Cupo difícil, por Marcial Fonseca
La siguiente historia ocurrió en la Venezuela de los ochenta.
–Señor Pérez –reaccionó la secretaria–, ¿cómo que se regresa hoy?, yo le reservé para pasado mañana.
–Sí, sí, sí; es verdad, pero las cosas no están bien aquí y no creo que me necesiten…
Y en verdad que todo le había salido mal. Estaban previstas dos reuniones con una separación de tres horas entre ellas, en este periodo se iban a decidir los nuevos nombramientos de la Gerencia Funcional de Recursos Estratégicos que luego serían anunciados en la parte dos. Cuando continuó la segunda reunión, recibió el baño de agua fría de que iba a una área operativa más pequeña de lo que tenía en mente y como un superintendente, y no de gerente, que es lo que creía que se merecía.
–Bueno –le dijo a su secretaria–, yo me anoto en la lista de espera…
–Mire, señor Pérez, yo traté de conseguirle puesto en el avión, simplemente el vuelo está cerrado, traté que lo anotaran en la lista de espera, y me dijeron que eso tenía que ser en persona.
–No te preocupes, yo estoy por acá y resuelvo.
–¿No es mejor que le reserve una habitación en el Hilton?
–No es necesario, al llegar al aeropuerto veré qué hago, y gracias.
Al llegar a Maiquetía se dedicó a resolver su situación. Se acercó al área opuesta a los mostradores de la línea aérea que tenía que abordar. Vio el impreso con la lista de los pasajeros confirmados; la revisó y consiguió lo que andaba buscando. Se fue al primer mostrador, único abierto porque faltaba tiempo para el embarque, hizo lo que tenía que hacer y se dedicó a esperar que abrieran el chequeo.
Que sucedió dos horas después; quiso aprovechar que no había muchos pasajeros en cola y chequeó su pasaje recién comprado, facturó su equipaje y abordó la nave. Esta se fue llenando paulatinamente. Quince minutos antes de partir entraron tres guardias nacionales, dos de rangos bajos y el otro, sargento mayor. Se dirigieron a él.
–Ciudadano, hay un problema con el conteo de los pasajeros, ¿me puede decir su nombre, por favor?
–Este, este, este, ¿cómo dice?
–Su nombre, por favor.
– Claro, perdone, Marko Fuentezec –y les pasó la tarjeta de abordaje.
–¿Puede mostrarnos su cédula, ciudadano?, por favor.
–Pero ahí está mi nombre.
–Le agradezco que nos muestre la cédula…
–Mire, mire, está bien, me bajo del avión.
–Su cédula, ciudadano, tenga la bondad.
Cuando vio que los guardias estaban perdiendo el humor; presentó su cédula, y el nombre que aparecía en ella no coincidía con el de la tarjeta de abordaje.
–Les explico –ahora el tono de voz era sumiso–, no aceptaban más reservaciones y me dijeron que me anotara en la lista de espera, que no hice y me fui a la cartelera donde estaba la lista de los pasajeros reservados; y elegí uno y compré un pasaje con ese nombre. Lo hice porque sabía que no habría problemas de cupo, así me dijeron en el mostrador de la línea, el avión partiría con asientos vacíos.
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–El meollo, ciudadano, es que el nombre que usted eligió, es decir el interfecto en este caso; en otras palabras el que está ocasionando todo esto, o en palabras llanas, a quien usted suplantó es miembro de la Casa Militar y no le hizo mucha gracia que le dijeran, cuando se chequeaba, que él ya se había chequeado. Y a pesar de que le aclararon que de todas maneras abordaría porque había asientos de sobra, se molestó y quiso llegar al fondo del asunto, al culpable, pues, a usted. Nos acompaña, por favor.
El pasajero abandonó el avión; lo metieron en un cuartico de Seguridad, ahí lo esperaba el suplantado; este se limitó a gritarle procacidades y luego lo dejó ir.
Marcial Fonseca es ingeniero y escritor
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