Cuando amanezca, por Marco Negrón
Si amanecer significa el final de la peste, por supuesto que amanecerá. No sabemos con precisión cuándo, pero sí que esta fase de la pesadilla tendrá un final. Ese no es el problema: el problema es con qué nos vamos a encontrar cuándo volvamos a las calles. Cuáles amigos o familiares ya no estarán, cuáles pequeños negocios (librerías, cafés, restaurantes, panaderías) que nos alegraban la vida cada vez que los visitábamos habrán tenido que cerrar. Cuáles oficinas y estudios de colegas que vivían de una aproximación casi artesanal al oficio habrán sucumbido.
Nadie sabe cómo va a ser el mundo post covid 19, pero todos coinciden en que será muy distinto al que conocimos hasta hoy y que en ello tendrá una influencia decisiva la globalización. En particular, pareciera haber una certeza compartida: el impacto tremendamente negativo sobre la economía mundial; el FMI pronostica dos años de recesión a escala global, aunque algunos estiman que después habrá un rebote que impulsará nuevos desarrollos.
Para los venezolanos, lamentablemente, el panorama es especialmente oscuro porque, hasta el momento de escribir esta columna, el coronavirus aparece apenas como un añadido, casi un rasguño a la peste que asola a nuestra sociedad después de dos décadas del llamado Socialismo del siglo XXI.
El economista Kenneth Rogoff sospecha que “nos dirigimos a una profunda recesión global, con un calado no visto desde la Gran Depresión” y para los llamados mercados emergentes, donde paradójicamente se incluye a Venezuela, prevé una crisis terrible incluso en el mejor de los casos: con una deuda externa altísima ya antes de la crisis y crecimiento a la baja, no puede descartarse “el colapso de muchas naciones”.
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Nuestro exhausto país, que entre 2013 y diciembre pasado había visto una contracción del 65% de su economía, se encuentra con mucho en las circunstancias más desfavorables para enfrentar el reto, por lo que tiene la primera opción para anotarse entre las naciones colapsadas y muy escasas, si tiene alguna, para beneficiarse de un eventual rebote.
Si le creemos a las cifras oficiales, Venezuela está todavía en una fase inicial y muy moderada de la pandemia, lo cual puede tener dos explicaciones: la primera es que, antes de su estallido, ya llevábamos largo tiempo aislados del resto del mundo (aunque una de las escasas conexiones que se mantenían era, precisamente, con China, el foco donde se originó), y la segunda el temprano establecimiento de la cuarentena.
Pero ahora, cuando esta se ha prorrogado hasta el 13 de mayo, la pregunta es si una economía agotada, sin reservas ni exportaciones, con una población con ingresos de miseria, acosada por los apagones y las crisis del agua y la gasolina y que en su mayoría vive al día está, en condiciones de soportar un segundo mes de parálisis total. O si muchos decidirán jugar a la Ruleta Rusa, arriesgándose al contagio en busca del sustento diario, en vez de esperar resignadamente en sus hogares.
Un país vigoroso, con una población en plenitud de sus facultades, además de tomar acciones contra la pandemia, estaría pensando en el amanecer, en el día después: en qué hacer con sus sistemas de salud y protección de la población, con su economía y sus sistemas de formación y de investigación, con sus ciudadanos más vulnerables y con sus ciudades y servicios, para minimizar el impacto de fenómenos como el que nos agobia, difíciles de prevenir y tal vez inevitables.
El nuestro, exhausto y desconcertado, apenas atina a pensar en cómo llegar hasta el día de mañana.
Donde se pueda, es indispensable romper con ese círculo: la escala universal del fenómeno exige repensar muchas cosas que se daban por adquiridas. Ojalá estas cortas líneas contribuyan a abrir el debate.