De opositores a replicadores del autoritarismo, Luis Ernesto Aparicio M.

Si revisáramos la historia política de la primera década del siglo veintiuno, nos encontraremos con un panorama por demás interesante. Es el caso de la transformación o adaptación de proyectos y luchas políticas para abrir camino a las libertades que eran reprimidas por regímenes de corte dictatoriales que terminaban convirtiéndose en aquello que combatían.
Así tenemos que muchas personas y movimientos que se inician luchando por la libertad, la justicia o la democracia terminan, con el tiempo, reproduciendo prácticas que antes combatían. Este fenómeno ha sido ampliamente documentado tanto en la teoría política como en la historia.
El acceso al poder absoluto o sin mecanismos de control fomenta el autoritarismo, incluso en quienes luchaban contra esa forma de gobernar. De estos hay muchos detalles y ejemplos, siendo los más significativos los de Robert Mugabe en Zimbabue y Daniel Ortega en Nicaragua. El primero fue un líder de la liberación anticolonial, pero una vez en el poder, instauró una dictadura marcada por represión, censura y corrupción. Y el segundo luchó contra la dictadura de Somoza por la democracia; hoy encabeza un régimen autoritario.
Durante esa transición de perseguido a perseguidor, de defensor de los derechos de los ciudadanos a violador de esos derechos, el camino parece que es relativamente corto. Para eso, los transformados se basan, queriendo o sin querer, en elementos claves que trataré de mostrar en las subsiguientes líneas.
El primero es el poder sin límites ni contrapesos. El acceso al poder absoluto o sin mecanismos de control fomenta el autoritarismo, incluso en quienes luchan contra él. Ya conocemos los casos de Mugabe y Ortega, pero en a ellos los acompañan Fidel Castro, quien con su revolución intentaba conquistar las libertades que luego terminó eliminando.
Por otro lado, está la justificación moral del fin de los medios. Se empieza a creer que todo es válido si el objetivo es «superior» (la justicia, la patria, el pueblo). Revoluciones que usaron la represión como medio para alcanzar la «liberación», como la cubana y aquellos movimientos políticos que, al llegar al poder, eliminan opositores porque «entorpecen el cambio» (como sucedió con el chavismo en Venezuela).
Y por último la sacralización de la ideología o del lidere, en esta se sustituye el pensamiento crítico por la fidelidad incondicional al líder o partido. El ejemplo más directo en este caso es el del chavismo, donde el culto a la figura de Chávez justificó la persecución, el clientelismo y la erosión institucional.
Aunque actualmente no es el único caso, lo traigo a colación por la activa participación de un grupo de venezolanos que fungen como asesores, diríamos que íntimos, del gobernante. Se trata del caso de Nayib Bukele en El Salvador que ofrece un ejemplo contundente de cómo líderes que inicialmente se presentan como reformistas o antiestablishment pueden adoptar prácticas autoritarias similares a las que criticaban.
Lo más irónico es que algunos de sus asesores venezolanos, quienes –supuestamente– en su momento combatieron el chavismo, ahora parecen replicar estrategias que antes denunciaban.
Desde su llegada Bukele ha consolidado un modelo de gobierno que recuerda al de Hugo Chávez, pero mucho más rápido. En solo dos años, logró controlar la Corte Suprema y destituir al fiscal general, acciones que a Chávez le tomaron casi una década. Además, promovió reformas para permitir su reelección inmediata, pese a las restricciones constitucionales.
Figuras clave en estas ideas y el proceso es una asesora venezolana que anteriormente colaboró con líderes opositores al chavismo, algunos de los cuales se encuentran en «exilio». Estos mismos hombres y mujeres ahora forman parte del círculo cercano de Bukele, liderando un grupo que han importado tácticas de control político y mediático, diría que en la línea del régimen chavista.
Con estos asesores y Bukele, además de la muy criticada megacarcel, llega con una ley muy parecida a una llamada Ley de Fiscalización, Regularización, Actuación y Financiamiento de las Organizaciones No Gubernamentales y Afines, más conocida como Ley de Fiscalización de ONG. Esta misma ley, puede ser comparada con una ley similar en Venezuela, lo que quiere decir que estos asesores han encontrado en ella una solución que evite la presencia de organismos de apoyo para los ciudadanos.
La historia de Bukele y sus asesores venezolanos subraya la importancia de mantener la coherencia entre los principios defendidos y las acciones emprendidas. Como bien dijo Friedrich Nietzsche: «Quien con monstruos lucha, cuide de convertirse él mismo en monstruo.»
Este caso sirve como recordatorio de que la vigilancia ciudadana y el fortalecimiento de las instituciones democráticas son esenciales para evitar que los liberadores de ayer se conviertan en los opresores de mañana.
*Lea también: Cuando los líderes enloquecen, por Fernando Mires
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de prensa de la MUD
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