De invasiones, por Américo Martín

Desde el principio
Autor: Américo Martín /@AmericoMartin
Novela sin ficción”, considera Jorge Edwards su obra “Persona non grata” destinada a relatar su dramático ejercicio diplomático en Cuba y cuyo desenlace en su última entrevista con Fidel Castro -presente el sumiso Raúl Roa- me pareció estupendo. El tema me apasiona pero entre Maduro y mi apreciado amigo Ricardo Hausmann, me impiden completarlo hoy. El primero ha hundido a Venezuela en el más insondable de los océanos. Su permanencia es inaceptable, pero la desarmonía opositora y el sistema policial mantienen el artificio. EL 12 de enero la negociación en República Dominicana nos proporcionará más claridad, incluso si el régimen no acepta el acuerdo presentado por el presidente Danilo Medina y los cinco cancilleres facilitadores.
Ese documento consigna la salida electoral con CNE paritario y densa supervisión internacional, además de libertad de presos políticos, devolución a la AN de la plenitud de sus competencias, y la vital ayuda humanitaria. Si la delegación opositora se retirara precisamente cuando el mundo aguarda para tomar decisiones, merecería una patada en el trasero. Pero no lo hará. Si el Gobierno se retira o incumple, pagará el costo. Los escépticos, que nunca deben asumir la dirección de procesos políticos difíciles, proponen soluciones extravagantes sin esperar el resultado del 12 de enero. Ricardo, invalorable cifra para la reconstrucción democrática, postula la asistencia militar extranjera. Venezuela no merece unir a su desgracia la que acarrearía una aventura militar, así sea con la mejor de las intenciones. Solo el escepticismo renuncia a organizar su propia salida y coloca la suerte del país en el azar de una guerra que, como todas ellas, puede tener desenlaces inesperados.
La situación del país es tan desesperada que muchas de las mejores conciencias se desvían hacia fórmulas maximalistas imaginadas para alcanzar los objetivos supremos de una sola vez y mediante una súbita acción. No es justo condenarlos por pensar así, pero el problema es lo mucho que arriesgan en función de un resultado impreciso. Incluso operaciones de amplísimo respaldo universal como la guerra contra el tenebroso Estado Islámico tuvieron que superar serias dificultades para alcanzar un triunfo político-militar que en el papel podía verse fácil.
¿Qué hacer, entonces? Lo primero es esperar lo que ocurra el 12 de enero. Con cabeza fría analicemos la respuesta posible del enorme potencial democrático interno e internacional hoy al servicio de la reinstitucionalización de nuestro país. Contengamos los potros de bárbaros Atilas que en el verso de Vallejo son las pasiones desatadas y los golpes amargos de la vida, y aprovechemos las ventajas que a contrapelo cause la violencia del poder en el ánimo de la civilización democrática. Mientras menos sangre, más se ganará y si la pulseada de las partes se traduce en la renuncia de un gobierno incapaz de escapar del incendio que ha desatado, sería lo mejor de lo mejor.
Pero insisto, lo planteado hoy es pasar el puente del 12 de enero empuñando, sin ingenuidades, la bandera de la paz. El nuevo panorama nos ilustrará sobre lo que proceda hacer.
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