Deambulando por los pasillos del Louvre, por Valentina Rodríguez

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La única vez que he estado en el Museo de Louvre de París (Francia) –espero volver, pronto– fui buscando a la reina del lugar, La Mona Lisa de Da Vinci, al llegar a la sala la cantidad de gente y de cámaras fotográficas de todos los modelos y tamaños me paralizaron y no entré. Vi a la enigmática mujer desde lejos y seguí caminando.
Deambulando por los pasillos llegué a dos lienzos que sí pude observar con la poca calma y tiempo que te permiten en un lugar tan transitado como ese, el primero fue La balsa de la Medusa (1819) de Géricault. La primera vez que vi esta pintura fue en la película Más allá de los sueños (1998) de Vincent Ward, cuando el protagonista de la cinta desciende a los infiernos.
El lienzo está inspirado en el naufragio de la fragata francesa «Medusa», en julio de 1816, y en la desesperación de los sobrevivientes, quienes debieron soportar el hambre, la deshidratación y la intemperie, «todo por la negligente navegación del capitán, un oficial naval que obtuvo el puesto por razones políticas», reseñan los libros de historia. Es impactante el detalle de los cuerpos, la representación de la tragedia, la desesperación y el desamparo.
Luego llegué a la máxima obra del pintor galo Eugène Delacroix (1798-1863), ícono de la pintura romántica, que este año arriba al 195 aniversario de su creación: La libertad guiando al pueblo, esa maravilla inspirada en las jornadas del 27, 28 y 29 de julio de 1830, en París; símbolo universal de la lucha por la libertad y la democracia.
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Al estar frente al lienzo, te atrapa la mujer vestida de blanco y con una bandera tricolor, rodeada de hombres, de distintas clases sociales, que atienden a sus directrices y señales. El cielo nuboso y el paisaje brumoso y humeante que muestra el fondo de la pintura es una escena que no recuerdo haber detallado en aquel momento, pero sí haberla visto, varias veces, en otra ciudad, en otras revueltas, en otras insurrecciones.
Deambulando por los pasillos del Louvre, tras la frustración de no poder disfrutar del retrato más famoso del mundo, me topé con dos obras que no estaba buscando, pero que sin duda me marcaron; dos pinturas estremecedoras, que acercan al espectador a episodios determinantes en el cambio de rumbo de la sociedad occidental, del ejercicio del poder y de la determinación del soberano; dos pinturas que se suelen recordar todos los 28 y 29 de julio.
Valentina Rodríguez es licenciada en comunicación social y magíster en arte contemporáneo.
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