Crónica | “Yo les digo que se vayan, pero también les digo que se queden”

La jornada de vacunación del pasado lunes en la Universidad Bolivariana tuvo como única falla el retraso en la llegada de la vacuna
El mensaje llegó el domingo a las seis de la tarde y me informaba que tenía la cita para ser vacunado el día lunes 21 de junio en la Universidad Bolivariana, en Caracas, pero el mensaje lo vi el lunes después de las ocho y media de la mañana. Tras atender algunos asuntos estaba en el lugar indicado a las 10 y media.
La primera impresión hizo que el optimismo en que el trámite sería resuelto en un tiempo relativamente breve aumentara considerablemente. En la cola no había más de 15 personas, ninguna había sido convocada, por lo que me acerqué al guardia nacional que estaba en la puerta con la esperanza de que me hiciera pasar al interior de la UB de una vez, pero no resultó así.
Al ver hacia la parte interna de la UB observé una buena cantidad de personas, sentadas, bajo unos toldos, e imaginé que ya el proceso de vacunación había comenzado, que no podía ser mucho el tiempo requerido y que, por lo tanto, no iba a esperar demasiado para que llegara mi turno.
La guardia que me atendió me indicó que hiciera la cola que estaba al final de la calle, como escondida, donde se agrupaba otro grupo de personas en lo que parecía una sola fila pero que en realidad eran dos. En la primera parte, los que habían recibido el mensaje que los convocaba a vacunarse. Más atrás, los que sin mensaje se habían acercado hasta la UB con la esperanza de recibir la inmunización.
A los pocos minutos de estar en la cola una compañera de trámite le dio un golpe muy duro a mi optimismo. Anunció que las vacunas no habían llegado, la información se la daba un conocido que estaba dentro de la UB, por lo que era totalmente fidedigna. A los pocos minutos, un guardia nacional se acercó hasta nosotros y confirmó la información y agregó que no había certeza de si llegarían.
*Lea también: Crónica | Sobre la vacuna, covid-19, rusos y chinos en Petare
Este efectivo militar no parecía ser un guardia nacional. Tuvo siempre un trato amable y educado, sin el tono autoritario que caracteriza a la mayoría de los integrantes de ese cuerpo, hizo bromas y fue empático con los presentes.
Al insistirle en si nos quedábamos o nos íbamos, tuvo una respuesta carlosandresista. “Yo les digo que se vayan, pero también les digo que se queden. No hay vacunas, pero pueden llegar. La esperanza es lo último que se pierde”.
Los comentarios de los presentes sobre la falta de las vacunas y el respeto que eso demostraba hacia los ciudadanos comenzaron a hacerse presentes. La mayoría hizo una crítica moderada, en voz baja, sin querer llamar la atención. Eso sí, nadie se movió de su sitio, la esperanza se mantenía.
El guardia tuvo otros acercamientos pero sin traer la noticia esperada. Mi comandante no sabe si viene o no la vacuna, pero no pierdan la fe, era lo que repetía. La sombra que daba el edificio estaba desapareciendo y el sol caraqueño calentaba con fuerza. Cuando el reloj tenía pocos minutos de haber pasado las 12 del mediodía llegó la noticia que todos esperábamos. Había vacunas. El ánimo regresó, la esperanza de salir inmunizados tomó mucha fuerza, pero todavía no se podía cantar victoria.
El guardia volvió a acercarse y confirmó la información, pero recordó que estábamos en Venezuela y cualquier cosa podía pasar. Se le pidió que cambiáramos el lugar de la espera para tener sombra otra vez, solo había que cruzar la calle, pero era una decisión que no dependía de él. La nueva ubicación nos ponía al lado de la puerta de entrada y eso no era del agrado del superior.
Luego de llegar las vacunas también comenzaron algunos movimientos extraños en la entrada de la UB. Realmente no era nada inusual en el país. Algunos vivos con contactos pasaban sin tener que haber hecho la cola. La protesta se hizo presente y el guardia nacional volvió a acercarse y pidió que colaboráramos y así él colaboraba con nosotros y que no reclamáramos, que todos íbamos a pasar.
Como gesto de buena voluntad nos permitió ponernos a la sombra. Todos en orden hicimos el cambio, y otro guardia nacional con el típico tono autoritario dijo que mantuviéramos la disciplina, que a las dos entrábamos a la UB. Faltaban ocho minutos.
A las dos y diez se hicieron presentes tres funcionarios que revisaron los celulares para confirmar que se había recibido el mensaje y nos hicieron pasar a la UB indicándonos que nos sentáramos en el primer toldo. Delante de nosotros dos estudiantes de la Escuela Razetti de la Universidad Central de Venezuela nos recibieron con una sonrisa y también con la información de que para seguir el proceso necesitaban una planilla que no tenían.
Como el optimismo estaba en su mejor momento, pensamos que lo de la planilla sería cuestión de pocos minutos. En el lugar había integrantes de la Policía Nacional y de la municipal de Caracas, milicianos y más guardias nacionales. A uno de ellos, una de las estudiantes le pidió que trajera la planilla, pero no ocurrió.
En el interín las estudiantes de medicina almorzaron un buen plato de pasta pero la planilla seguía sin llegar. Entre los presentes había mucha paciencia, incluso hubo quienes le dijeron a las estudiantes que comieran tranquilas, que podíamos esperar. Al final, la misma joven que le pidió al policía que trajera la planilla la fue a buscar y el proceso de vacunación se reinició. Habían transcurrido 50 minutos. Nos tomaron los datos y pasamos al lugar donde ponían la vacuna, el comedor de la UB.
Allí nos sentamos un grupo de cuatro afortunados quienes escuchamos las indicaciones de quien nos puso la vacuna: no coman cítricos, tampoco pescado, nada de enlatados y eviten los lácteos y no tomen por tres días. Si les duele el brazo, pónganse hielo y no se lo froten. Para el posible malestar recomendó tres analgésicos. Luego vino el pinchazo, todo ello bajo la atenta mirada del difunto Hugo Chávez. Eran las tres y cuarto de la tarde. Casi cinco horas después de haber llegado. Ahora falta la segunda dosis.