenes, con cascos de motorizados puestos, están apuntando con sendas pistolas y me ordenan que me junte a la fila.
Una voz nasal, como engripada, emerge de dentro del casco y no puede eludir el tono caraqueño. Ordena: «¡Tú también… ponte ahí!». Claro que me asusté porque un atraco es un atraco aquí, en Viena, en Lyon o en Singapur, pero como la nacionalidad es un estado del espíritu que llevamos adherido a la piel, le contesto: «¡Nojoda, chamo! ¿Me vas a robar aquí?», sin bajar las manos ni moverme del lugar asignado a las víctimas de un asalto.
El de la voz gangosa pregunta: «¿De qué parte eres tú?». Tardo en reaccionar hasta que le suelto: «De Maracay, mi pana». Mientras, los presentes asisten inmovilizados a nuestra conversación y con los ojos abiertos debido a la curiosidad que despierta el absurdo diálogo. Entonces, el otro le ordena al de la voz pesada y gangosa: «Deja caer esta vaina, Joel.. ¡arranca». Se voltean hacia el grupo, pero a quien miran es a mí y el tipo se queja: «Coño, marico, ¿por qué no fuiste a comprar a otro sitio?» Guardo silencio porque observo que además de molestia hay frustración. Repiten que sigamos quietos y que no hagamos movimiento alguno porque nos disparan.
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Se dan la vuelta, montan en la moto y desaparecen. La gente no sabe si rodearme por sospechoso o felicitarme por aparecer como héroe improvisado.
El encargado del negocio intenta increparme y quiere saber si los conozco. «¿Cómo los voy a conocer si no se sacaron el casco?», respondo molesto. Pero sospechan que hay alguna relación con esos extraños asaltantes, mientras una señora me pregunta qué quiere decir Maracay. Una chica delgada le dice en voz baja: «¿No será una contraseña?» Entonces, un señor mayor y juicioso hace el esfuerzo para explicar lo ocurrido, tras examinarme con paciencia generosa, concluye de que los sujetos provienen de mi país. «Eso es correcto», contesto como si hubiese acertado la última pregunta premiada de un concurso televisivo, y ya calmado el ambiente pregunto: «¿Sabe alguno de ustedes dónde queda la calle Sant Pau?»
Omar Pineda es periodista venezolano. Reside en Barcelona, España