«Desarraigos» de María Elena Corrales: Una poética de la pertenencia fracturada

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… “ presentíamos una soledad distinta,
a la deriva en la inmensidad de unos llanos que no la pueden contener”.
“Desarraigos”: María Elena Corrales. 2024.
Autor Alejandro Oropeza G.
En su ópera prima: Desarraigos, María Elena Corrales reta a iniciar una travesía íntima y desgarradora a través de una mirada frontal a los espejos donde se escurren los lamentos del alma de quienes partimos de muchas maneras de casa; por lo tanto, vamos de los pasos peregrinos a la humanidad diletante de los abismos de las ausencias; de la amenaza de la pérdida de la memoria que vuela en los ecos de la nostalgia dolorosa que crece en el pecho vacío, a retejer con las agujas de la esperanza ciega la reconstrucción de la identidad de algo recién nacido.
Desarraigos no es una obra que se agote en la experiencia del exilio, la partida, el desplazamiento o la tristeza — referentes capitales —, como furias incontenibles de la pesadilla de las lejanías; no, va mucho más allá, se remonta a una meditación poética y, por tanto, desgarrada de lo que ocurre cuando el universo emocional tibio y seguro donde pacíamos los tiempos, y nuestras raíces físicas e históricas, familiares y cotidianas, son inmisericordemente arrancadas y puestas allá… en un lejos indiferente pero implacable que comienza a latir al borde de la ilusión.
Desde el título: Desarraigos, simple, directo y evocador, Corrales deja claro que su obra no pretende disimular u ocultar heridas, sino explorar y sacar a luz una atmósfera que aprisiona y dificulta la respiración de los acertijos que tiñen la piel de distancias, con delicadeza y lucidez, pero, sin concesiones.
El desarraigo, esa saudade indescriptible, más que sensación puntual que acosa, es traído como dolor sordo que atenaza el pensamiento, es expuesto a los vientos ajenos como condición existencial que afecta no solo a quien migra y se ve forzado a dejar su tierra, sino a cualquiera que haya experimentado la pérdida de otro, de un lugar, de una lengua, de una certeza de vida o, más aún, de la simple posibilidad de una continuidad pacífica. Este universo inconmensurable cobija la temática y da licencia para que Desarraigos conecte con múltiples lectores, más allá de contextos y referencias específicas.
Destaca, al adentrarse y dejarse subyugar con la demoledora atmósfera de los relatos, el cuidado del lenguaje. Corrales escribe con una economía expresiva conmovedora. No hay exceso inútil ni artificio vano: cada palabra parece elegida con precisión, como si supiera que en la contención habita una intensidad más profunda que busca ecos para dialogar sin premisas falsas. Esta maravillosa sobriedad estilística, lejos de enfriar el texto, lo potencia. Entonces, adquieren verdadera y justa dimensión las imágenes reflexivas que nos llevan de la mano para reconocer y encontrarnos con la sensación a… y con el sabor de… miradas ávidas buscando horizontes en los que no es posible olvidar ni imposible el reconocerse. Son imágenes claras, a veces dolorosas, siempre vívidas, que iluminan la complejidad íntima del duelo migrante, del desamparo y de la ilusión.
La estructura de Desarraigos merece especial atención. Si bien los textos oscilan en su estilo de composición entre la narrativa y la prosa poética, echando mano al diálogo como argumento expresivo, su disposición no es azarosa. Se aprecia una cadencia interna, una arquitectura emocional que guía y permite al lector avanzar por estaciones de pérdida, extrañamiento, resistencia y, finalmente, reconciliación parcial o sugerida.
Estos mecanismos expresivos operan sobre dos dimensiones de base que sustentan la construcción del discurso: la esperanza, en primer lugar, como contrapartida de la realidad abrumadora que somete y despliega sus alas sobre esa inevitable verdad expuesta; en segundo lugar, la nostalgia que aparece como hilo salvador en este complejo laberinto que reafirma sucesivamente presencias, ausencias y disonancias que vienen y van marcando e imponiendo su estigma decisivo sobre los personajes.
Es una travesía fragmentaria, sí, pero coherente, que refleja el propio proceso de reconstruirse tras una ruptura vital, pero, cabe preguntarse entonces: ¿quién o qué esta llamado y exigido de ser reconstruido? Un país: Venezuela y la sociedad que lo integra y define. Reto que caracteriza a un ser colectivo que jamás será lo que fue y al que se le quebró su evolución regular. Todo ratificado por el hecho absoluto de tener un tercio de la población regada por el mundo, más de 9 millones de nosotros integrando una neo-realidad orgánica y abismal que nos reconfigura dentro y fuera de la Casa Grande: la diáspora. Negada por el régimen, ignorada por la oposición.
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De los grandes retos asumidos en la obra está el haber evitado el sentimentalismo. Sí, el libro está saturado de emociones intensas y profundas, hasta cierto punto inevitables; mas no se imponen al lector, se ofrecen con la profundidad de una pluma responsable. La autora no reclama del lector compasión, sino escucha. De allí la base dialógica aludida: esperanza – nostalgia. Y en esa escucha se descubren los ecos propios del alma, lejanos o cercanos dependiendo de la distancia real de cada quien frente al espejo que refleja su realidad. Porque el desarraigo —nos recuerda Corrales—habita también en imaginarios que ya no nos representan, en la ciudad que ha dejado de ser nuestra, en el cuerpo que resiente el paso del tiempo y la pérdida de sentido.
En este momento histórico las migraciones, los exilios y las fronteras son temas centrales que asombran y nos sorprenden como sociedad, que exigen un debate público y cultural, pues estamos en el centro de un inédito proceso de reconfiguración como nación; sí, en este momento Desarraigos se distingue y destaca por su mirada íntima, realista y poética. No intenta explicar ni teorizar: expone, con una voz clara y honesta, lo que significa vivir entre mundos, entre lenguas, entre pertenencias rotas.
Este libro no solo interpela al lector desde lo emotivo, sino que le ofrece una posibilidad de relectura del presente: entender el desarraigo no solo como dolor, sino como potencia transformadora y oportunidad. María Elena Corrales convierte la experiencia de la pérdida, en una forma de conocimiento y en ese gesto encuentra belleza, resistencia y sentido y, sin duda, esperanza.
Desarraigos es, en definitiva, una obra que se instala en la memoria del lector con suavidad y firmeza. Una invitación a detenerse, a mirar hacia dentro y a aceptar que, incluso desde la fractura, puede surgir una nueva forma de pertenencia, de esperanza que acompañe la nostalgia de lo definitivamente perdido.
Alejandro Oropeza G. es Doctor Académico del Center for Democracy and Citizenship Studies – CEDES. Miami-USA. CEO del Observatorio de la Diáspora Venezolana – ODV. Madrid-España/Miami-USA.
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