Del bien común, por Américo Martín
Autor: Américo Martín @AmericoMartin
A los hombres no se les debe juzgar por sus declaraciones de virtud
Maquiavelo
Buscando una explicación a los denodados sacrificios que acarrea el hacer político, Santo Tomás, el más brillante de los teólogos escolásticos, sostuvo que su fin último es “el bien común”. Parece simple pero esa definición puede servir a la unidad de lo diverso, sin la cual nada importante puede lograrse. Aunque con la modernidad la idea del “bien común” luce insustancial, la rescato ahora en lo que me parece inderogable y de sentido práctico. Toda la humanidad tendría que unirse para lograr, por ejemplo, revertir el cambio climático: es un fin común aunque la hipótesis sea extrema.
En la Venezuela de Maduro, presenciamos la demolición más impresionante que pueda imaginarse, difícil es dar con el fin común entre los aspirantes a la perpetuación y la mayoría que exige un cambio democrático y lucha por libertad en prosperidad llevando en la piel el dolor de los que sufren. En fin: un país civilizado, productivo, creativo, con alto nivel de vida, capaz de hacer posible la convivencia y la convivir y la tolerancia. La causa de Regiones que crecieron a velocidad de crucero, haciendo posible lo imposible.
En Política no parece haber imposibles. En República Dominicana se ha trabajado por un acuerdo eficaz, cimentado en la necesidad. Una parte “necesita” democracia, libertad y desarrollo, y la otra evitar que el incendio desatado por su gestión abrase proyecto y delirios; que la venganza tome el lugar de la justicia y el puño el de la mano tendida.
Aunque se confrontan antagonismos reales un acuerdo mutuamente satisfactorio sería tan posible como las necesidades que lo fundamenten. Los “alumbrados” de la Edad Media ardían en las llamas. Decían comunicarse con Dios mediante éxtasis y fingidas revelaciones. Llamábanles “alumbrados con las llamas de Satanás”. Hablar con pájaros y mariposas sería pues una reminiscencia tardía. Si Maduro optase por salir del poder abrigado por las garantías constitucionales y la probable flexibilidad del mundo que hoy lo cerca, la negociación nos habría dado con un fin común: el cambio pacífico y normal. La democracia plena sin más sangre.
¿Aceptarán perder el arma que supuestamente los resguarda de sus víctimas? Demostrado está que no han hecho sino jactarse de lo contrario. No obstante, no puede creerse a pie juntillas en las declaraciones de virtud de políticos en apuros. ¡Que hable pues la realidad! El punto no sería cómo se gana más sino cómo se pierde menos aferrándose a la Constitución o alzándose contra ella y el mundo. Que esa disyuntiva puede estar presente en el oficialismo se descubre en su inflada retórica, maliciosamente purificada en el agua bendita de la paz. Si se trata de propósitos sinceros ¡firmen sin más el acuerdo dominicano e iluminen democráticamente la sucesión presidencial! Más saludable la Constitución que la ciega turbamulta, en su legítima protesta.
De cerrarse a piedra y lodo los canales legales, la solidaridad universal acompañará la respuesta posible de la Nación unida. Paz y libertad serán su bien común
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