De la amenaza creíble a la real, por Gregorio Salazar

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Resulta muy difícil alcanzar la aspiración óptima en una negociación cuando la contraparte pone sobre la mesa esta condicionante premisa: «Puedes pedir lo que se te ocurra, menos quedarte en el poder». No estamos en ese caso hablando de negociación, sino de una meta de abierta imposición, surgida del desbalance ciclópeo entre las partes negociadoras, como tal parece el trance en el que los EEUU ha puesto al régimen venezolano con los argumentos ya conocidos.
La debilidad en esas negociaciones, en las que la cúpula gobernante apuesta todas sus fichas a un diálogo a través de Richard Grenell, es más que obvia y ostensible.
Los precedentes históricos recientes, su precariedad institucional y militar; su orfandad política en el ámbito interno y el complejo escenario internacional, especialmente en Europa, donde soplan como nunca en los últimos 80 años vientos de guerra, colocan a los amos del poder local en condiciones de vulnerabilidad total.
No conviene a Trump estar con un ojo en el vecindario y otro en un eventual frente europeo, aunque sea sólo como proveedor de armas. No puede correr el riesgo de la aparición de «cisnes negros».
El de aquí es un negociador al que no se le reconoce legitimidad de origen, esencialmente porque no la obtuvo en las elecciones del 28 de julio del 2024; está aislado y recibiendo el rechazo de la gran mayoría de los gobiernos de la región. Ninguno de los «hermanos mayores», que tanto se ponderan televisivamente, vendrían en su auxilio en caso de un teatro de guerra o de intervención militar. Putin, todavía empantanado en Ucrania, tiene ahora mismo nuevas y mayores preocupaciones en Europa, donde el armamentismo y las previsiones alimentarias y de refugios para la población echaron a andar hace rato.
Vayamos a un ámbito internacional reciente. Piense usted lo que significa para los representantes de un Estado, en este caso su canciller, que acude a la Asamblea General de las Naciones Unidas para presentar los pergaminos «de su verdad» y generar eventuales solidaridades y recibe como «bienvenida» el demoledor informe de la ONU sobre las agravadas violaciones a los derechos humanos del último año, sobre lo cual se hacen eco otros gobiernos del continente.
Es un interlocutor que carga con todos los cuestionamientos. No respeta la Constitución de su país, luego camina al margen del Estado de Derecho. Desechó las oportunidades de avances dialogados con la oposición y burló los acuerdos con la pasada administración USA. No acató la voluntad soberana del pueblo venezolano de elegir como presidente a Edmundo González Urrutia, que los derrotó pese al brutal ventajismo. Hoy la ONU los acusa de una política de persecución y exterminio de la presencia opositora, varios de cuyos principales dirigentes están encarcelados, aislados, sin derecho a la defensa ni al debido proceso.
Son condiciones que lo convierten en un negociador disminuido, devaluado y en lo militar virtualmente en la indefensión por su poca capacidad de reacción ante un adversario que lo desborda en todos los aspectos de su maquinaria bélica. Usted puede arengar al Estado Mayor Conjunto, a la tropa que recibe mendrugos, a los milicianos famélicos, a algún paramilitar o jefe de UBCH fanatizado y delirante y, a lo mejor, sube en una décima el fervor revolucionario de ese contingente. Pero jamás los convencerá de que en una confrontación armada con el enemigo del Norte tenemos gane.
Con la comunicación de la administración norteamericana al Congreso, en la cual se declaró «formalmente» en guerra contra el narcoterrorismo, independientemente de la credibilidad o no del argumento, se está pasando de la fase de la «amenaza creíble» a la amenaza real.
Así lo expuso también ante 800 de los más altos jefes militares del ahora llamado Departamento de Guerra. Así lo ha entendido un vecino de la importancia de Brasil, que ha dicho que no intervendrá en el caso de un conflicto bélico, espera la paz, pero en resguardo de su frontera norte ha ordenado la movilización de diez mil soldados, la denominada Operación Atlas.
«Las relaciones con los EEUU están deshechas», es una de las confesiones –y pocas verdades– que ha dicho el jefe del proceso revolucionario en esta coyuntura. Pudiera pensarse que las negociaciones también, visto el tiempo que ha pasado después que su carta fue lanzada al cesto de la Oficina Oval sin que se haya obtenido ningún fruto, ningún avance, ninguna expectativa positiva. Todo en retroceso.
Seamos sinceros: para destruir esas relaciones la revolución, primero con el caudillo al frente y luego con su relevo, trabajó incesante, gradual, perseverante, milimétricamente y de manera «multiforme» como gustar decirse, durante un cuarto de siglo. Fue así desde el momento en que Chávez le compró su modelo político, económico y militar –geopolítico en suma—a su tutor Fidel Castro, incluyendo en ellos amigos y enemigos. Entre los segundos y en primerísimo lugar los «gringos de mier…», los mismos que hoy han desplegado en forma amenazante su potencia militar en el Caribe.
Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.
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