De qué estamos hechos, Luis Ernesto Aparicio M.
La respuesta a la pregunta de qué constituye la esencia del ser humano tiene diversas facetas. Para algunos, somos polvo esculpido por un ser todopoderoso; para otros, la ciencia revela que somos polvo de estrellas. En esencia, la composición humana se basa en elementos químicos, siendo el 99% de nuestra masa corporal una amalgama de oxígeno, carbono, hidrógeno, nitrógeno, calcio y fósforo, moléculas que construyen tejidos, células y órganos.
Pero nuestra complejidad se profundiza al considerar sistemas biológicos como el nervioso, circulatorio y digestivo. Sin embargo, al aventurarnos más allá de la mera composición química, surgen aspectos biológicos, psicológicos y sociales que definen nuestra individualidad y colectividad.
En el ámbito social, las complejidades de las interacciones humanas generan conflictos, desde malentendidos culturales hasta tensiones ideológicas y religiosas. Las ideologías políticas y religiosas, junto con la desigualdad económica, destacan como elementos cruciales en la configuración de tensiones sociales. En muchas regiones del mundo, estas diferencias han perdurado y continúan siendo fuentes de conflictos.
Las ideologías, a menudo vinculadas a antiguos dogmas, son gérmenes de discordia en el siglo XXI. Las divergencias en valores fundamentales y la presunción de poseer la verdad generan tensiones sociales. La conjunción de aspiraciones políticas y religiosas expone la verdadera naturaleza humana, eclipsando la igualdad química al imponer una falsa superioridad.
La historia está marcada por atrocidades perpetradas en nombre de creencias, desencadenando la bestialidad que tanto criticamos. El mundo actual no está exento, con conflictos en Armenia, Ucrania, Gaza, Sudán, Siria y más, evidenciando la brutalidad de la humanidad.
La gestión efectiva de estos conflictos exige promover la comprensión, el diálogo y la colaboración entre grupos sociales diversos. Abordar las inequidades subyacentes mediante educación, empatía y valores como la justicia social y la igualdad se erige como una ruta para forjar un futuro más armonioso.
*Lea también: ¿Potencias dialogantes?, por Félix Arellano
En nuestro mundo, hoy, parece que se están configurando una serie de condiciones que producen esa sensación de que en el horizonte se puede avistar el riesgo del combate, del arrebato, de la agresión y la destrucción. Significativos cambios en el rumbo político de algunos países garantes del equilibrio pueden simbolizar el desbordamiento del, hasta ahora, mediano respeto por los derechos humanos. El alto número de muertes y desplazados no tiene comparación con ningún otro momento bélico de las últimas décadas.
Sin embargo, somos más que materia y guerra. La mayoría de nosotros posee una capacidad innata para la razón y el entendimiento. A pesar de los llamados a la guerra y al exterminio de algunos que se autodenominan líderes, la mayoría de los seres humanos somos racionales y capaces de buscar y encontrar la paz necesaria.
En un horizonte marcado por el riesgo de conflictos y agresiones, recordar y aprender de eventos pasados se torna crucial. La última reflexión nos insta a la responsabilidad colectiva en la construcción de una sociedad más justa, donde la verdadera esencia humana, más allá de su composición química, se exprese en la empatía y el respeto mutuo.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de Prensa de la MUD
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo