Desencanto rojo, por Teodoro Petkoff
Más les habría valido dar las cifras de la votación. El efecto habría sido menos devastador que la desolada declaración de las señoras Davies y Faría informando que se trata de un secreto de Estado, que sólo Su Excelencia, Bolívar Reencarnado, puede develar. Fue la confesión de un fracaso estruendoso. De hecho, si ahora salen con algunos numeritos, nadie se los va a creer. El autogol ya está en el score. Sobre siete millones de supuestos inscritos, fueron llamados a votar un poco más de dos (primer reconocimiento de la coba) y de estos, según fuentes oficiosas, confirmadas por el secretismo de Vanessa y Jackie, no habrían votado más de 800 mil.
Sencillamente catastrófico. La «revolución» ya tiene la cara de lo que realmente es: un pésimo gobierno, incompetente y corrupto, que ya no entusiasma ni a los que portan el carnet de un partido que nació viejo. Desencanto es el nombre del juego.
Es la traducción en el seno del PSUV de lo que está pasando en la sociedad misma. Tal parece que las encuestas de este año están registrando con precisión lo que ocurre en la opinión pública en general, y, en particular, lo que acontece en medios populares.
Estos, que depositaron su confianza en Chacumbele, ahora, agobiados por la horrenda matazón en los barrios, por los apagones, por la comida cada vez más cara, por el caos de hospitales, ambulatorios y Barrio Adentro, comienzan a descubrir la magnitud de la estafa de que han sido víctimas durante ya casi once años. El discurso del Hiperlíder, repetitivo y cansón en forma y fondo, suena como un barril vacío, rodando por calles llenas de huecos: puro ruido, muy poca sustancia.
La causal de divorcio está en pleno proceso de configuración. La separación, como suele serlo en las parejas, avanza contradictoriamente; con momentos de pleito, seguidos de efímeras «reconciliaciones», pero rumbo hacia la crisis definitiva, que usualmente suele estar asociada a la aparición del otro o la otra.
He aquí el rol que se espera de la oposición; la capacidad de presentarse como la alternativa atractiva frente al caudillo, visto cada vez más «fané y descangallado», como dice el viejo tango.
Lo primero que deberían debatir en ese Congreso Extraordinario del PSUV es la concepción misma del partido.
Hoy éste no es sino una copia del modelo de partido leninista, de funcionamiento vertical, pero sólo de arriba hacia abajo; con el poder interno concentrado en el cogollo en este caso unipersonal, en aberrante admisión del peso del caudillo, cuyo «democrático» dedo tiene reservado (por él mismo) el derecho a designar el 20% de los delegados, que serán, obviamente, los que impondrán sobre el colectivo, también «democráticamente», lo que el caudillo ha masticado previamente. Ese modelo de partido, antidemocrático en esencia, constituye un anacronismo, una supervivencia residual de las supuestas revoluciones del siglo XX. En el caso del PSUV ni siquiera existe un cogollo donde se debaten políticas y líneas de acción. Chávez decide por sí y ante sí, en grotesca caricatura del llamado «centralismo democrático» de los ya casi desaparecidos partidos comunistas. Todo está en sus manos, hasta el arcano del número de votantes.