Desde la ausencia: Hablan las familias de los caídos en 100 días de protestas
Autor: Miguel Teixeira
El 1 de abril tuvo lugar la primera marcha convocada por la Mesa de la Unidad Democrática que tenía la intención de llegar a la sede de la Defensoría del Pueblo. Era imposible adivinar lo que en 2 mil cuatrocientas horas sería el país, y lo que las protestas significarían para 89 familias venezolanas.
Balas, bombas lacrimógenas, metras y arrollamientos han sido las principales causas de los fallecimientos de estos 89 venezolanos. En 100 días de protestas, la represión no ha conocido límite y los destrozos que ha causado van más allá de la vida de los caídos, rompiendo familias, incendiando los sueños y sepultando el futuro de un país que aún no se ha cansado de salir a la calle.
Ya decía Andrés Eloy Blanco que al tener un hijo se tiene todos los hijos de la tierra. Así los recuerdan los padres, porque ya cuando un hijo grita y sangra, no se sabe ya de quién es el ¡ay! ni de quién es la sangre.
Era un soñador
Así lo recuerdan Elvira Llovera, su madre, y José Pernalete, su padre, entre sollozos y un dolor al que nadie ha podido colocar nombre.
Juan Pablo Pernalete fue asesinado el 26 de abril del 2017, luego de 25 días del inicio de las manifestaciones. La causa de su muerte ha sido un tema de revuelo nacional en que incluso se ha visto inmiscuida la Fiscal General Luisa Ortega Díaz.
Según las declaraciones de esta funcionaria, el joven basquetbolista de 20 años de edad murió por el impacto de una bomba lacrimógena, aunque el ministro de Comunicación Ernesto Villegas sostiene que Pernalete fue asesinado con una pistola de perno cautiva.
Sus padres recuerdan aquel miércoles vivamente. La escasez de medicinas en el país hizo que pasaran todo el día buscando las medicinas para la tensión de José, el padre. Como muchos otros días, se fueron a su casa sin conseguir el medicamento.
El mayor miedo era pensar en que se llevaran a su hijo detenido durante las protestas, comenta su madre, “Porque no sabe uno lo que le hacen, como le quiebran el espíritu, como los torturan”.
Luego de recibir la llamada que anunciaba el traslado de Pernalete a un centro de salud, sus padres se encontraron con una realidad más aplastante de lo que habían concebido. “Él era muy humano, alegre, optimista. Era un soñador porque quería cambiar aún sin conocer otro sistema. Él decía que aquí se podían cambiar las cosas porque él no podía ver que los niños comieran de la basura”.
Si te mueres, nos morimos nosotros también
Ya con antelación sus padres le habrían advertido a Juan Pablo los peligros de asistir a las marchas con regularidad, pero nunca lo lograron persuadir. “Yo tenía miedo de dejarlo ir, pero él me convencía con las palabras de querer un mejor país”, explica Elvira, su madre.
José Pernalete también recuerda los consejos que le daba, cuando le decía que corriera al ver “a la gente mala”, “huye tú, que eres atleta, no te enfrentes a ellos”, le decía. Su respuesta era siempre la misma, “no te preocupes, no me va a pasar nada”.
Sus padres comentan con un orgullo, empañado por la ausencia de su hijo, los planes que se habrían edificado a raíz del éxito de Juan Pablo. Una beca por jugar baloncesto había abierto las puertas para poder estudiar en la Universidad Metropolitana y el horizonte estaba lleno de colores para su hijo. “Teníamos planeado vender la casa para que luego de que se graduara de la universidad, él pudiera tener un negocio”.
De: Efecto Cocuyo
No tenemos nada, pero seguimos luchando
Para José Pernalete y Elvira Llovera, lo único que los mantiene de pie es el deseo de encontrar la justicia merecida para su hijo y el pensamiento de vivir en base a los ideales por los cuales Juan Pablo perdió su vida.
“Nosotros no tenemos nada, no hay alegría, ni paz, no sabemos qué es el día ni la noche. Se nos fue la vida con ese muchacho”, explica al borde de las lágrimas su padre quien, como en los versos de Benedetti, cierra los ojos para encontrarse con una soledad desolada.
Para ellos, la justicia de Juan Pablo sería el inicio para que todos aquellos que siguieron a su hijo la encuentren. “Cada uno ha seguido luchando desde su trinchera porque yo sé que cada padre está luchando y nosotros, entre nuestro gran dolor, seguiremos luchando por la justicia de Juan Pablo para que se dé el cambio por el que él murió” asegura su madre.
El gran lanzador
Miguel Castillo, de 27 años, fue asesinado el pasado 10 de mayo por un arma de fuego. Sus familiares, al pensar en él, rescatan adjetivos como explosivo, sincero o espontáneo, una persona que “quería vivir como él pensaba que era vivir la vida”.
