Cuerpos sin cabeza, por Américo Martín
El domingo 20 de mayo confirmó algunos estimados analíticos y, como es natural, desmintió otros. La primera de las especulaciones pendientes fue la incidencia real del factor internacional, que el gobierno desestimaba por conveniencia pero no por consciencia. En verdad nunca se había visto en este Hemisferio tan colosal solidaridad como la que se vierte generosamente sobre Venezuela. Jamás hubo algo semejante si nos detenemos en sus dimensiones universales y en el compromiso y densidad de sus propósitos.
Algunos analistas subestimaron la importancia de la presión solidaria internacional y aun así la redujeron a discutible hipótesis. Sus argumentos eran ciegos pero en cierto modo sostenibles, pues se trataba de un fenómeno inédito. Otras manifestaciones solidarias perdieron impulso llegado el momento de las decisiones.
Pero resulta impresionante lo que estamos presenciando después del duro y justificadamente cuestionado boletín del CNE. Tomemos solo este dato. En el mundo hay 194 países, de los cuales 193 son miembros de la ONU. El único que no forma parte de semejante membresía es el Vaticano. Es fácil entender los motivos ecuménicos que han movido a la Iglesia a permanecer al margen de los habituales debates que tienen lugar en esta organización.
Cabeza, no tenían, ni las pasiones que la pueblan. Nada de afán de perpetuidad o de discusiones deliberadamente inútiles, nada de cubrir de calumnias a quienes osen discrepar, ni la suprema egolatría de los que jamás admitirán algo tan plebeyo como equivocarse
Pues bien, solo nueve de los Estados-miembros de la ONU reconocieron las indefendibles elecciones del 20 M, cuyos fines de perpetuación eran claros. Como he dicho en otra ocasión, Venezuela dejó de ser “un caso” para convertirse en “una causa”. Una causa, subrayemos, universal pues sensibiliza a una sustancial mayoría de países. Por ser universal, el hecho de pasar a un plano “ejecutivo” incide fuertemente en nuestra realidad. La confluencia de las sanciones y la atroz situación económico-social de Venezuela, ha acentuado su agudo asilamiento. La inflación más severa del mundo, el estado comatoso de la economía productiva y el vertiginoso desplome de la industria petrolera ya habían puesto en jaque el modelo reinante. La generalización del default –digámoslo con el BID- contribuye a cortar nuevas posibilidades de capital, oxígeno sin el cual todo estará perdido.
¿Cómo escapar de tan tenebrosa encrucijada? Se barajan fórmulas, inquietantes algunas. El desgaste que invade lógicamente al gobierno e ilógicamente a la oposición condena el manejo de la tragedia a una anomia inquietante. La oposición es un cuerpo grande sin dirección unida ni discernible y el gobierno, ostensiblemente debilitado y cercado, sigue confiado a la represión, hundiéndose en una espiral sin retorno.
¡Si tan solo hicieran uso de la cabeza! Walter Raleigh podría respondernos que esa parte del cuerpo es prescindible. En su navegación del Orinoco en busca de El Dorado, Raleigh encontró seres con ojos en los hombros y boca en el pecho. Cabeza, no tenían, ni las pasiones que la pueblan. Nada de afán de perpetuidad o de discusiones deliberadamente inútiles, nada de cubrir de calumnias a quienes osen discrepar, ni la suprema egolatría de los que jamás admitirán algo tan plebeyo como equivocarse
¿Para qué disponer de cabeza, si no se usa? Raleigh fantaseó sobre hombres sin sesera. Extravagante como era, quizá haber muerto bajo el hacha del verdugo fuera su manera de probarlo.