Cuando la democracia duda, el iliberalismo avanza, por Luis Ernesto Aparicio M.

Foto: Revista Perro Negro
La pasada semana pudimos compartir algunas características del iliberalismo y cómo este, actuando bajo la sombra de la decepción y el desmoronamiento de la fe en la democracia como sistema ideal para la convivencia y las mejoras en la calidad de vida, ha ido ganando terreno en distintas partes del mundo. En este contexto, surge la pregunta sobre la relación entre el iliberalismo y el populismo. Si bien no son lo mismo, ambos fenómenos han demostrado ser complementarios y efectivos para la consolidación del poder.
Para comprender mejor esta conexión, es fundamental diferenciar ambos conceptos. En primer término, el iliberalismo se refiere a un modelo de gobierno donde existen elementos democráticos (como elecciones), pero se socavan las instituciones, el Estado de derecho y los derechos fundamentales. Los líderes iliberales suelen debilitar la prensa, atacar la independencia judicial y restringir libertades, justificándolo en nombre de la «voluntad popular» que les cedió el «poder» para hacerlo.
Por otro lado, el populismo, en su esencia, es una estrategia política que enfrenta a un «pueblo puro» contra una «élite corrupta» y se presenta como la única vía legítima para representar la voluntad popular. Es importante destacar que el populismo no es ideológicamente fijo: puede ser de derecha, de izquierda o incluso mezclarse con otros movimientos que dicen representar alternativas diferentes.
La conexión entre ambos radica en que muchos movimientos iliberales utilizan el populismo como una herramienta para ganar y mantener el poder. Ejemplos de ello abundan: Viktor Orbán en Hungría, Recep Tayyip Erdoğan en Turquía, Narendra Modi en India, y en nuestro hemisferio encontramos a Nayib Bukele en El Salvador, Javier Milei en Argentina y el infaltable Nicolás Maduro en Venezuela. Todos han combinado estrategias populistas con prácticas iliberales, debilitando instituciones mientras alegan representar «al pueblo contra el sistema o Estado profundo”.
El populismo, con su retórica simplificadora y su capacidad de conectar emocionalmente con el electorado, ayuda a los líderes iliberales a llegar al poder. Una vez allí, el iliberalismo se encarga de debilitar las instituciones, restringir libertades y moldear el sistema político para dificultar el trabajo de los organismos de control y la alternancia democrática. En países como Venezuela, Turquía y Hungría, los populistas-iliberales han logrado rediseñar el sistema a su favor antes de que las fuerzas democráticas pudieran articular una respuesta efectiva.
Cuando los populistas-iliberales asumen el control del Estado, encuadran el debate en términos de «pueblo vs. élite», obligando a los demócratas a jugar en su terreno y haciéndolos parecer desconectados de la realidad o parte del «sistema» que el populismo ataca. Es decir, generan una especie de parálisis en la oposición democrática que muchas veces no encuentra una estrategia clara para contrarrestarlos.
En varios países, las fuerzas democráticas han optado por estrategias tibias, evitando confrontaciones directas con los iliberales y creyendo que ceder en ciertos puntos evitará la radicalización. Pero esto solo fortalece a los iliberales, quienes ven estas concesiones como signos de debilidad. En casos como Rusia o Nicaragua, la oposición prácticamente ha desaparecido debido a la represión sistemática y la manipulación del sistema político.
Las democracias liberales han tenido dificultades para renovar su oferta política y conectar con las preocupaciones ciudadanas, permitiendo que los populistas-iliberales capitalicen el descontento. A medida que estos líderes populistas-iliberales consolidan su poder, los espacios para la oposición democrática se reducen. Se controlan los medios, se intimida a la disidencia y se deslegitima cualquier crítica como un ataque al «pueblo».
El gran desafío para las fuerzas democráticas radica en comprender esta dinámica y desarrollar estrategias efectivas para contrarrestar la erosión de las instituciones antes de que sea demasiado tarde. De lo contrario, seguirán reaccionando cuando el terreno ya haya sido moldeado en favor del iliberalismo, con pocas herramientas para revertir el daño.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de prensa de la MUD
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo.