De parias, advenedizos y nihilistas, por Alejandro Oropeza G.
“Sólo la imaginación nos permite ver las cosas en su verdadero aspecto, poner aquello que está demasiado cerca a una determinada distancia de tal forma que podamos verlo y comprenderlo sin parcialidad ni prejuicio, colmar el espacio que nos separa de aquello que está demasiado lejos y verlo como si fuera familiar”.
Hannah Arendt: “Comprensión y Política”, en De la historia a la acción, 1995.
Cuando se observa el descomunal desastre y la destrucción de todos y cada uno de los componentes de la vida nacional venezolana, dos preguntas reclaman respuestas. Estas, las respuestas, pueden emerger como explicaciones del absoluto e inédito descalabro social, económico, institucional, político, cultural, etc., que padecemos, solo comparable con países que han sufrido una prolongada guerra. Esas preguntas son: ¿Qué fue lo que pasó? y ¿Por qué pasó?
Las respuestas a la primera de las preguntas planteadas se venían dando desde hacía muchos años, incluso sin que fuesen evidentes las señales de la debacle. Expertos, economistas, analistas políticos, sociólogos, antropólogos, académicos, abogados, ingenieros y pare usted de contar, advertían de las consecuencias que padecería toda, entiéndase bien, toda la sociedad nacional, si no se tomaban medidas y se corregía el rumbo que se entendía llevaría a la nación a una situación de profunda crisis sin parangón en nuestra historia. ¿La reacción, las respuestas? Todos también las conocemos.
Se acusaba a quienes alertaban en medio de aquel mar de bonanza petrolera de ser: lacayos del imperialismo, de derechas (como si el ser de tal corriente fuese sinónimo de quien sabe qué secta diabólica destructora de almas puras), traidores a la patria grande y soberana, entreguistas, lame botas, ciegos, ignorantes y el estar posesos por un espíritu maligno que solo la violencia exorcista de un Estado omnímodo podía expulsar de sus mentes. De lo que se concluye que en muy buena medida sabemos que fue lo que pasó; y, no solo eso, sino también lo que pasa hoy. Se conocen la infinidad, el universo de variables que sorprendentemente fueron necesarias articular para producir y generar una realidad que, si no fuese por lo dramático de su impacto, habría que aplaudir como un logro casi imposible de hacer realidad: la destrucción hasta los cimientos de un país medianamente próspero.
Veamos la segunda cuestión: ¿Por qué pasó?, esta quizás requiera detenerse un tanto y tratar de comprender los fines, las intenciones abiertamente manifiestas del procerato revolucionario para emprender tal cometido destructivo y no reconsiderar su afán.
Creo recordar a una ministra anunciar desde la tribuna de quien sabe qué des-institución (palabras más palabras menos) que antes de abandonar el poder dejarían el país en cenizas. Pues bien, ya lo podrían ir desalojando pues la segunda premisa está cumplida
Es válido traer el concepto de “paria” que Hannah Arendt toma de Bernard Lazare que, si bien está referido específicamente a los judíos es pertinente para nuestra revisión. Paria es aquel que prefiere mantenerse ajeno y distante del ámbito social antes que renunciar a su individualidad y a la tradición que soporta y fundamenta su vida, su sino. A la par, Arendt, conceptualiza al “advenedizo” como aquel que, con tal de no quedar aislado o marginado, renuncia y rechaza su propia identidad. El punto es que Arendt afirma que sólo un paria puede actuar políticamente. De donde se concluye que ambas posiciones, ante los hechos que ocurren en el ámbito de lo social, corresponden a reacciones que individuos y grupos de personas en función de sus intereses (ser y tradición), asumen ante las realidades que se suceden en el ámbito de lo público, de lo político.
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Pero, si esa posición de paria se prolonga en el tiempo, al pretender mantenerse ajeno a los hechos ¿Tarde o temprano no terminará por destruir a su individualidad y a su propia tradición? Es una posición que resulta ser muy peligrosa para quien pretende abandonar la esfera de lo político, lo plural y lo comunicativo y refugiarse en la exclusiva esfera de la intimidad o de la introspección. El segundo grupo, los advenedizos, a ciencia cierta lo que hace es vender su propia identidad para no quedar marginados y pierden la cualidad de actuar políticamente porque se disuelven en una masa reactiva que solo pretende la satisfacción de sus necesidades básicas, rindiéndose ante un Estado satisfactor.
Quizás estos últimos no abandonen absolutamente a esfera de lo político, pero, lo que tal vez sea peor, la rinden a los pies de quienes detentan el dominio político. Se niegan a sí mismos como ciudadanos y se disuelven en la masa
Ambas posiciones son ciertamente peligrosas para la evolución de cualquier sociedad bien que esta esté integrada en su mayoría por unos o por otros. ¿Qué tipo de sociedad podrá ser aquella en donde la mayoría se comporta como paria? ¿Cuál aquella compuesta por advenedizos? Pero más aún, si los segundos son una parte que apoya ciegamente, como masa, a un aparato que les arrebata la posibilidad de su acción política y secuestra sus capacidades de intercomunicación y relacionamiento con “el otro” ¿Qué persigue un Estado que pretende, como destino histórico, destruirlo todo? Convertir a toda la sociedad o a la gran mayoría de ella en advenedizos, en seres sin voluntad política y sin capacidad de comunicarse y reconocer al otro distinto.
De esta destrucción padecida en nuestra muy vapuleada Tierra de Gracia ¿alguien queda a salvo? Sólo los miembros de la neo élite dominante (quienes al parecer sólo tienen como atributo el ser parte de tal), poniendo un ojo muy crítico en su condición cierta de élite. Es necesario, entonces, comprender que ha sido intencional la extensión de un gran mal que afecta a todos y cada uno de aquellos que no son parte de esa neo élite.
Eso lo constatamos, por ejemplo, en la destrucción de aquellas gandolas cargadas de ayuda humanitaria para los más necesitados puertas adentro, en un puente de la frontera con Colombia; y cerca de ahí, mire usted, se encontraba la misma ministra referida previamente viéndolo todo, examinándolo todo; o bien recordemos a otra eminente prócer decir, refiriéndose a la misma circunstancia, que esa destrucción era sólo una pequeña muestra de lo que eran capaces de hacer. Bien, dice la máxima jurídica: a confesión de parte…. Eso es, sin cortapisas, ejercicio de “Terror”, ni más ni menos.
Es, según el profesor Galetto al analizar el totalitarismo arendtiano, un mal que se inflige a los inocentes, es un mal gratuito y sin sentido y, más aún, sin objetivos políticos. Es un mal que se causa: ¡Por que me da la real gana, y qué!
Así vamos llegando a los nihilistas. Pero, ¿qué es un nihilista? Bien, es alguien que niega todo principio religioso, político y social o de fundamentos morales. Hannah Arendt, identifica tres tipos de “locura nihilista”, pero nos interesa acá la tercera que la autora trabaja: es la locura (se debe tener muy claro que están locos) de la gente que se ha propuesto producir la nada. Pero, resulta ser, que la nada no puede fabricarse. Sin embargo, en aquel inútil esfuerzo por generarla en el seno de una sociedad o en un Estado, se acumula aniquilación sobre aniquilación. Ese objetivo de la locura nihilista supone consecuencialmente, la pérdida absoluta del sentido común. Hay que tener, efectivamente un alto grado de locura y uno muy bajo de sentido común para proponerse y consumar la destrucción de una nación entera.
Pero, queda un cuarto tipo de individuo, aquellos que no abandonan la esfera de la responsabilidad de sus acciones políticas: los ciudadanos. Los regímenes más perversos en la cúspide de las tiranías son los totalitarios, los cuales tienen como una de sus raíces de soporte la renuncia por parte de la sociedad a la acción pública por parte de los grupos de interés de esa sociedad. Ese abandono es el abono más nutritivo para los regímenes del terror y la presencia y la recuperación en y de esos espacios, el mecanismo más eficiente para hacerle frente a esas tiranías.
Nuestra sociedad está activa en ese espacio público, ocupando con responsabilidad y valentía ese ámbito, luchando por ejercer sus acciones políticas a través de una praxis que había perdido su espacio natural. Debe haber, tiene que existir una correspondencia necesaria e indispensable entre la acción responsable de esa sociedad, ejerciendo su accionar político y batiéndose a muerte por su futuro; y un liderazgo político responsable y honesto y con una dimensión de acción necesaria y también indispensable que se adecue a los momentos que reclama todo el país para hacer historia.
No puede pretender ese liderazgo emergente, aislarse de la sociedad, apartarse de la crítica y hacer oídos sordos a los requerimientos que proceden de esa sociedad que les legitima y valida. Los pactos sociales que generan la evolución de los sistemas políticos surgen en el ámbito de lo público que es el espacio de la sociedad. Los pactos producto de conciliábulos ocultos y que creen ser depositarios de verdades absolutas a espaldas de la sociedad, llevan adheridos aquella locura nihilista que lo destruye todo buscando la nada.
No necesita nuestra sociedad ni parias, ni advenedizos y mucho menos nuevos locos nihilistas buscando la nada
WDC