¿Cuándo va a volver Venezuela a ser un país?, por Marta de la Vega
Twitter: @martadelavegav
Esta pregunta, que se han hecho desde hace al menos tres lustros pensadores críticos del chavismo como proyecto de dominación, que juristas y defensores de derechos humanos han buscado responder con acciones que rompan los cabos que mantienen la permanencia, hasta ahora y a primera vista inexplicable, de los gobiernos del difunto barinés en 1999 y, luego, del sucesor Maduro, no puede ser aún contestada.
En Ante el dolor de los demás, Susan Sontag afirmaba: «Recordar es una acción ética, tiene un valor ético. La memoria es, dolorosamente, la única relación que podemos sostener con los muertos». En honor a quienes han sucumbido a las calamidades cada vez más atroces de un Estado paralelo, dominado por una camarilla militar civil que con crueldad ha hundido en el abismo esperanzas, sueños, proyectos, honradez, decencia, dignidad y la vida misma de muchos venezolanos, tenemos el deber de escarbar la verdad.
No podemos dejar de poner a la luz el trágico absurdo de un espacio físico, vital y emocional que ha dejado de ser un país.
Se ha intentado desenmascarar el horror para que cese la pesadilla cotidiana para tantos. Se ha demostrado el carácter delincuencial de quienes detentan el poder y no solo en los gobiernos de Maduro sino desde Chávez, mediante denuncias documentadas de corrupción y uso criminal del poder, de abusos comprobados y violaciones reiteradas de los más elementales derechos, de delitos de lesa humanidad.
Nada parece suficiente pese a la recopilación de evidencias incriminatorias, la identificación con nombres y apellidos de quienes han violentado impunemente la Constitución vigente, el modo cómo han destruido las instituciones, arruinado la economía, quebrados la cohesión, la confianza mutua y el tejido social. Una sociedad cada vez más atomizada, ya herida de injusticias por una deuda social acumulada, produjo la irrupción de un supuesto justiciero, en realidad verdugo de la democracia.
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Quiso imponerse primero por la fuerza y, después, por elecciones que le fueron favorables por el hartazgo de la gente en contra de la corrupción generalizada transformada en mecanismo de participación.
El populismo demagógico, el favoritismo clientelar y el amiguismo utilitario de los líderes políticos extraviaron la visión del bien común a favor de miopes intereses particulares, alianzas acomodaticias y el desprestigio de la política como vocación de servicio, con la pérdida de credibilidad de los partidos hegemónicos tradicionales.
La esperanza de transparencia en la gestión, de dignificación de los sectores más vulnerables vueltos «invisibles» para el Estado y recurrentemente olvidados en las políticas públicas, el saneamiento de la administración gubernamental, la promesa de profundización de la democracia, favorecieron la llegada de un outsider y una opción «revolucionaria» de poder.
Pocos se dieron cuenta de que se trataba del resurgimiento del militarismo que nunca fue superado y se había mantenido latente durante la modernización de Venezuela, lograda bajo una modalidad estatista, dirigista, paternalista y asistencial, que abrió de nuevo el camino al populismo. Ya no de conciliación de élites sino de un caudillo carismático, mesiánico, redentor, movilizador de masas. Surge un neopopulismo autoritario, concentrador del poder, que impone un modelo de organización social basado en la planificación centralizada y la propiedad estatal. Con un agravante, que no fue suficientemente desenmascarado.
El primer y gran aliado, Fidel Castro, aspiraba a apoderarse de la riqueza petrolera e influir en el modelaje de la futura sociedad y del «hombre nuevo» que Chávez soñaba para Venezuela. Inspirado en la revolución cubana que, a partir de 1961, fue convertida en dictadura comunista de corte totalitario e inspiración staliniana, Chávez enlazó los dos países en una sola entidad a favor de su proyecto delirante de una sola «patria grande».
Hay una diferencia decisiva entre la autocracia tropical de Castro y el stalinismo soviético, impulsor del desarrollo industrial. Cuba, como hoy Venezuela, se ha sostenido por los negocios ilícitos vinculados con el narcotráfico, que giran en la órbita del crimen organizado transnacional. Fue así como Venezuela dejó de ser un país. Hoy es, a pedazos, un conjunto de dominios fragmentados. Zonas repartidas en la propia capital entre bandas criminales. Hoy es un eslabón en la cadena de poderosos intereses económicos de apropiación de materias primas estratégicas que en la geopolítica mundial controlan Rusia, Irán y China principalmente.
Venezuela volverá a ser un país cuando sean desalojados los ocupantes indeseados y los aliados internacionales que apoyan la tiranía usurpadora.
Reconstruir país pasa por recuperar territorio, soberanía, gobierno y, en especial, población desperdigada por el mundo. No podemos solos.
Marta De La Vega es Investigadora en las áreas de filosofía política, estética, historia. Profesora en UCAB y USB.
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