De negociaciones, por Américo Martín
Pasada la mitad del año 2003 recibo en mi casa una llamada telefónica de José Vicente Rangel, a la sazón Ministro de la Defensa, con quien desde mucho tiempo no había cruzado palabras. Podría tratarse de una nueva chirigota de amigos que con frecuencia se anuncian con nombres extravagantes.
- ¿Quién llama?
- Hugo Chávez, Lucho Gatica, Pedro Estrada, Carlos Gardel, en fin…
Pero es tal el revuelto Coney Island de la política venezolana, que me extienden por si acaso el auricular.
En efecto, es José Vicente, su grave voz me resulta inconfundible.
- Necesito hablar contigo, me dice, agregando más o menos lo siguiente:
- Con tu experiencia creo que puedes ayudar mucho al indispensable diálogo para evitar desenlaces graves.
Me recibe con especial cordialidad en la Carlota, para entonces sede del Despacho a su cargo. Funcionarios y periodistas de su entorno lucen felices al verme. Aunque no ignoro lo que viene, no deja de sorprenderme el tono y contenido de sus palabras. Asegura que están dispuestos a negociar con la Oposición el total restablecimiento de la democracia, sin presos, censura de prensa, ventajismo o represión.
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Si a la luz de la tragedia en la que se nos ha sumido me preguntaran si había sinceridad en aquel José Vicente, sin jurarlo por este puñado de cruces respondería que en lo básico, probablemente sí. Porque a los negociadores no se les pide que sean virtuosos o amistosos, sino que respondan a sus respectivas causas en el estado en que en ese momento se encuentren. Antes de responder con la afirmativa por el éxito que alcanzaron, la pregunta no era: ¿Tú crees en la sinceridad del diálogo entre Nixon-Mao, Reagan-Gorbachov, Kissinger-Le Duc Tho o en el abrazo Bolívar-Morillo?
Sería iluso creer en abrazos y sonrisas cuando se juega el interés de países en conflicto, pero es sabio descubrir con densa y fría profundidad analítica la razón que los llevó a negociar con el adversario. Es obvio que en 2003 el gobierno de Chávez necesitaba negociar y podría estar inclinado a dar pasos importantes a cambio de algo. Lo favoreció el desgaste de la absurda huelga “hasta que se vaya Chávez” y la saturación de métodos y estilos extremistas. La anti-política comprometió los logros de la política.
En la actualidad el cáncer que corroe la armazón del Estado venezolano es más profundo que nunca. El gobierno no puede más; las horas corren en su contra. Sus columnas partidistas y militares se desgastan. Solo juegan a su favor la enloquecida división de la oposición y el retorno de los brujos de la violencia retórica.
Pero el fuerte vendaval puede arrollarlo. Nunca creí en invasiones militares foráneas por razones que ahora sobran pues la comunidad internacional no las incluye en su agenda. Por otra parte ignoro lo que suceda en la estremecida FAN, no obstante son azarosas las incógnitas. Tampoco se descarta la negociación. Para Maduro, hacerlo al abrigo constitucional es mejor que desafiar solidarias potestades mundiales, resistencias crecientes y multitudes desesperadas. Nadie puede engañar a nadie cuando se sabe hasta dónde alcanza el fuelle de los protagonistas.
Se advierten irisadas señales de cambio. Una inteligente conducción democrática tendrá el honor de superar este diabólico trance, salvar a Venezuela y dirigir la construcción de un sistema próspero y de libertades.
Eso sí: con voto y razón y no bota y ración.