Cuestión de sentido común, por Marcial Fonseca
Los dos, madre e hijo, habían llegado a la consulta médica quince minutos antes; el doctor los recibió y luego el niño fue pasado a otro salón donde una enfermera especializada le haría una serie de pruebas. Terminadas estas, la madre regresó al consultorio, él se quedó en la antesala, pero desde su posición podía oír la conversación de ella y el doctor.
Este le informaba que su hijo sufría de dislexia especial. Le explicó qué significaba ser disléxico, luego le dio información de cómo lidiar con la dolencia, aunque esa palabra era exagerada porque nada dolía; en estos días un disléxico llevaba una vida completamente normal. Cuando ella le explicó a su esposo, este quiso saber que tenia de especial; ella no supo qué contestarle.
Fue creciendo el muchacho; se hizo hombre de ciertos recursos económicos que le permitieron paliar las dificultades de su afección, de cómo manejarla; de cómo conceptualizar su casa para hacerse la vida más simple, así, en su residencia casi todos los espacios tenían dos o más puertas; si se planteaba por dónde salir, cualquiera sentido que eligiera, derecha o izquierda, existirían.
Se hizo adicto de aquellos juegos que manejaban palabras, como la Palabra Secreta, o Wordle en inglés, que consiste averiguar una palabra escondida y para ello se compara con una palabra dicha por el participante y la respuesta contiene letras verdes, amarillas o negras. La primera, si es la adecuada y está en la misma posición, la segunda, pertenece a la palabra a adivinar pero no está en la posición correcta. Ejemplo sencillo, sea LUEGO la palabra a acertar, sea BERRO la dicha por el participante, este habrá conseguido una letra verde, O, una amarilla, E, y tres letras negras; B, R y R, y así hasta adivinar LUEGO, generalmente en seis intentos, máximo.
Él se imaginó algo más complicado, quizá la dislexia le daba esa ventaja: buscar cinco palabras que se diferenciaran en una vocal que siempre estaría en la mismo posición, ejemplo: CARRO, CERRO, CIRRO, CORRO y CURRO; la verdad es que no se aproximó a ninguna empresa periodística porque no pudo ubicar más ejemplos con la misma característica.
No tuvo más remedio que buscarse otra profesión. Sus gustos por los acertijos, por las novelas de Sherlock Holmes y su fanatismo por Columbo convencieron a su padre de que debía ingresar a la Policía de Investigación Criminal, y así lo hizo.
Y le fue muy bien. Participó en el famoso caso del secuestro de un niño; cuando este fue liberado, previo pago del rescate, reveló que en su sitio de reclusión oía constantemente pases de avionetas. Dedujo que el lugar estaba bajo un corredor aéreo y en la capital había un solo aeropuerto, resolvió el caso.
Una vez le tocó infiltrarse en una banda de delincuentes; estos preparaban un buen golpe contra un Escritorio Jurídico. Ya había logrado descubrir el día, casi la hora, pero nada del modus operandi. Para impresionarlos, les dijo que era el autor del asalto a la joyería más grande de Lara, y al desgaire les explicó que ya Barquisimeto le quedaba pequeña, por eso estaba en la capital.
Se dio cuenta de que el plan era muy atrevido y muy bien detallado; debían ingresar en un edificio, llegar al piso y pasar una noche en uno de los cuarticos del nivel en cuestión y salir de ahí de madrugada, antes de que empezaran la labores de limpieza. Logró que le asignaran esa tarea.
Alrededor de la 5 am, el conserje del piso fue directo al cuartico situado a la izquierda de ascensor, suerte para el delincuente que le habían ordenado que se escondiera en el de la derecha. Rápidamente el primero sintió un pungente olor en el aire, algo no estaba bien. Llegó a la puerta con un pañuelo la nariz, la abrió; un envase de amoniaco se había derramado y ahí estaba un asfixiado; claramente ya muerto.
Le habían dicho a la derecha del ascensor, pero su dislexia era espacial, por lo que tendía a confundir izquierda con derecha.
Marcial Fonseca es ingeniero y escritor
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