Democracia representativa, por Américo Martín
Escucho al vicepresidente del PSUV, Diosdado Cabello. Está comparando la “revolucionaria” democracia directa con la “reaccionaria” democracia representativa. Por la importancia del personaje y porque el tema lo merece, pongo cuidadosa atención a sus palabras. Diosdado bifurca el río: por principio desconfía de la utilidad de las elecciones, no cree en sistemas basados en el voto. Los agitadores electorales –dice- arman violentas trapatiestas para que grupos de follones mandados por ellos pesquen el poder abriéndose paso en la confusión.
Desde el siglo XVIII la autoridad intelectual de enciclopedistas e iluministas resolvió el trascendental tema de la residencia de la soberanía. ¡Reside en el pueblo! fue la idea emergente ¡Ya no más monarcas absolutos ni autócratas envanecidos! Esa convicción se hizo parte de la cultura occidental regada con la sangre de las revoluciones francesas (1789, 1830, 1848,1872) y la de la Independencia de EEUU.
La función de la derecha consistirá, según Cabello, en inhibir el despliegue de la democracia directa, oponiéndole el sufragio. La idea es dejar las cosas donde siempre han estado, ¡Y que nada cambie!, remataría en su Gatopardo Giuseppe Tomasi, príncipe de Lampedusa.
Resulta que en los días siguientes al triunfo de Chávez sobre Salas Römer, mi amigo Manuel Quijada me invitó a almorzar. No entendía que alguien de mi reputación no se entusiasmara con la victoria del audaz barinés. Está interesado en lograr mi respaldo a una causa en la que no creo; ha sido ministro en el gabinete de Herrera Campins y no es un improvisado. Decido debatir afectuosamente con él.
La novedad de Hugo, arranca Manuel, es que por primera vez aparece un serio defensor de la democracia directa. Todos los demás siguen atados, más allá de su talento, a la falaz democracia representativa.
Pero dime Manuel, ¿consideras viable la gobernanza de todos al mismo tiempo?
Sí lo creo, responde sin desconcierto aparente.
Es decir, que le parece posible discutir minuciosamente reuniendo al soberano en una plaza donde quepan millones, todos con derecho a voz.
No irían millones…
No es solo eso. La complejidad de la agenda gubernamental pide más expertos en oficinas no ruidosas en lugar de presencias masivas y ruidosas. En el famoso Ágora ateniense se decidía el ostracismo de jefes célebres mediante tablillas para el sí y el no. Un asunto grave pero de trámite sencillo. ¿Cómo decidir mediante tablillas sobre guerra y paz, alianzas, gestión ordinaria, epidemias, orden público? La democracia directa de Pericles es otro mito, sin dejar de ser una excelente democracia.
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Los discursos del gran arconte y de los jefes del partido democrático han sido deslumbrantes. Agradecida, la historia ha dejado que sin especial rigor cubran con el nombre de democracia directa las estupendas innovaciones promovidas por los jefes del partido democrático en la organización de la justicia y la sociedad. Pero mejor déjame comentarte las paradojas de la democracia, según Norberto Bobbio. Explican por qué la única democracia factible es la que desprecias: la representativa. Salvo en muy pequeña escala –un condominio quizá, y solo para asuntos del vivir cotidiano cabe imaginar sociedades de democracia directa.
Mencióname solo dos de esas paradojas, no sea que perdamos el almuerzo.
Muy bien, va la primera: la democracia eleva las expectativas de mejora social, para satisfacerlas se crean órganos especializados con gente escogida por sus destrezas técnicas. Es una minoría especializada que ensancha la burocracia. Es esa la primera paradoja: al aumentar la democracia aumenta la burocracia y consecuencialmente se vuelve a reducir la democracia, ¿Voy con la otra, Manuel?
El tiempo se nos fue. Mejor dejémoslo ahí.
Por desgracia mi amigo Manuel ya no está con nosotros, el debate se interrumpió sin remedio.
¿No querrá Diosdado continuarlo o enviar un delegado suyo a representarlo? Sería otra válida evidencia de la curiosa policromía de la democracia representativa.