De qué se compone la descomposición, por Carolina Gómez-Ávila
Twitter: @cgomezavila
En principio, de expectativas. Las de la población cada día parecen estar más determinadas por ideas religiosas. Hablan de fe, piden piedad, reclaman venganza, desean el infierno, oran por milagros.
En algunos casos cumplen preceptos católicos, en la mayoría apelan a un pasticho de base cristiana (católica o evangélica) relleno con mucho voluntarismo y arropado con lo que les presten. Y les prestan cualquier cosa, desde ideologías, pasando por doctrinas esotéricas hasta seudopsicología.
Para ellos la unidad política se aprecia como la de una familia, como la de una fraternidad o, peor, como la de una sociedad comanditaria, donde se espera que todos los asociados sean solidariamente responsables de lo que haga cualquiera de sus miembros, lo haya consultado con el resto o no, lo haya aprobado el resto o no.
Por eso, cuando uno de ellos roba, todos son acusados de ladrones y cuando uno de ellos traiciona, todos son tratados como traidores.
*Lea también: Crónicas sociales, por Marisa Iturriza
Al final, una simple falacia de composición nos descompone: concluir que algo se cumple para un grupo si se cumple para uno o varios de sus integrantes.
Lo peor es que esta falacia de composición construye víctimas, o sea, personas tristes e iracundas. Y con el ánimo deprimido cualquiera está disminuido en su capacidad para aportar su esfuerzo a una solución común.
Si después de cada traición concluimos que todos los miembros de un grupo son igualmente traidores, nos quedamos sin quienes nos representen en la lucha por retornar a la democracia. Nos convertimos en almas en pena que necesitan de un prodigio divino, nos sometemos a lo mágico-religioso.
Mientras más cifremos nuestras esperanzas en un líder que no vemos, de quien pretendamos portentos sin que nos decepcione, más vulnerables seremos a promesas falaces y a estafas multitudinarias. Como pasó hace 23 años.
No es posible acabar con esta necesidad religiosa de un milagro por lo mismo que no es posible acabar con las apuestas en épocas de alarmante pobreza. Pero sí podemos comprender que somos más fáciles de manipular cuanto más perfección esperemos de los otros en épocas de gran necesidad.
Por definición, solamente los partidos políticos pueden articular las necesidades del pueblo ante el poder. No lo hacen los empresarios, no lo hace la Iglesia y no lo hacen los medios de comunicación porque ellos ya están en el poder, son poderes fácticos. No lo hace quien nos gobierna ni los militares porque se han empeñado en destruirnos.
Así que son estos partidos, esos mismos que están en una situación penosa, los únicos a los que podemos apoyar en el retorno a la democracia.
La próxima vez que un político nos haga una trastada —y estoy segura de que nos esperan muchas— intente no despotricar de todos. Por lo mismo que, después de los cuernos, no le conviene gritar que todas las mujeres, o todos los hombres, son iguales.
Carolina Gómez-Ávila tiene más de 30 años de experiencia en radio, televisión y medios escritos y escribe sus puntos de vista como una ciudadana común.
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo