De la vigencia ignominiosa de la mala educación, por Carolina Espada
– «Es de pésima educación dejar al burro amarrado en la puerta de una casa de familia cuando se hace una visita”. Ese manual de Carreño está obsoleto y periclitado como decía mi bisabuela Maminín.
– Ah, porque tú juras que eso sale en el “Manual de urbanidad y buenas maneras para uso de la juventud de ambos sexos” de Manuel Antonio del Rosario Carreño, papá de Teresa Carreño y sobrino de Simón Rodríguez, tutor de Andrés Bello y de Bolívar.
– ¿No sale?
– No, Eduardo Luis. Tampoco sale que no se debe hacer un escándalo abriendo una bolsa de papitas en el cine -en una película de Bergman- por una sencilla razón, en aquella época ni había cine en el país ni papitas en papel celofán. Ni Bergman. Pero sí había conciertos y ¡ay de quién se le ocurriera hacer un ruidito!
– Olvídate, ese manual ya no tiene vigencia.
– Porque tú te lo leíste íntegro ¿no es verdad?
– …
– ¡Qué vas a estar leyendo tú, Eduardo Luis! Mírate la cara y coge dato para que opines con propiedad. Según el señor Carreño estaba muy mal visto morderse las cutículas y las uñas y ni se diga tenerlas sucias; sentarse con las piernas escarranchadas como una rana, fumarle encima a una persona sabiendo que el humo lo puede incomodar (“secondhand smoke” ¿sabes?), tener el cigarrillo en los labios mientras se está hablando (tipo matón de arrabal o cabaretera de película argentina); interrumpir al que habla para dar por terminada la conversación (porque qué fastidio, ya no te quiero oír más, no me da la gana, no me interesa), hacerse el gracioso, el ocurrente y el simpático porque irremediablemente se cae muy pesado; despertar a los vecinos haciendo ruidos desagradables a medianoche (¡abajo el reguetón!); Levantar la voz y decir malas palabras (suspiro), no mantener el decoro en un velorio y ponerse a contar chistes (chismes, también); hacerle encargos imposibles a alguien que se va de viaje (una pelota de bowling se la han pedido a más de uno); decirle a otro «¿me entiendes, me entiendes?»; usar rollos en la cabeza y salir así para la calle como si se estuviera manejando un carro con aire acondicionado en la ciudad de Panamá; cometer la indiscreción de hacer una pregunta íntima -en voz alta y en público- como por ejemplo: ¿pero estás más gorda, no es verdad?, ¿Tú te estás quedando calvo o son cosas mías?, ¿Y ustedes dos qué están esperando? ¿Cuándo van a encargar un bebé? ¡Y ni se diga ponerse hablar -y encadenarse- contando con detalle cosas tan personales como las enfermedades que padeces, las operaciones a las que has sido sometido, las neurosis que te atormentan y tu problema de siempre con tus flatulencias, porque 1.- eso es muy feo; 2.- en realidad a nadie le importa.
– Pero habrá algo que no está en vigencia.
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– Claro que algo habrá, pero ¡ay, mijo! Mi papá llegó de Puerto Rico en pleno Carnaval de 1942 ¿y qué se compró? ¿Un disfraz? No. El manual de Carreño. Y tan decente y agradecido mi papá que se aprendió de memoria la página 425: “El que se encuentra en su propio país, rodeado de las personas que le son más caras en la vida, en medio de los amigos de infancia y gozando de cuantas comodidades ofrece siempre el suelo natal debe recibir y tratar con la más fina atención al que, al abandonar su patria, no cuenta con otras ventajas ni con otros goces que los que le proporciona una franca y cordial hospitalidad”. ¡No me digas que eso no es bien bello! ¡Así es como yo quiero que traten a mis ahijados en México, en Canadá y en París!
– Bueno, te dejo. Después me sigues contando. Estoy muy ocupado y tengo que trabajar.
– ¡Ahhh, pero si esa es otra! Pésima educación eso de decirle a alguien: “Te dejo, estoy muy ocupado y tengo que trabajar”. ¿Acaso la otra persona no está ocupada? ¿Acaso está hablando contigo porque no tiene nada más importante, trascendental y maravilloso que hacer en la vida?
– ¿Y entonces cómo digo?
– «Después seguimos conversando» y te despides bonito.
– Bueno, entonces después seguimos conversando.
– ¡Ningún “después”, que tú fuiste el que salió a decir que el manual está obsoleto y periclitado! ¡Será de 1853, pero está más vigente que nunca! ¡Y que conste que el mío ha sido tan leído que ya está todo desencuadernado! Deja el celular, Eduardo Luis y mírame a la cara. Era una falta de urbanidad colosal que alguien le estuviera hablando a otro y ese otro continuara enfrascado en la lectura de un libro. Tú sabes, leyendo ahí y como quien oye. ¿Captas la imagen? Igualito a ahorita. Idéntico a cuando tú hablas con tus hijos y ellos tienen la mirada clavada en el iPhone, y como que te oyen mientras mandan un Whatsapp o una docena, y tú nunca sabes a ciencia cierta cuánto oyeron de todo lo que les dijiste.
– Tengo ganas como de llorar…
– No te preocupes. Yo también te dejo, estoy muy ocupada y tengo que trabajar.