De fachas y fachistas, por Carlos M. Montenegro
A la gente con ideas izquierdistas o progresistas, como les gusta decirse, tras el final de la II Guerra Mundial los términos “facha” y “fachista” se convirtieron en una especie de arma arrojadiza para golpear verbalmente a un adversario político, social o de cualquier otro género. En español se pronuncia con “ch” remedando la pronunciación italiana, pero ambas significan lo mismo: “que es partidario del fascismo”. Se suelen emplear de forma peyorativa y tratan de calificar al otro como de ideología de derecha radical o extremista, o sea, de ultraderechista
Sin embargo, esa es una manera simple y maniquea de tratar el asunto. La realidad histórica es muy diferente. El fascismo instaurado por Benito Mussolini no fue más que un manual, un modus operandi. En realidad, era una atractiva envoltura que contenía una ideología nada nueva, por cierto, practicada casi desde la formación de los primeros grupos humanos en sociedades que los griegos, como siempre, detectaron y catalogaron convenientemente en su momento.
En todos los regímenes totalitarios percibirán muchas analogías. Las camisas negras del Duce, las pardas del Führer azules del Caudillo o franelas rojas rojitas. Fueran absolutistas como el Rey Sol, militares transformados transmutados a emperadores como Bonaparte, comunistas provenientes de la pequeña nobleza zarista, como Lenin, o acomodados terratenientes judíos como Trotsky, socialistas derechistas, civiles, o religiosos. Todos esos “lideres” bebían de la misma fuente.
La Roma de los Césares siempre ha fascinado a los Estados totalitarios, no en vano fue uno de los imperios más poderosos y duraderos de la antigüedad. Ya a partir del siglo 16 en los países eslavos los mandatarios se hicieron Llamar zares término que deriva del latín Caesar. Este era el sobrenombre que acompañaba a todos los emperadores romanos desde Octavio Augusto. Octavio fue el primero en utilizarlo para señalar que era descendiente del artífice del imperio, Julio César.
Por otro lado, la Rusia zarista no tuvo ningún problema en considerar Moscú como la tercera Roma después de Bizancio, que había sido la segunda. Con el tiempo, a la filoromana Rusia zarista le salieron competidores. A principios del siglo XIX Napoleón adoptó el águila de las antiguas legiones romanas como estandarte de sus invencibles ejércitos pues en la antigua Roma el águila era un símbolo de fortaleza. También se adueñó del saludo romano, que consistía en levantar el brazo derecho con los dedos de la mano juntos y rectos.
Era la manera respetuosa que tenían los soldados romanos de saludar a las autoridades. Pero la vinculación de Bonaparte con Roma no acabaría aquí. En 1804 se autoproclamó emperador de Francia, recuperando así el título de Imperator, que era el monarca soberano de un imperio o un monarca que tiene como vasallos a otros reyes. con el que eran conocidos los gobernadores romanos con plenos poderes ejecutivos, y para no ser menos que los grandes generales romanos, en 1806 mandó levantar en París un arco del triunfo para perpetuar la memoria de sus hazañas.
Después de la Rusia zarista y la Francia napoleónica, el recién creado estado italiano supo sacar más partido del mito del autoritarismo de Roma. Tras su fracaso en la Primera Guerra Mundial donde fueron humillados, se exacerbó el sentimiento nacionalista en Italia a la vez que llegó la gran crisis económica de 1929. El ánimo del país cayó en una profunda depresión.
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En Italia hubo un político que se atrevió a reconducir la situación: Benito Mussolini y lo hizo teniendo al imperio romano como referente. Licenciado en Magisterio, inscrito inicialmente y posteriormente expulsado del Partido Socialista por su carácter disidente, en 1919 fundó unos grupos de agitación los Fasci Italiani di Combattimento (italianos de combate).
En aquella época fasci, era un término muy difundido en Italia para referirse a distintos grupos sociales, aunque los fasci de Mussolini pronto se diferenciaron del resto. En 1921 los Fasci Italiani di Combattimento fueron la base para la creación Partido Nacional Fascista, con postulados ya claramente de derechas. En octubre de 1922 decidió hacerse con el poder y organizó la llamada marcha sobre Roma, tras la que el rey Víctor Manuel III nombró a Mussolini jefe de gobierno. Durante los tres años siguientes, dueño de una portentosa oratoria, paulatinamente llegó a implantar una dictadura asumiendo todos los poderes, concepto también de fuertes resonancias clásicas.
En la Roma republicana el dictator era la persona que concentraba toda la autoridad en tiempos de guerra, revueltas, y crisis económicas o políticas. Una vez resuelta la dificultad, el dictador tenía que ceder su papel a las instituciones ya establecidas. Pero no siempre había sido así. El primer dictador Romano que se nombró vitalicio fue Julio César. Inspirándose en él, Mussolini también se presentó en sociedad, por cuenta propia, como dictador vitalicio. Cuando tomó el poder, el título que adoptó y por el que fue más conocido fue «Il Duce» que deriva del latín Dux. Desde la Roma republicana antigua el dux, era el general que se encargaba de liderar todos los ejércitos.
También instauró el saludo romano clásico como distintivo de su partido, y no tardó en ser obligado para toda Italia. En 1937 en un acto público, Mussolini pronunció estas reveladoras palabras: “cuando pienso en el destino de Italia, cuando pienso en el destino de Roma, cuando pienso en todas nuestras hazañas históricas, no tengo otra opción que ver en toda esta sucesión de acontecimientos la mano infalible de la Providencia, la señal infalible de la divinidad” (sic). En otra ocasión el Duce sería todavía más explícito: “Roma es nuestro punto de partida: “es nuestro símbolo y nuestro mito” (sic).
A medida que el régimen fascista se consolidaba se aprovechaba cualquier oportunidad para conmemorar las glorias pasadas celebrando majestuosos desfiles a imitación de las grandes paradas imperiales en avenidas construidas ad hoc. Mussolini impuso también una política de monumentalidad marmórea*, típica costumbre arraigada en la mayoría de los estados de inspiración totalitaria. Se trataba de levantar importantes edificios y monumentos para servir de escenario en manifestaciones multitudinarias. Tampoco faltaron desfiles escolares para depositar flores en las estatuas de César.
Definitivamente los proyectos mussolinianos los inspiraba la grandeza del Imperio Romano. Con aquella especie de delirium tremens, Mussolini terminó por asociarse, en una apuesta fatal, con su supuesto fan, Adolf Hitler, mucho más delirante y peligroso que él, arrastrando al país a una serie de desastrosas y torpes invasiones para “recuperar el Imperio”, y lo que es peor, a meterse de lleno en la II Guerra Mundial, pero del lado perdedor, con lo que terminó por ser linchado junto a su amante, Clara Petacci por un comando de partisanos comunistas que lo apresaron cuando huía y una turba de fascistas burlados y arrechos.
Ser facha es una nefasta forma típica de actuar contra de los Derechos Humanos, la libertad y hasta de su propia gente, por eso hay fachas de todos los colores. ¿O no?
* En Venezuela ocurrió con Pérez Jiménez. Con el régimen actual el axioma no se ha cumplido, lo poco que han planificado no lo han cumplido, las obras están paradas y abandonadas o ni se ha iniciado, aunque se hayan pagado con creces. En lo contrario, hay que reconocer que son buenos, o sea, expropiar, confiscar, arruinar, cerrar, abandonar y echar a perder todo lo que funcionaba y embellecía cuando llegaron.