De hipótesis, por Américo Martín
Escribo hoy viernes 3, obligado a tratar el tema inevadible de la elección de la nueva directiva de la Asamblea Nacional, dos días antes de decidirse el destino de Nicolás Maduro y el de Juan Guaidó. Por manifiesto a mano alzada los diputados votarán la suerte que les espera y con la de ellos, la de los abrumados venezolanos. De modo que varios de ellos leerán esta columna antes o “con los acontecimientos –diría Walter Martínez- en pleno desarrollo”.
No obstante, espero que las líneas siguientes, aunque adelantadas a los sucesos, puedan ayudar a la comprensión de un momento tan delicado como el actual. No tienen por qué no ser útiles incluso para quienes las lean después de consumados los hechos. El debate que se desencadenará a partir del 5 de enero del este año seguramente seguirá hasta después que ocurra lo que deba ocurrir.
Obvio es que por puro sentido de responsabilidad me haya limitado a formular hipótesis y a especular sobre las consecuencias atadas al cumplimiento de las que a mi juicio podrían cambiar profunda o moderadamente la situación del país. Se trata de hipótesis, insisto, no de adivinanzas o cábalas.
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La primera, la reelección de Guaidó con variantes personales en el resto de la directiva, ampliaría el respaldo mundial que ya ha recibido, lo que bien podría alentar acercamientos incluso con sectores oficialistas persuadidos del mensaje implícito en la reelección: ¿se justifica una enconada represión que no debilita la musculatura del adversario y acentúa el retroceso oficialista? La pregunta es válida para todos los sectores, no únicamente para el oficialismo y la oposición mayoritaria porque se desvanecerían las propuestas excluyentes y se alejarían las extremas. La inanidad de soluciones de fuerza cimentará la salida electoral y universalmente supervisada.
La segunda, el triunfo del oficialismo. En cualquier caso, muy estrecho conduciría a un esfuerzo para ampliar su base de apoyo y legitimar un triunfo tan viciado por la cacería de parlamentarios. Falta por ver si el aporte proporcionado por los opositores que adversan al eje AN-Guaidó será suficiente para compensar el cúmulo de operaciones de avieso primitivismo a las que el oficialismo confió inicialmente su esperanza de victoria.
Los resultados cuestionan el absurdo método al que se confió y que en síntesis pretendía reducir la amplia ventaja opositora encarcelando, desterrando e inhabilitando parlamentarios.
La representación nacional se forma con votos que se pierden o ganan, pero a la vista del mundo se ha arremetido furiosamente contra la institución del sufragio. Como es natural, el malestar que semejante arbitrariedad ha causado acarreó daños irreparables al crédito del madurismo, que debilitan la fuerza parlamentaria del bloque oficialista.
Es difícil no aceptar que los parlamentarios de oposición contrarios a Guaidó no se resientan también por demasías tan indefendibles. No son culpables de ellas. ¿Cómo es que por imperativos de política deban guardar un silencio inaceptable? Conservo amistades en ese sector a las que no pienso renunciar, lo que me permite saber del malestar que los afecta. Ha sido inútil el sacrificio de no manifestarse contra métodos que siempre rechazaron. El sistema virtual de votación redujo a nada estos designios.
La tercera, el triunfo de alguna figura flexible que, sin dejar de ser opositora configure una fórmula capaz de atraer respaldo oficialista para bloquear a Guaidó. Todo conforme al refrán; “del lobo, un pelo”. Vale decir: si no puedes vencerlo, quítale algo.
La oposición no confundirá justicia con venganza. Cuando se ha conformado tan creciente convicción de cambio democrático sería catastrófico traicionarla. La historia es pródiga en ejemplos aleccionadores. Personalmente lo he repetido en mis columnas periodísticas y en los tomos 1, 2 y 3 de Mis Memorias: ni la venganza con ínfulas de justicia, ni negar derechos a los adversarios, ni soluciones de fuerza, ni represión obcecada.
El proyecto bolivariano sencillamente no tiene salvación. Unidos debemos cambiarlo porque el país no da más. El gran holandés Erasmo de Rotterdam defendió la unidad de Europa, la Iglesia, la humanidad y la ciudadanía universal. Que su ejemplo sirva para derrotar la exaltación fanática, aferrada a la ruina que nos envuelve como una boa conscriptor.