Démonos a Venezuela dándonos al campo, por Rafael A. Sanabria M.
Durante las primeras décadas del siglo XX, cuando se dan los primeros pasos para el establecimiento de la educación rural en Venezuela, se lanzó una divisa repetida: “Démonos a Venezuela dándonos al campo”, lema que lucía en el frontispicio de las escuelas normales rurales y granjas, una frase que quedó en el recuerdo.
Hoy estamos sumergidos en una profunda crisis cultural, económica, política y social, donde muchos estudiosos le dan la lectura que mejor les parece de acuerdo a su ángulo ideológico. Pero el asunto no es buscar culpables, cuando sabemos que los culpables somos nosotros mismo, que permitimos que se ejecuten acciones que nos benefician a ratos, pero que no abren brechas a futuro.
No podemos seguir creyendo que el oro negro nos va a seguir dando las comodidades a las que estamos acostumbrados. Ya la gota de petróleo se agotó. Las cornucopias de la abundancia de nuestro escudo fueron malgastadas sin ver atrás. No caben lamentaciones, pues hay que meterle el hombro a la presente realidad.
Hay que volver al campo, pero primero hay que educar al pueblo y para eso es necesario transformar el contenido educativo. No podemos creer que de la noche a la mañana el venezolano se volcará al trabajo del agro, cuando se le acostumbró a darle todo (irónicamente, a condición de que no estuviese en el campo). Sólo con educación se puede transformar este panorama de abandono en que se encuentra el campo.
*Lea también: Maduro y su régimen: asesinos, por Pedro Luis Echeverría
Cierto que no disponemos de una enorme cantidad de tierra de primera clase como Argentina, pero sí tenemos suficientes zonas de rica tierra con la cual podemos producir todo el alimento necesario y aun exportar. Acometamos esto con sentido de efectividad. Pero desgraciadamente la agricultura venezolana sigue siendo una de las actividades más retrasadas del país.
En estudios recientes se habla de un nivel de productividad espeluznantemente bajo. Eso se debe a causas que conocemos: la forma de cultivo, la abundancia del minifundio y a la escasa preparación técnica que tiene nuestro campesino, quienes más que conocimientos tienen una especie de mitología agrícola.
El ministerio de educación ha lanzado su repetida divisa “todas las manos a la siembra”, muy propicia, pero debe hacerla realidad. No basta con sembrar en un envase una semilla, hacer un cantero que sólo se queda en el cumplimiento del programa, que no trasciende más allá. Por otro lado el otorgar créditos de excesivas cantidades de dinero a cooperativas, comunas y consejos comunales para la siembra en grandes extensiones de tierras en las que lo único que nace es pasto, fue un terrible y costoso fracaso, sin aparente intención de enmendar.
Para avanzar el Estado debe reconocer que ha malgastado mucho dinero en empresas estériles, pero guarda silencio para proteger al revolucionario capitalista. Al parecer no hay inspección y evaluación de lo propuesto. Simplemente se debe estar claro que a quienes se han encargado de la gerencia de los núcleos de desarrollo endógeno no tienen ni el mínimo conocimiento de lo que es administrar y hacer producir para todos. Parece que tampoco abunda la honestidad ni el empeño por alcanzar logros.
Basta observar a lo largo de la autopista regional del centro los terrenos que se habilitaron para el cultivo que iban a generar los alimentos a Venezuela y si acaso hay es monte y culebra. ¿Dónde está el inmenso capital invertido allí? ¿Qué pasó con la supervisión de esos proyectos?
Sin duda que es una muy buena intención el sembrar en las mentes fértiles de los jóvenes el deseo por cultivar, pero el meollo de la situación es proponer como Estado políticas agrícolas de asistencia técnica y económica que vayan dirigidas al pequeño y grande productor quien ha sido consecuente en su trabajo agrícola.
En cuanto a educación se deben aperturar escuelas granjas, escuelas técnicas agropecuarias, formar ingenieros agrónomos, peritos agropecuarios.
En fin, Venezuela necesita de este personal para levantar con bases sólidas nuestra agricultura, porque el detalle está en generar independencia, no seguir dependiendo de otros, pues si no seguiremos siendo el patio trasero de otros países, que aun no teniendo los recursos que nosotros tenemos han sido capaces de producir sus propios rubros.
Somos responsables por abandonar el campo para venir a la ciudad en busca de mejoras socio-económicas, y dejamos la tierra a un lado. Hay que sembrar o si no estaríamos esperando que otro siembre para comer nosotros.
Si ayer no sembramos el petróleo, sembremos hoy el campo.