Cuarentena para reflexionar y ser irreverentes, por Rafael A. Sanabria M.
Aún no se le ha dado connotación a este episodio histórico que vivimos. Esta historia que se escribe en el día a día merece ser estudiada. Tenemos unos sujetos en reflexión y otros irreverentes respecto a lo que acontece.
En la escena mundial se plantea una pandemia que ha paralizado a los países y más aun al nuestro. Todo está estancado, la economía va en declive y hay países que buscan levantar su cuarentena guardando medidas de prevención, con la intención de volver operativas a las regiones en todos los aspectos.
Mucho más allá de las víctimas del covid-19, los contagiados, los recuperados y los que lograron superar la enfermedad, expresada en estadísticas que alarman y angustia a los ciudadanos, vale la pena preguntarnos: ¿Qué pasará después de la pandemia con la economía mundial? Qué ya había estado por largo rato en receso.
Debemos pensar en eso, dentro del contexto internacional y con mayor preocupación y ocupación dentro del contexto nacional donde antes de estas circunstancias la realidad económica ya vivía la más profunda crisis.
Pareciera que lo que se vive es un juego y muchos conciudadanos en Venezuela lo llevan a chiste. Hay que reflexionar y entender que no estamos en un campo de fútbol o de béisbol, estamos en presencia de una lucha entre poderosos cuyo único interés es el poder, el dominio y los recursos que posee este país, a pesar de prácticas políticas frustradas que los han llevado a imponer sus propios criterios sin medir consecuencias.
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Es hora de reflexión porque muchas cosas han llegado hasta este extremo porque todo lo hemos considerado un juego, una competencia de humorismo. Siempre nos preocupamos pero nunca nos ocupamos. Todo lo dejamos en silencio y el que calla otorga. Como pueblo le hemos otorgado al Estado todos los derechos para hacernos pasivos, conformistas, tontos útiles y pedigüeños.
Pongamos pies en tierra, no creamos en mesías e ídolos, en colores, tarjetas, en frases imperativas y en legados que sólo tienen una esencia propagandística, orientadas al proselitismo.
Cada día que pasa, nuestro contexto nacional sigue en franco deterioro. Hay más hambre en la calle. Hay más pobreza, más violencia, más inseguridad, no hay gasolina, no hay producción, el sistema de salud es precario y lo peor, lo más triste nos hemos convertido en país anomia. Es cuestión de mirar alrededor y observar la fragmentación del pueblo, no sólo en el ámbito político, sino en lo social donde se aprecia una degeneración total, una pérdida gradual de los valores, la sensibilidad, la afectividad, la mancomunidad y la solidaridad.
Leemos el dato de que poseemos las mayores reservas de petróleo del planeta, pero el ciudadano real, para comprar unos poquísimos litros de gasolina debe conseguir dólares porque es así como los trafican las mafias cívico-militares.
En este momento impera la vieja ley del más fuerte, de la trágica viveza criolla, del quítate tú pa’ poneme yo. No innovamos en soluciones pero sí en trampas (y en nuevas carencias). Debemos reflexionar qué dejamos de hacer por y para el crecimiento del país, porque estamos inmersos en un abismo de profunda ignominia.
Ya es hora de la irreverencia. El pueblo no puede seguir callado y hacerse el indiferente cuando delante de sus ojos acontecen hechos que no están dentro de su buen vivir. Si seguimos en silencio seguiremos cubiertos por un manto que nos lleva a la historia como seres anónimos, sin existencia propia.
La memoria nos evocará como hombres sin rostro, destino ni pasado. No solo se es esclavo al ser azotado, sino también al seguir las ideas de los hombres. Ya basta de seguir ideas y a hombres que solo buscan poder.
Hay que reflexionar y no callar. No nos acostumbremos a ser tontos útiles, sino a hacer sentir el poder soberano expresado en nuestra constitución. La irreverencia no es ser traidor, es dejar constancia que esto no marcha bien, aunque las alocuciones oficiales insisten en darle otro matiz. Ya no es posible ocultar nuestra presencia, más allá de la denominación etérea del pueblo o del punto imperceptible del mapa.
Esto requiere esfuerzo y una voluntad superior. Asumir nuestro panorama no es fácil y no está exento de tropiezos. Tenemos que tomar y recuperar el espacio y tiempo perdidos, transmitiendo las verdades que tenemos a mano, las que conocemos, a riesgo que el futuro no las corrija, pues de eso se trata, de afrontar el reto aunque algunos hayan rehuido para acechar en las sombras.