De milagro, por Marcial Fonseca
Agradecido a la Dra. Aurelys López por la aclaratoria médica
Le avisaron por correo físico de que le habían aprobado el ingreso como custodio en la Cofradía de los Tesoros de la Iglesia, con sede en El Vaticano. Su título de teólogo nivel III de la Universidad Católica de Lima le estaba abriendo puertas; además, estaba convencido de que tenía habilidades especiales. Desde adolescente supo que estaba para miras elevadas.
Siendo un niño, estando en la mesa del comedor en el corredor en U de su casa, vio hacia el postigo del zaguán y percibió una sombra, alguien estaba llegando.
–Tres, –se dijo a sí mismo y después agregó–: más cuatro.
–Toc, toc, toc –transcurrieron unos segundos–: Toc, toc, toc, toc.
La visita no insistió y se fue. Luego lo invadió una desazón y dijo:
–Cuatro repiques y cuelgan..
–Ring, ring, ring, ring –repicó el teléfono.
En verdad que estaba sorprendido con estas habilidades; aunque sabía de donde provenían: era un asiduo estudioso de unos libros antiguos y raros que tenía su tío, este era un obispo de la orden pensante de la iglesia católica, los Jesuitas. Con él mantenía muchas conversaciones sobre temas religiosos, principalmente acerca del Cisma del 1504 que dio nacimiento a la ortodoxia griega oriental y al liberalismo occidental latino.
Su tío también le enseñó latín; y le facilitó unos pergaminos de uso interno de la institución católica. Entre ellos había uno del cual aprendió la sanación por imposición de manos, y le advirtieron que era un don muy especial con dos premisas muy claras; y le dieron un diploma que las contenía para que siempre las mantuviera presentes. Rezaba la primera línea, Numerus maximus miraculorum, 3; traducido: máximo número de milagros, tres; en la siguiente Teipsum salvans valet duobus miraculis; es decir, automilagrearse equivale a dos milagros.
Cerró los recuerdos porque tocaron la puerta de su oficina, le notificaron que viajaría a Roma en dos semanas, en ese tiempo debía preparar sus cosas y entregar sus responsabilidades a su adjunto.
Lo hizo y partió para Italia. El avión tuvo una avería y tuvieron que aterrizar en las islas Azores. Reemprendieron viaje y llegó a su destino.
Por su nivel y por su ya fama en la congregación, le dieron una muy vistosa bienvenida: lo esperaban dos arzobispos, tres obispos, doce sacerdotes y siete monjas. Luego de los saludos de rigor, se dirigieron al autobús que lo trasladaría a su destino final, el convento de San Antonio. Quizás por la hora, o por lo nublado o por impericia, el conductor chocó con un camión que ocasionó el volcamiento del autobús. Todos, menos el conductor que murió, estaban conscientes aunque unos en peor situación que otros. Entre ellos los dos arzobispos. Se propuso usar sus dones para salvar a los obispos, y los salvó. Cuando descansaba del esfuerzo físico y mental, se percató de que él tenía un contusión muy fuerte en su cráneo, y que empezaba a sentir un adormecimiento progresivo de sus miembros inferiores, típico de una diplejia; así que decidió autocurarse, y lo hizo. Quedó monopléjico. Curarse a sí mismo completamente equivaldría a dos milagros, pero el máximo son tres, y ya él llevaba dos.
Marcial Fonseca es ingeniero y escritor
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