Dame real, por Teodoro Petkoff
Mientras el presidente se dedica en cuanta cumbre mundial le sale al paso a denunciar la deuda externa (o eterna, como también se la denomina) como una de las causas de la miseria de buena parte del planeta, sus ministros de la economía comenzaron ayer un recorrido por la banca internacional para pedir plata prestada, es decir, para incrementar la deuda externa de nuestro país. Endeudarse, en sentido estricto, no es malo en sí mismo. Si un país pide créditos para programas de inversión y desarrollo que no puede financiar con sus propios recursos, pues se comprende que pida prestado. Pero si un país pide prestado para pagar deuda vieja con la nueva, no para invertir, en medio de un boom de precios de su principal o casi único producto de exportación, entonces sus finanzas públicas deben estar muy mal administradas. De hecho, es lo que está ocurriendo. La mitad del presupuesto nacional se dedica hoy al pago del servicio de la deuda. Vuelva a leer: ¡la mitad del presupuesto se va en pago de deuda! ¿Podemos culpar al Fondo Monetario Internacional o al neoliberalismo salvaje de este desastre? ¿Obligó el FMI al gobierno nacional a incrementar la deuda pública interna en 10 mil millones de dólares en tres años? ¿Obliga el FMI al gobierno venezolano a colocar bonos de deuda pública con rendimientos salvajes para sus tenedores, que han encarecido terriblemente el pago de esa deuda? El FMI es un cómodo chivo expiatorio para las culpas propias. El fisco venezolano es hoy una verdadera calamidad por la única y exclusiva responsabilidad de la administración chavista.
Ahora, para continuar con el manejo escandalosamente incompetente de la hacienda nacional, el gobierno se ha planteado reformar la Ley del Banco Central a fin de poderle echar mano dos veces al año a las llamadas ganancias cambiarias. La ley fue aprobada en 2001, incorporando en ella una posibilidad negada por la Constitución: la del financiamiento del fisco por parte del BCV. La ley anterior (del 92) establecía que las ganancias del BCV en su giro ordinario pasarían al fisco, pero rechazaba explícitamente que las «ganancias cambiarias» alimentaran los dineros públicos. Por una razón elemental: ese es dinero inorgánico, con una alta potencia inflacionaria y la desastrosa experiencia venezolana en los años 86, 87 y 88, cuando Carmelo Lauría inventó echarle mano a esas «ganancias», llevó a que la ley del 92 prohibiera esa práctica. El chavismo la recuperó en el 2001 y la volvió nuevamente legal. De acuerdo al texto reciente, cualquier ganancia del BCV se transferirá al fisco, lo cual incluye, por supuesto, las cambiarias. Pero en esa ley se estableció que tal transferencia sería anual. Pues bien, ante la ruina actual, el gobierno decide volver a cambiar la ley: ahora el arrebatón será posible dos veces al año.
¿Cómo puede un país funcionar así? ¿Cómo puede funcionar un país donde las leyes son acomodadas a la voluntad gubernamental cada seis meses? Después salimos a echarle la culpa a otros.