De Babel al Lingvo Internacia, por Carlos M. Montenegro
Que el mundo fue y será una porquería se sabe, y que el siglo XX es un despliegue de maldad insolente, también. Lo sabemos porque nos lo cantó Enrique Santos Discépolo en su famosísimo tango Cambalache en 1934. Gran visionario, pues por los vientos que corren, tampoco este siglo XXI muestra trazas de cambio.
En Venezuela, parece que las cosas están llegando al llegadero, sin embargo cuando parece que vemos luz al final del túnel, algo pasa que la luz desaparece y volvemos a empezar en un eterno “ritornello”; ya vamos por un negro túnel con 20 años de longitud. Todos los sesudos analistas impenitentes blabladores de política, diagnostican que el caso venezolano es tan difícil de resolver entre otras cosas porque es inédito. Que este régimen ha llevado al país a una extrema polarización entre muchas más cuestiones.
En el apartado de “muchas más cuestiones” puede que tengan razón, pero en el de la polarización no. En un caso de tanta importancia como es diagnosticar cómo sacar a este país del abismo en que se encuentra, debe cuidarse lo semántico y precisar muy bien los términos. Venezuela, se mire por donde se mire, social y políticamente no está polarizada, sino totalmente atomizada,
Por el lado que ejerce el poder de facto, se están despedazando entre ellos mismos literalmente a dentelladas, y ya no confían ni en sus sombras, hasta el punto que el día 24 de junio pasado, conmemoración de la Batalla de Carabobo, a la vez que día de las FFAA, fue suspendido “por medidas de seguridad” el desfile militar, tradición que se celebraba desde hace 70 años. Da la impresión que internamente no se entienden. Mientras, el “a juro” presidente no se cansa de pregonar que: “el ejército está unido y cohesionado como nunca antes”; dime de qué presumes y te diré de lo que careces, diría una abuelita.
No es de extrañar que el sobrevenido del sobrellevado, no tenga el cuerpo para desfiles, tras el deplorable espectáculo ofrecido por su “jalaboleada” y aguerrida Guardia Nacional Bolivariana, en aquella memorable desbandada que protagonizó el 4 de agosto, no sea, pensará, que le vaya a pasar lo que, al presidente egipcio, Anwar al Sadat, en 1981 durante el desfile del Dia de la Victoria en El Cairo.
En el lado de los que se oponen al régimen las cosas, aunque de otro signo, lucen muy parecidas; en tres palabras: nadie se entiende. Y eso que hablamos el mismo idioma.
Sostengo que el caso nuestro no es inédito ni mucho menos; no hay que ser erudito en nada para encontrar referentes, basta evocar en los tempranos cursos del bachiller, aquella fantástica aventura que los profesores nos narraban como si de una película se tratara: La Torre de Babel.
La Torre de Babel es una ilusión bíblica, pero cimenta la leyenda que relata el orgullo y soberbia del hombre, y a un dios iracundo, y hasta vengativo. Esta parábola clave en la Biblia, sugiere también el inicio de la difusión de lenguas causado en medio de un mar de confusión.
Apareció por primera vez en el Génesis, quizás el libro más trascendente de la Biblia judía; diversas religiones lo mencionan tambien en sus respectivas Escrituras, concordando en lo básico: que la Torre de Babel fue un intento de los hombres, hace miles de años, de construirla con el propósito de llegar hasta el cielo.
Una de las narraciones nos cuenta que tras El Diluvio Universal, del arca bajaron los únicos supervivientes, Noé y su familia seguidos de los animales salvados, con la misión de repoblar la tierra de nuevo. Los hijos de Noé tuvieron muchos hijos, y sus hijos crecieron y tuvieron más hijos. Pronto hubo mucha gente en la Tierra. Uno de aquellos fue un bisnieto de Noé llamado Nemrod, que se hizo rey para gobernar al resto de los hombres.
Dios, al parecer lo tenía en la mira, no le caía muy bien Nemrod por cruel y déspota, mataba animales necesarios para repoblar la Tierra y a hombres que le adversaban. Por lógica toda la gente de aquel tiempo hablaba la misma lengua, la de Noé, que Nemrod usaba para manipularlos mejor. Su soberbia le llevó a querer construir una ciudad con una altísima torre que llegara hasta el cielo e instalarse allí. Ordenó a sus súbditos que hicieran la gran ciudad y levantaran la gran torre.
A Jehovah no le gustó nada el asunto de que la torre llegara hasta el reino celestial. Nemrod buscaba honor para sí, y quería equipararse con Él.
Así que el Creador decidió diseñar un plan para que la gente dejara de trabajar en la torre. Hizo que repentinamente las personas hablaran diferentes lenguajes, en vez de uno solo. Como no se entendían los unos a los otros, la gente empezó a irse de aquella caótica ciudad que llamaron Babilonia o Babel en hebreo, que significa “Confusión”.
Los que hablaban un mismo lenguaje se agruparon y se fueron dispersando por toda la Tierra. Dios resolvió su problema pero nos endosó un mundo en que no hay manera de ponernos de acuerdo ni con ONU, OEA, UE, UA (Unión Africana), ASEAN, (Naciones de Asia), LA (Liga Árabe), la FIFA o La IBAF y, como dice una amiga, ni siquiera en las Juntas de Condominio. Hoy por hoy somos una monumental Babel terráquea.
¿Cómo solucionar este desastre? El sentido común indica que tal vez debiéramos regresar a los orígenes, y para poder entendernos crear un idioma común para todos y enseñarlo en todas las escuelas de todos los países, desde la primaria. Para quienes duden de que sea posible les puedo poner un ejemplo irrebatible.
Desde hace varios siglos existe un idioma sin fronteras, que lo leen perfectamente en todas las culturas sea cual sea su idioma materno y no importa si es chino, inglés, francés, ruso, árabe, español, hindú o vasco, aún más, todos lo conocemos, es tan cotidiano como beber agua, y aunque no lo sepamos leer nos encanta. Es el único idioma universal de las emociones: la Música.
El hombre a pesar de sus cientos de idiomas y dialectos, ha logrado esas maravillas técnicas, médicas, industriales y culturales que todos conocemos y disfrutamos. No queremos llegar hasta Dios en la forma que pretendía Nemrod, aunque paseemos por el espacio. Pues con todo y eso, no logramos ponernos de acuerdo como es debido.
Así ocurrió cuando un oftalmólogo de origen judío, Ludwik Lejzer Zamenhof, (1859-1917) nacido en Białystok, Polonia, entonces Imperio ruso, que desde joven desarrolló un talento especial para los idiomas. Sus idiomas, el polaco, el ruso y el yiddish, también hablaba con fluidez alemán, latín, hebreo, francés, griego e inglés. Del español, el italiano y algunos otros idiomas solo tenía conocimientos básicos.
En Białystok su ciudad natal había importantes comunidades de polacos, judíos, rusos, alemanes y lituanos, y observó cómo a causa de la diversidad de religiones y sobre todo idiomas, las diferencias causaban serios conflictos entre los pueblos.
Zamenhof, decidió inventar una lengua artificial, pero no un idioma cualquiera, sino una lengua internacional y planificada, desarrollada con el fin de convertirse en el idioma internacional por excelencia, un medio de comunicación común por encima de las diferentes culturas, con una característica distintiva: su neutralidad, sin privilegios para los hablantes de un idioma nacional concreto. Zamenhof en principio, lo bautizó en su nueva lengua como “Lingvo Internacia“ (Lengua Internacional), posteriormente uso el seudónimo utilizado cuando publicó las bases del idioma en 1887: Esperanto*.
Gracias a la efervescencia del movimiento obrero y al temor provocado por el avance de los nacionalismos, de entrada encontró un ambiente favorable. Incluso la Sociedad de Naciones se planteo adoptarlo como lengua oficial, pero el entusiasmo fue cediendo ante las críticas mezquinas de Academias de las Lenguas, políticos, y lingüistas resentidos que lo adversaron con explicaciones tipo: “es imposible convencer a una comunidad para que adopte un idioma que no le apetece hablar” y argumentos de ese género.
El Esperanto terminó convertido en un proyecto utópico y, como tal, fallido victima de lo que pretendía remediar. A pesar de todo, hoy sigue contando con cientos de miles de hablantes en todo el mundo, que conservan encendida la llama de tan formidable creación. El Esperanto es al día de hoy, el idioma planificado más hablado en el mundo.
Como aquí más que nunca necesitamos entendernos, le pediría cuando se vayan estos al próximo presidente, que decretara en todos los niveles la enseñanza nacional del Esperanto como “Lingvo Internacia”. Sería una buena manera de empezar incluirlo en el plan de educación; además es posible, no hay más que acordarse del maestro Abreu y todo el prestigio que nos ha dado con su Sistema de Orquestas empleando la música, el mejor y más grande idioma universal.
* Por cierto que aquí tenemos una estupenda Asociación Venezolana de Esperanto, así que por favor pasen y conozcan todo un universo de ese formidable idioma https://esperantovenezuela.weebly.com/