Danza de vampiros, por Américo Martín
Twitter: @AmericoMartin
El destino de la acosada Nicaragua ha oscilado, primero, entre Sandino y Somoza; luego, entre las dinastías de Somoza, Chamorro, Ortega, salpicadas de personalidades supuestamente fuertes que no terminaron por demostrarlo como Tomás Borges, Edén Pastora (Comandante Cero), Sergio Ramírez e intelectuales sin armas ni voluntad de poder. En la tierra del gran Rubén Darío, la revolución sandinista pudo adornarse, además, de poesía y de amor a la democracia y libertad, como parece evidenciarlo, de una fuerza lírica capaz de librarla de las toscas manipulaciones que acompañaron a la castrista, la chavista y a otros fenómenos culturales de nuestra desdichada América hispana.
El poeta venezolano Joaquín Marta Sosa tuvo el acierto de relievar como símbolo lírico sandinista a otro impresionante escritor, Ernesto Cardenal, cuya sensibilidad poética, teológica y política contribuyó a perfilar.
Fue así como se fueron colocando sobre la mesa una importante suma de factores en la patria de Rubén Darío, susceptibles de hacer estallar una hermosísima manifestación lírica, social y cultural merecedora del calificativo hispano de «donosa», que viene a ser tanto como decir: la plenitud de los dones y cualidades que puedan adornar a las mujeres más bellas y espirituales. Eso sí, aceptando que el segundo de los rasgos mencionados sea más significativo que el primero, pues al fin y al cabo nombres femeninos son ética, estética, filosofía, psicología. filantropía y hasta revolución, mucho antes de haber sido absorbida por ese baile de vampiros en que se ha convertido con el tiempo, sobre todo cuando sus protagonistas pierden forma humana y su imagen ya no se refleja en los espejos.
Pienso, por supuesto en este momento, en el ominoso gobierno de Daniel Ortega, cuyas orugas de tractor están aniquilando los vestigios de oposición y de civilización.
Para cerrar las puertas a elecciones libres, el dictador Ortega ha encarcelado a 18 nuevos líderes de la disidencia, entre ellos cuatro candidatos presidenciales. Han sido encerrados en prisión porque el caprichoso personaje le sale al paso a quien pretenda discutirle su autodecretada condición de presidente eterno de Nicaragua.
Por lo demás, el desenlace rupturista terminaría por imponerse como inevitable, dado que la pareja presidencial, no especialmente aceptada, no exhibe ningún ángulo de su conducta que armonice con los decorosos perfiles de la gran patria de Rubén Darío y Ernesto Cardenal.
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Eugenio D’Ors y más que nadie Ortega y Gasset casi levantaron un monumento a los jóvenes, entre quienes al que llamaré Ortega «el bueno», colocaron el futuro de la áspera región americana en las manos promisorias o porveniristas de esos jóvenes que, entre 1918 y algo después en 1928, conformaron las generaciones que borrarían el repetido dogma marxista de la vanguardia obrera o dirección del proletariado mundial.
La América española demuestra todos los días, a partir del prodigioso aporte de la Reforma Universitaria de Córdoba en 1918, que ese lugar de privilegio, conducción y futurismo corresponde a los estudiantes y capas medias e intelectuales que a lo largo de los siglos XX y XXI han proporcionado los líderes más lúcidos e indomables.
Pero nada es tan complejo como desenredar los rudos lazos generados en el ejercicio de la dirección política, puede ser largo y repetitivo, pero no le hace: el debate y la negociación son puntos de sólido respaldo a la causa del progreso, el cambio de gobierno, la democracia, la libertad, todo lo cual exige el músculo, el temple de quienes todo lo exponen para conquistarlas sin desmayo.
La torcedura sufrida en la agobiada hermana Colombia tras el llamativo acuerdo de desmovilización y desarme, que se tuvo cual ejemplo de excelente negociación entre sectores decisivos, casi lo único que puede exhibir es la creciente demanda de reanudarlo.
Dividida sin remedio, las FARC parecen hoy una metáfora de lo que llegaron a ser bajo el mando de Marulanda y el activo Secretariado, que había decidido no repetir el camino de la negociación debido a que sus miras eran más ambiciosas que liberar presos, obtener zonas de alivio y algunas concesiones políticas de buena consistencia. ¿Y en qué consiste el premio mayor guardado en secreto mientras no se diera el paso final? Bueno, que juzguen los lectores de esta columna. Tenían más de 20.000 hombres poderosamente armados y entrenados, un país fraccionado y una población cada vez más inclinada a resignarse a la condición beligerante de las temerarias FARC. Si tal fuera la situación de la guerra tendría sentido preguntarse ¿para qué conformarse con un pedazo de la torta si se la puede comer toda?, pero no era esa la verdadera realidad.
El desgaste militar y político de un movimiento que aseguraba ser invencible, avanzaba en marcha sostenida, como lo percibieron en su momento el presidente Uribe y su ministro de la defensa, Juan Manuel Santos, al ordenar el incremento de los bombardeos y la clausura de las zonas de distensión, como, por ejemplo, San Vicente del Caguán, en el marco de la política de Andrés Pastrana. Lo cierto es que esperaban repetir en Colombia las victorias de Fidel en Cuba, y de Ortega a la cabeza del sandinismo nicaragüense, y se equivocaron.
Quizás sea pertinente concluir esta columna leyendo en los versos del gran poeta, llenos de amor, esperanza y fe en el destino de la juventud:
Yo supe de dolor desde mi infancia,
mi juventud…. ¿fue juventud la mía?
Sus rosas aún me dejan su fragancia…
una fragancia de melancolía…
Américo Martín es abogado y escritor.
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