Cuando el nacionalismo no convoca, por Gonzalo González

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El ambiente en Caracas no es, ni de lejos, el mismo de La Habana en los días previos a Bahía de Cochinos en 1961; la ciudad hervía con un furor revolucionario y nacionalista tremendo que se materializaba en la movilización de miles de milicianos y expresaba todo su compromiso y fuerza discursiva en la consigna «Patria o muerte, venceremos». Tampoco el más temperado, pero ampliamente suscrito por la ciudadanía que presencié en Buenos Aires, en 1982, con motivo de la guerra de Las Malvinas y se expresaba en las consignas «Malvinas argentinas» y «El que no salte es un inglés».
A comienzos de septiembre, registré en un artículo titulado «La soledad del régimen» la ausencia de apoyo ciudadano al llamado del gobierno a acudir a los centros de reclutamiento de la milicia para combatir una eventual invasión a Venezuela de tropas estadounidenses. También mencioné la ausencia de actos masivos de repudio contra el despliegue aéreo naval norteamericano frente a las costas del país y al hundimiento de embarcaciones venezolanas en aguas internacionales.
Tampoco en lo que se refiere a la solidaridad internacional, en particular, en América Latina, las manifestaciones de apoyo al gobierno venezolano destacan por su elocuencia y masividad.
La ausencia de apoyo social a los llamados del régimen ha devenido en un dato duro y crítico tanto para el chavismo como para la Fuerza Armada Nacional (FAN) que los interpela dramáticamente sobre su soledad. Ese posicionamiento de la mayoría de la sociedad no ha sufrido variación alguna a pesar de los anuncios del gobierno estadounidense de que pasarán a una llamada fase dos que supone incursiones terrestres y a la autorización a la CIA para operar en el país mediante operaciones encubiertas.
Es evidente entonces, que el discurso nacionalista no le funciona al régimen para cohesionar y liderar al país ni siquiera cuando se está ante la posibilidad real de una agresión armada.
El escalamiento dramático del enfrentamiento entre los gobiernos de Estados Unidos y Venezuela, así como también de la ausencia de respaldo nacional a las convocatorias del régimen es consecuencia del fraude cometido contra la soberanía popular el 28 de julio de 2024 y la violación a los acuerdos suscritos por el gobierno venezolano tanto en Barbados como en Qatar, a finales del 2023. Acuerdos que pautaban la realización de elecciones presidenciales en el segundo semestre del 2024, el acatamiento de los resultados y de garantías para todos los actores políticos.
El régimen venezolano, el responsable de que estemos en esta inédita y terrible situación pre bélica, tiene la posibilidad de desactivar o neutralizar los tambores de la guerra. No se le pide una rendición, pero sí la remisión de los actos ilegales e ilegítimos desencadenantes de la situación descrita.
Eso significa reconocer y acatar la soberanía popular expresada mediante el voto el 28 de julio de 2024 y abrir un proceso de negociación con los representantes legítimos y efectivos de las fuerzas democráticas: Edmundo González presidente electo y María Corina Machado para construir un proceso de transición hacía la vigencia efectiva de la Constitución.
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La concreción de lo arriba propuesto tiene la ventaja de que por un lado le devuelve a los venezolanos la capacidad y posibilidad de resolver soberanamente nuestros asuntos y por el otro congelar en una primera instancia la posibilidad de una confrontación armada –y si las cosas progresan en sentido positivo– conjurar definitivamente la amenaza de una guerra con los Estados Unidos. Eso sería lo congruente con el interés nacional y los anhelos de una sociedad castigada por una interminable crisis sistémica traducida en un retroceso colosal en los índices civilizatorios, emergencia humanitaria compleja y masiva emigración en progreso.
Gonzalo González es politólogo. Fue diputado al Congreso Nacional.
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