¿Dejaremos ganar al autoritarismo?, por Simón García

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La política es acción, fuerza y consentimientos. Su realización democrática se produce a través de los partidos como organizaciones de expresión, representación y satisfacción de intereses de los ciudadanos, tomados en conjunto o sectorialmente.
Además de la política/política de los partidos para obtener el poder, se encuentran otras modalidades de política que buscan canalizar y dar respuesta a demandas concretas para vivir mejor en determinados sectores o ámbitos de la sociedad. Esa es la política desde lo cívico, cuyos realizadores actúan como ciudadanos más que como militantes de partido, en el caso que lo sean.
En condiciones democráticas la política por el poder intercambia sus valores y ajusta sus ideales con la política para vivir mejor que surge en torno al trabajo, la cultura, el deporte, la ecología, los derechos de genero o cualquier tema para convivir dentro de la ampliación de cuotas de desarrollo humano.
En condiciones de restricción o ausencia de democracia, la política dominante se concentra en la vigilancia, coerción, control y represión de toda actividad o pensamiento que ponga en riesgo la perpetuación de esa dominación. Se impone una monopolización autoritaria del poder para anular y destruir la democracia: la artillería gruesa se concentra en acabar con la división y autonomía de los poderes; imponer la indefensión del ciudadano ante el Estado y reducir o eliminar el derecho al voto.
En ese cuadro de autoritarismo, selectivo o totalizante, los hábitos, conductas, reglas y valores democráticos adquieren una relevancia diferente al rol que cumplen en situaciones democráticas: su permanencia levanta la vigencia de la democracia ante los abusos del poder. Es trinchera contra el despotismo y presión irreductible hacia la libertad.
La forma personal más activa de contener y doblegar el plan autocrático para desmantelar principios como el voto o el pluralismo consiste en ejercerlo en todos los momentos y lugares en los que se deba.
Las elecciones son el evento que mejor demuestran la ilegitimidad de los regímenes autoritarios y hacen patente el rechazo colectivo y activo al régimen a escala del país. No sólo como un valioso recurso de protesta sino como el empeño de articular día a día la voluntad de oponer al régimen una alternativa inclusiva de cambio.
Voto y propuesta alternativa unidos en lo nacional y en las peculiaridades regionales que pueden brindar posibilidades de alianzas que impulsen las coincidencias en el mundo del descontento que crece en bases del chavismo.
El 28 de julio condujo a que la movilización, organización y decisión ciudadana triunfara frente a un aparato de Estado con poder para todo, menos para influir en la gente. Se produjo una rebelión de los votos como desobediencia activa en la que los ciudadanos se negaron a hacer lo que al Estado le convenía: acabar con el voto directo y universal y sustituirlo por decisiones de segundo y tercer grado, producidas en Asambleas controladas por un Estado Comunal que desplace al Estado social de Derecho.
Esta es la elección fundamental en el proceso que conduce el gobierno. Allí no hay lugar para la omisión que permita que el gobierno se apodere de todas las instituciones de poder que deberían estar más cerca de los ciudadanos y que en el esquema autocrático se ponen al servicio de cúpulas que quieren actuar sin obstáculos ni resistencias con propósito.
En las distintas oposiciones políticas existen motivaciones y razones para coincidir en evitar la prolongación y extensión del autoritarismo centralista a los niveles locales y regionales. Las diferencias sobre los medios sólo podrán armonizarse cuando se construya una estrategia común sobre el cambio y los dirigentes dejen de tener planes dentro de los planes.
Ninguna de estas diferencias pueden abonar para concederle nuevas ventajas a las cúpulas oficialistas que se proponen logra la división de la oposición y que entre ella se decrete una guerra a muerte como si María Corina, Rosales, Ramos o Capriles fueran el enemigo a vencer. Los propósitos sin sentido de desatar un exterminio entre partidos minoritarios no pueden ser un fin de nadie distinto al gobierno.
La primera reivindicación de la democracia es votar. Pero no sólo eso. Aprovechar la corta y sitiada campaña electoral para construir coincidencias, para apoyar movilizaciones como las que se están realizando en torno al salario o mejoras en las condiciones de vida de la gente. Y hacerlo con medios y acciones que consoliden, desde abajo, vivencias, relaciones y valores que generen más ciudadanos libres de la cultura autoritaria, negadora de derechos y excluyente de los que piensan diferente.
Las batallas contra la imposición del modelo de sociedad autoritaria exigen no abandonar la lucha en ninguno de los terrenos donde ella se escenifica, incluido el plan del régimen de ganar unas elecciones sin presencia de competidores. Los logros electorales y no electorales obtenidos el 28 de julio no se pueden ni ignorar ni sustituir una cómoda ausencia del desafío electoral a las fuerzas democráticas.
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La participación electoral del 28 de julio demostró el poder del voto para deslegitimar al régimen. Hay que insistir en esa vía porque las fuente de legitimación del régimen y de la oposición son hoy distintas, para el régimen es su fuerza represiva y para las opciones de cambio es el voto.
La abstención nos pone a perder en lo electoral, en la acción social y en activar útilmente la indignación, la protesta y la conciencia democráticas.
No podemos dar un paso más hacia la pérdida de la República democrática por la convicción que el poder desconocerá triunfos opositores. Tampoco hay que dejar de pensar críticamente, o abandonar las iniciativas para rescatar los salarios y las pensiones porque Maduro desconozca esos derechos.
Simón García es analista político. Cofundador del MAS.
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