De disfraces, purgas y otras hipocresías, por Carolina Gómez-Ávila
De disfraces
El jueves 13 de enero de 2005, el escandaloso diario inglés The Sun, publicaba en portada una foto del príncipe Harry -en ese momento tercero en la línea de sucesión al trono británico- vestido con una camisa en la que se destacaba un brazalete con una esvástica nazi.
Para quienes no lo recuerden, el joven había publicado una disculpa el día antes (porque supo que el diario difundiría la imagen) y al punto se anunció que, por algún tiempo, el entonces veinteañero tendría prohibido ir a pubs y se dedicaría a limpiar los chiqueros de la granja ecológica de su padre; se anunció también que se le haría ver la película “La lista de Schindler” y se incluiría en su agenda una visita guiada y privada al campo de exterminio nazi de Auschwitz. Tal parece que el correctivo funcionó en todas las direcciones porque casi nadie recuerda el episodio y hoy nos parece un príncipe encantador.
Pero eso no es todo. El evento se trató como un asunto de Estado. Los asesores del príncipe fueron sometidos al escrutinio del parlamento y se puso especial énfasis en revisar los criterios con los que se seleccionaron, puesto que no supieron evitar que el príncipe apareciera como nazi en una fiesta
El polémico legislador Ian Davidson, que en ese momento formaba parte de la Comisión Parlamentaria de Gastos Públicos, metió el dedo en la llaga: “¿De dónde sale esa gente que asesora a Harry? Son negligentes, incompetentes, políticamente sospechosos o todo junto”.
De purgas
La noche del sábado 30 de junio de 1934 se conoce como la “Noche de los cuchillos largos”, una purga nazi que implicó asesinatos políticos.
Para justificarla, se forjó un expediente según el cual el jefe de los “camisas pardas”, habría recibido dinero de Francia para derrocar a Hitler. El documento se difundió entre los principales oficiales de las SS, institución en pugna. Simultáneamente, algunos líderes con rencillas y el mismo Hitler, crearon listas de personas -algunas pertenecientes a los “camisas pardas” pero otras sin vinculación alguna- a las que, sencillamente, querían matar.
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A continuación, Hitler dio un discurso para denunciar “la peor traición de la historia” y aseguró que los indisciplinados, desobedientes, asociales y enfermos (se refería a los homosexuales) serían inhabilitados.
Murieron “camisas pardas”, murieron enemigos personales de quienes ordenaron la purga y también murieron algunos cuyos rostros confundieron, por error.
De otras hipocresías
Se define como “establishment” a un grupo de personas, instituciones y entidades influyentes en algún área de la sociedad, que procuran mantener su prevalencia porque les sirve para tener control. En cierta forma son los influencers del mundo 1.0: dominan, ostentan ese poder y manejan las relaciones visibles y ocultas dentro de su entorno.
Gozan de la relevancia que les da pertenecer al “establishment” algunos profesores universitarios que se han dedicado a impulsar una purga opositora, banalizando el alcance que esta pudiera tener.
Así que recordando la paradoja de la tolerancia de Karl Popper según la cual, en nombre de la tolerancia tenemos el derecho de no tolerar a los intolerantes, cuestiono: Si por apología nazi, recientemente un adolescente fue conminado a ofrecer disculpas y su escuela publicó un comunicado donde se percibe consternada y del cual se desprende que tomará medidas correctivas, ¿por qué no hay un comunicado contrito de las universidades deslindándose de estos representantes (más peligrosos, en tanto más influyentes) tras el cual podamos confiar en que tomarán las medidas disciplinarias que ese entorno necesita que se apliquen?