Del altar a la tribuna: Banalización política de la fe, por Rafael A. Sanabria M.

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Me dirijo a la comunidad de fe y a los ciudadanos de Venezuela desde una profunda convicción: la reciente elevación de José Gregorio Hernández y la Madre Carmen Rendiles a los altares constituye un hito de trascendencia espiritual que, lamentablemente, ha sido susceptible de una peligrosa y predecible politización.
Este domingo de canonización, concebido como un espacio de silencio reverente y júbilo teológico, se ha visto ensombrecido por una cacofonía impropia: la in serción de lo sagrado en la lógica táctica de la fractura nacional. Tal fenómeno no es solo causa de tristeza personal, sino un objeto de seria advertencia ético-teológica que merece un análisis más profundo.
El advenimiento de nuestros primeros santos canonizados representa un milagro de unidad al tocar la fibra más íntima de la identidad venezolana, constituyéndose en un bien común que trasciende cualquier adscripción ideológica. Es precisamente por su carácter de patrimonio espiritual colectivo que su instrumentalización resulta especialmente dolorosa.
Hemos observado este proceso de apropiación desde dos frentes distintos, aunque convergentemente erróneos:
- Desde la esfera gubernamental: El decreto de asueto, si bien formalmente benigno, se percibe como una maniobra de asociación estratégica que busca legitimar la gestión de turno a través de la cooptación de la gracia divina y el fervor popular. Esto representa un intento de imbricar el poder temporal con la autoridad espiritual, buscando un capital simbólico que disfraza la gestión política con el manto de la providencia.
- Desde la esfera opositora: La misiva política que utiliza la canonización para exigir un «nuevo milagro de libertad» funge como un acto de instrumentalización para la presión. Al fundir la súplica espiritual (el «milagro») con la agenda partidista (la «libertad» entendida como cambio político inmediato), se desvirtúa el propósito de la fe, convirtiéndola en una herramienta de movilización y crítica coyuntural.
Ambos enfoques, si bien disímiles en su intención inmediata, incurren en la misma falacia teológica y ética: la reducción del acto de fe a una categoría de medio. La liturgia del domingo, con su lectura sobre la viuda importuna y la perseverancia de Moisés en el monte, nos recuerda que el verdadero poder reside en la fe sostenida y la oración incesante y no en la eficacia del cálculo humano o la estrategia política.
Reducir la canonización a una plataforma de propaganda o a un instrumento de lucha es una profunda banalización. Es desviar la visión del Santísimo Sacramento hacia la tribuna política, es permutar el recogimiento por el grito faccioso. La fe, en su esencia inmutable, no puede ser vendida ni prestada para mejorar la imagen de un gobierno, presionar a un adversario o cosechar adeptos.
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La lección de José Gregorio Hernández y la Madre Carmen Rendiles es de vida y caridad desinteresada, un testimonio que debe actuar en la conversión interior del ciudadano, sin la mediación interesada del cálculo político. El milagro que Venezuela clama no es aquel dictado por líderes o decretos; es la metanoia de los corazones, la cual, por sí misma, nos hará merecedores de la paz cívica.
La máxima es clara: la fe no es un medio para nuestros fines temporales. Si buscamos la justicia y la sanación de la nación, debemos cuidarnos de la tentación de convertir a Dios en una herramienta. Nuestro único y trascendente fin es Él.
Rafael Antonio Sanabria Martínez es profesor. Cronista de El Consejo (Aragua).
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