De izquierdas y posizquierdas, por Esteban Caballero
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Durante el reciente proceso electoral peruano, cuando Pedro Castillo estaba en plena campaña para la segunda vuelta, se generó cierta tensión entre los dos partidos de izquierda: Juntos por el Perú, liderado por Veronika Mendoza y Perú Libre de Castillo. Se trató de una diferencia en torno a cuestiones de género, salud sexual y reproductiva. Las dos fuerzas políticas acababan de firmar un acuerdo, pero se abrió una brecha entre lo que la congresista electa por Perú Libre, Betsy Chávez, llamó una izquierda «popular» y una izquierda «progresista».
La izquierda popular, representada por Castillo, se opone al matrimonio igualitario, al aborto y a la fluidez de género, mientras que la izquierda progresista, la de Mendoza, tiene un fuerte componente feminista, apuesta por la justicia social y se apoya en sectores de las clases medias urbanas.
¿Cómo formar alianzas?
Este evento trae a colación uno de los principales avatares de la política actual, sobre todo en el campo de la izquierda. ¿Cómo formar alianzas y obtener mayorías electorales? El ejemplo de las diferencias en torno al género y la salud sexual y reproductiva es solo un punto de muchos otros.
Hay posiciones discordantes respecto al nacionalismo o internacionalismo, laicismo versus secularismo, proteccionismo versus libre mercado, migración, entre otras.
Estas diferencias hacen que el mayor desafío para la izquierda no sea solo resolverlas sino mantenerlas en una especie de campo magnético común que podamos llamar «la izquierda». El polo de atracción de dicho campo no debería ser necesariamente concebido como un todo armónico e integrado sino que puede albergar tensiones y diferencias.
Perú es solamente un ejemplo. La coexistencia del apoyo a políticas económicas y sociales progresistas y el apego a un conservadurismo moral y religioso marcará durante un buen tiempo la interpelación populista de izquierda en América Latina. En otras regiones los dilemas no son iguales, pero guardan similitudes.
Un ejemplo es el debate europeo en torno a la interpelación de la clase obrera y los incómodos posicionamientos a los que ello lleva en términos de nacionalismo xenofóbico y antiinmigrante. El precio que se paga es que cuando no se es capaz de articular estas contradicciones, el pueblo se termina volcando a los Trumps y Bolsonaros del mundo.
Descolgarse de las grandes narrativas
Ante semejante disyuntiva, han emergido voces dentro de la izquierda que han hecho un llamado a descolgarse de las grandes narrativas sobre pujas entre una «izquierda» y una «derecha».
Esta es una campaña más posmoderna, que habla del fin de las grandes narrativas sobre dirección general del Estado y enfoca la atención en temas concretos de política pública.
Este grupo alberga a políticos como Iñigo Errejón de Más País, en España, que sin querer quitarle mérito a las grandes narrativas sobre el horizonte normativo, insiste en la importancia de una praxis política temática, enfocada en problemas y soluciones de política públicas concretas, relacionadas con el cotidiano de la gente. En comentarios sobre la derrota de Pablo Iglesias en las recientes elecciones de la Comunidad de Madrid, se refirió a la insistencia de Iglesias en atacar al fascismo de Vox, en lugar de aterrizar en lo concreto.
Anne Hidalgo, la alcaldesa de París, también parecería transitar por esa vía de cara a las presidenciales francesas del 2022 al decir que quiere «trabajar con lo real», argumentando que el electorado ya no es partisano sino que prefiere decidir sobre temas concretos y los compromisos que los políticos deben asumir. La alcaldesa confiesa su desazón con respecto a la caída de narrativas históricas con las cuales se siente identificada, pero que ya no resuenan entre los electores.
Priorizar lo concreto
Esta línea de priorizar la atención en lo concreto y en lo «propositivo-práctico» florecerá en ciertos ambientes, pero en otros no logrará ser la única o más importante solución. Probablemente, porque la política está llamada a responder a dos grandes exigencias. Por un lado, la presentación de «una historia» con un valor arquetípico donde una porción importante de la población se encuentra a sí misma y sea capaz de relacionar esa historia con su propio sentir. Por otro, por la exigencia de ofrecer soluciones concretas a problemas reales como el hambre, el desempleo, deuda, déficit, corrupción, etc.
Es posible que una de las principales inspiraciones sobrevenga cuando se alcance la coherencia entre esa «historia» y las soluciones propuestas. Pero, esto no es lo usual. Hay liderazgos que se basan en grandes narrativas, pero no ofrecen soluciones, que sería el caso de Pedro Castillo en Perú. Y otros que se concentran en un listado de soluciones pero pierden de vista el fin, como Sergio Fajardo en Colombia.
Un elemento que puede ayudar en esa conjugación es contar con una referencia política que tenga historia, ideas, intelectuales e institucionalidad. Un mundo ideológico compuesto de convicciones normativas, argumentadas con ahínco y ciencia.
No me refiero a los partidos políticos, que están en plena mutación, sino a algo más amplio que incluya dichas funciones que no dejan de ser necesarias. De otro modo, nos quedaremos con la fluidez de las redes y liderazgos sin referencias sólidas, atraídos por el caudillismo con sus sombras personalistas y autocráticas.
Esteban Caballero es cientista político. Es profesor del Programa de FLACSO -Paraguay y consultor en planificación estratégica. Foi director regional para América Latina y el Caribe del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA). Posée una maestría en Ciencias Políticas por FLACSO – México.
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