Cuando se vive solo, por Marcial Fonseca
Como un personaje de Dostoievski, era tonto y valetudinario; por ello le ocurrió lo que le ocurrió; más por lo primero que por lo segundo, como veremos más adelante.
Él descansaba en su dormitorio; oyó que lo llamaban en susurros:
—¿Estás ahí?, viviente terrestre, ¿estás ahí?”
Por si acaso subió el volumen de los audífonos; y se acercó un poco a la ventana, pensó en contestar, pero supuso que no era con él, así que optó por regresar a su cama y se sentó en ella. Estiró las piernas para aliviar el malestar de las pantorrillas, luego se irguió, caminó hacia la ventana nuevamente. No vio nada anormal. Aun así, se calzó sus pantuflas, encendió la luz, salió de la habitación, pasó por el comedor, la sala, llegó al zaguán y a la acera, se dirigió, por fuera ahora, a la ventana, pero el frío lo hizo regresar, se puso un suéter, una chaqueta, volvió a salir y se encaminó hasta donde iba y se puso a examinar el área. No consiguió ninguna huella de que alguien hubiese estando merodeando. Aguzó el oído, silencio y oscuridad. Pasó un taxi, este aminoró la velocidad para averiguar si estaba ante un potencial cliente, se dio cuenta de que no lo era, por lo que siguió su camino.
Poco a poco se fue calmando; los latidos del corazón ya no los sentía. Pasaron los minutos, pero todavía quería seguir disfrutando el suave frío de la noche. Después de más de un cuarto de hora, decidió caminar en su cuadra, llegaba a la esquina, se giraba y desandaba el camino. Estaba sorprendido por cuán oscura estaba la vía y cuán iluminadas las casas; claramente un lugar de familias con quinceañeros; y a pesar de ser apenas las 8 de la noche, había muy pocos transeúntes.
Sintió un ruido a su derecha, miró, nada; ahora hacia su izquierda, giró la cabeza, y tampoco nada, ni gente ni un animal cualquiera. Se quedó pensativo, pero luego se tranquilizó.
En la esquina sintió que le faltaba la respiración y las piernas las tenía acalambradas. Alguien apareció por la un lado de la calle, este le dijo:
—Fría la noche, ¿no?
—Sí —contesto él—, pero agradable para caminar.
—¿Le molesta que lo acompañe?, no hablaré mucho.
—Claro que no, acompáñeme, y no se preocupe que hablar no hace daño.
Caminaron a una velocidad normal y conversaron solo mediante frases retóricas hasta que el desconocido le preguntó:
—¿No ha visto u oído a un agent… a un tipo raro por ahí?
—Bueno, sí, alguien me habló a través de mi ventana, yo vivo aquí cerquita, y hablaba un poco diferente, diría yo, porque me llamó viviente terrestre; no sé qué se pensaría, ¿que era un marciano?, raro, ¿no?
—Ese es al que ando buscando.
—Cómo que buscando, ¿usted lo conoce?
—Claro, él es el comandante de la nave, pero siempre tiene la manía de mezclarse con los locales, y que para ampliar su repertorio de idiomas; bueno, viviente terrestre… —el otro no oyó las últimas palabras porque había salido huyendo; que era lo que esperaban de él, que abandonara el área, y su casa por supuesto, para así desvalijarla sin muchos problemas.
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Marcial Fonseca es ingeniero y escritor
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