Cuando hablamos de libertad, por Ariadna García
Hace poco me cuestionaba la idea de libertad, cuando hablamos de derecho pensamos en lo más elemental y hacemos a un lado lo efímero, lo desechamos como si esas nimiedades no fueran también parte de ese estado del hombre y del ser.
En momentos como los que vivimos ahora donde nuestras libertades se han ido achicando, donde vemos que disentir del gobierno puede convertirte en un «traidor de la patria», entendemos que el derecho a la libertad de expresión y a la información está claramente comprometido, sabemos también que nuestras opciones no son muchas y que nuestro destino es bastante sombrío.
Arriba cito lo más elemental como dije al principio, pero en los últimos años hemos sido los actores de un largometraje que nos ha hecho padecer de distintas maneras los caprichos de la revolución.
Perdimos el derecho a elegir los canales de televisión, perdimos el derecho a viajar, a ahorrar, perdimos toda independencia económica, perdimos el derecho a la movilidad, al calzado, perdimos el derecho a hacer turismo en nuestro propio país porque es impagable, perdimos incluso la calidad de los tomates que antes elegíamos, perdimos el derecho a recrearnos, a ir al cine, perdimos hasta la posibilidad de comprar ropa íntima, perdimos el derecho a elegir el colegio de los hijos, perdimos la noche, la calle, perdimos la libertad de comernos una torta y un café, perdimos eso que nos parece efímero pero que también es parte esencial de nuestra libertad.
La lista de lo que perdimos es tan vasta que no me alcanzaría este artículo, todos sabemos lo que perdimos, aunque me temo que algunos no, por ejemplo los más pequeños, los que recién han nacido, o quienes viven en los sectores más vulnerables, ellos a veces no tienen presente que esa agua que no les sale del grifo es parte de lo que perdieron.
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Hay niños creciendo sin saber que tienen derecho a la electricidad, a la vida, al agua, que tienen todo el derecho a estudiar, a vestirse, a educarse, a soñar, a comer la comida más rica con la que hayan soñado jamás, que tienen también el derecho de una vida digna y sin limitaciones.
Quienes entendemos la libertad debemos mantenerla presente, revivirla, platicarla, imaginarla, tocarla. Somos sus guardianes, sus protectores, tenemos la oportunidad de contarles a esos niños lo que perdieron y lo que algún día tendrán.
El sistema es capaz de hacerte dudar, de reprocharte, cuestionarte, hasta de hacerte sentir culpable por pagar una torta y sentarte en algún lugar a devorarla dichoso, es allí cuando te paras firme te la comes y te dices: esto también es parte de mi libertad.
No dejemos de soñar con esa ansiada libertad, tampoco dejemos de intentar reconstruirla, como decía hace poco un periodista español que estuvo de visita por aquí: «la libertad no se ruega, la libertad se trabaja»