Su tío Miguel Bracho cuenta que oyó la noticia durante un almuerzo con su hermana. Todo a tan solo un día de haber llegado al país de un viaje; las protestas y el aumento progresivo de la represión habían suscitado ya miedo en los corazones de la familia.
Bracho recuerda con dolor un 31 de diciembre, en el que, durante la cena familiar, Miguel aseguró que “si yo tengo que morir por Venezuela yo muero”. Su tío rescata “así fueron sus palabras y así pasó”.
Entre el sinfín de marchas a las que atendió Miguel, cuenta el hermano de su madre que ya se había ganado un nombre entre los manifestantes. “El gran lanzador”, asegura que le decían.
“Le decían que tenía un brazalete y lo que zumbaba le llegaba a donde estaban los tipos”, rememora para luego decir, como si se tratara de una lumbrera pasajera, “yo creo que es un héroe nacional”.
Video de Caraota Digital
Dolor palpitante
Sus familiares concuerdan que la razón para luchar de Miguel Castillo eran sus fuertes convicciones. El joven veía las protestas como un trabajo en el que buscaba crear una Venezuela libre, llena de las oportunidades que él nunca tuvo.
El vacío de Castillo en su familia se nota cada vez más. Su madre y hermana ven como su casa va quedando grande. La incredulidad por la tragedia ha hecho nido en su hogar.
El dolor, tan grande como se puede imaginar, ha pasado factura en cada familiar. Bracho trae a colación el caso de la tía, también madrina del joven, que durante el entierro sufrió un paro cardiaco por el cual estuvo 7 días en terapia intensiva en el Urológico San Román. Sin embargo, asegura que la familia sigue unida, a pesar de que los males parecen haberse cernido sobre ellos.
La muerte se había anunciado
Su tío asegura que muchos intentaban disuadir a Miguel de asistir a las marchas, pero él, resteado por las injusticias del país y explosivo como lo describen, nunca tomó aquel “no” como respuesta.
Una semana antes de que fuera asesinado, Miguel habría estado presente en el momento en que el joven Armando Cañizales, violinista del Sistema de Orquestas de Venezuela, fue asesinado por lo que dejó de asistir una semana a las protestas.
Apartando lo asustado que podría estar y con la idea de que la muerte había estado cerca de él, aseguró que volvería para mantenerse honesto a sus ideales de ver una Venezuela distinta.
La petición de su familia, asegura Bracho, no reside en la rabia ni el odio, sino en la búsqueda de que no quede impune ninguna de las muertes que han tenido lugar en estos 100 días de protesta.
Yo soy libertador
De 17 años, el fallecimiento de Neomar Lander ha sido uno de los más emblemáticos durante estos 100 días de protestas. Inmortalizado por las cámaras de los periodistas, el joven que cayó el 8 de junio por el presunto impacto de una bomba lacrimógena quedó identificado por el mensaje que llevaba en el pecho “Yo soy libertador”.
“Vivía cada día de su vida como si fuera el último”, recuerda su madre Zugey Armas. El joven, que nunca subía solo a atender el llamado de la oposición para marchar, ignoraba las advertencias de Armas que se ensañaba diciendo que si seguía “con esa actitud retadora con los guardias” dejarían de subir.
Su respuesta, que el destino hizo lamentable, fue “la única manera de que deje de ir a las marchas es que me maten”.
Video de El Nacional
“No me ha dado tiempo de extrañarlo”
La vida para Zugey ha cambiado profundamente. Desde el sábado en que fue enterrado, ha tenido que subir cada día a Caracas para continuar los trámites luego de la difusión del caso, además de atender las incesantes llamadas de periodistas y personas interesadas que desean hablar con ella.
“No me han dejado extrañarlo, mi teléfono suena desde que me levanto hasta que me duermo”.
Todos los días la familia sube a la capital, permanecer en casa no es opción para ninguno. Las razones para acudir a las protestas van desde la rabia hasta la impotencia.
Las lágrimas y abrazos son lo que me mantiene de pie
Desde la muerte de su hijo, las marchas han transcurrido de una forma muy distinta. Antes se mantenía en segundo plano, sentada y negándose a participar activamente en “La Resistencia” pero ahora ha decidido dar un paso al frente ayudando a los jóvenes en la línea frontal.
“Hoy (jueves) es la primera vez que fui hacia Las Mercedes y estuve muy activa. Salí de ahí con muchas ganas de llorar”, rememora Armas.
Para la madre de Neomar, sus ganas de despertarse cada día vienen de la atención de las personas a su alrededor. “Veo personas que se me acercan llorando y me abrazan como si hubieran sido cercanos a Neomar y eso es lo que me mantiene en pie”.
A pesar de la aplastante realidad, atestigua que existen momentos en que su situación parece sacada de una terrible novela. “Es horrible, no parece real”.
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