Cuando Chávez besó a Marta Colomina
Autor: VÍCTOR AMAYA / @victoramaya
En las calles de Caracas se alzaron vallas con la cara del candidato Hugo Chávez en 1998 promulgando Libertad de Expresión. Eran tiempos pretéritos al militarismo, al «comandante de la nación», al partido único y al socialismo del siglo 21, cuando el abanderado del MVR prometía mayor apertura de medios, respeto a los existentes y limitaciones a la comunicación gubernamental a través de VTV, que bastaba y sobraba, según dijo.
Antes de llamarlos «canalla mediática», Chávez se retrató con ellos. Se convirtió en consentido estrella de los canales de televisión y las redacciones de los periódicos, y hasta encabezó la entrega del Premio Nacional de Periodismo 1999, donde premió a tirios y troyanos, amigos y rivales en función de su labor periodística y no en torno a la adulancia o a la difusión del mensaje del partido.
Ese viernes 25 de junio de 1999, la Casa Bello recibió a los reporteros, los premiados y los que hacían cobertura. Hugo Chávez llegó dos horas tarde. Una vez ubicado en el recinto, se colocó al centro del escenario, con el ministro de Educación Héctor Navarro a su derecha y Levi Benshimol, presidente del Colegio de Periodistas, a su izquierda. También lo acompañaban el entonces ministro de Relaciones Interiores, Ignacio Arcaya, y el de la OCI, Freddy Balzán.
Aunque años después el mandatario fingiera no recordar nombres de nadie -«¿cómo es que se llama él/ella?»-, ese día estrechó sus manos. Frente al Jefe de Estado desfilaron Milagros Socorro, María Isabel Párraga (programa de opinión en radio), Alberto Federico Ravell, Carlos Fernández y Marta Colomina, ambos por sus entrevistas en TV. Ravell recibió el reconocimiento al canal Globovisión (profundidad, amplitud y constante cobertura del hecho noticioso en televisión) y a la profesora Colomina Chávez le estampó un sonoro beso en la mejilla. Una escena para la historia, la que se escribía antes de La Hojilla y cuanto programa para el escarnio público que se inventó luego.
Cuando en el pais aún no había presos por opinar, como ahora, se premió a Elides Rojas por su columna en El Universal; y a Yolanda Ojeda (incluyendo otro beso), quien recibió mención especial del premio nacional de periodismo, por un trabajo sobre las aduanas.
La denuncia oportuna, tan necesaria siempre, era valorada, porque esa investigación de la fuente económica no fue para hablar de las bondades de Bolipuertos. Pero, claro, todo aún era responsabilidad de «la cuarta».
Cuando le tocó hablar, Hugo Chávez dijo que el país requería de la «artillería del pensamiento», una frase que 10 años después se le incrustaría como eslógan al naciente periódico estatal Correo del Orinoco. «Es conveniente que reflexionemos acerca del importantísimo papel que puede jugar un periodismo sano. Me gusta la crítica en tanto sea sana. Si no lo es, la tiro a la basura», apuntó Chávez en aquel acto. «Lo veo en blanco y negro. Estamos en tiempos de apocalipsis en Venezuela. No hay medias tintas. No hay lugar para estar bien con Dios y con el diablo», agregó el mandatario. Es evidente que el discurso iba por un lado y la acción por otro.
El premio a Globovisión se repitió en 2001 cuando el galardón fue para los reporteros, por «la inmediatez y acuciosidad de las coberturas efectuadas a nivel nacional», según reza la placa firmada por Héctor Navarro, entonces Presidente de la Fundación Premio Nacional de Periodismo. Fue el mismo año del primer procedimiento administrativo de Conatel contra el canal.
Se acabó el amor
A partir de 2004 mucho cambió. Los medios independientes fueron quedando fuera de las categorías más importantes, en favor de las aventuras chavistas de comunicación y la creciente plataforma del Estado. Cada año las listas se llenaron de menciones a VTV, Telesur, RNV, VEA, Ciudad CCS y radios controladas por el PSUV, con algunas honrosas excepciones, especialmente con periodistas chavistas en esos medios y trabajos que no fueran políticamente incómodos, como coberturas fotográficas de eventos deportivos o planteamientos de diagramación. Eso, hasta llegar al pináculo que significó la entrega del premio al propio Hugo Chávez, ya fallecido, en 2013 porque «revolucionó» la forma de hacer comunicación. «La historia y la práctica del periodismo sólo puede dividirse en dos momentos, antes y después del comandante Chávez», dijo Milagros Pérez, presidenta del jurado ese año. Y llevaba razón: ese «después» incluye cierre de medios, agresiones físicas a periodistas, clausura de fuentes informativas, mentiras oficiales, falta de transparencia, ocultamiento de cifras, y un largo etcétera.
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