Desencuentros, por Aglaya Kinzbruner

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La joven señora venía de lejos. Había tomado el tren en Milán y luego de varios cambios llegó a Mannheim. El mismo Mannheim que acaba de sufrir un aparatoso accidente vehicular que se ha vuelto frecuente en Alemania. Un carro embiste una multitud que pasea alegremente en mercadillos haciendo sus compras, hubo también uno en Munich y otro en Magdeburgo. Siempre son extranjeros mal adaptados. No debe ser fácil adaptarse a la sociedad alemana. O no debe ser fácil para algunos en especial.
Pero volviendo a la joven señora que ocultaba su flamante cabellera roja bajo un pañuelo anudado al cuello en las postrimerías de la segunda guerra mundial, llegada a la aduana le preguntaron para qué venía a Alemania, pregunta muy fundada si se piensa que Alemania era un país en aquel entonces casi destruido y bastante caótico. «Tourismus» dijo ella escueta. No podía decir la verdad, venía a buscar el cuadro de su madre que era lo único que quedaba de su gran fortuna, casa, fábrica, banco y demás bienes. Y pensar que su familia había financiado parcialmente la antigua Städtische Kunsthalle, hoy hay una más grande y hermosa, un comedor gratis para los pobres y una casa para la rehabilitación de jóvenes con problemas que ¡funciona todavía!
El guardia no sabía qué decir. –Ach so, – murmuró ante la evidente mentira, – pase adelante –. «¡Otra loca por la guerra!» pensó. Resulta que nuestra heroína no podía decir a qué venía que era a llevarse el cuadro de su madre porque ese cuadro, un retrato algo oscuro pintado con óleos que quizás tenían cierto contenido de alquitrán, fue pintado por un retratista llamado Otto Propheter y que ese nombre estaba en una lista de pintores cuyos cuadros no se podían sacar de Alemania. Hoy en día nadie se acuerda de él, sic transit gloria mundi, pero en aquella época, estamos hablando de finales del 1945, se valoraba porque Alemania estaba tratando de reparar su identidad y maltrecho orgullo.
La joven caminó por caminos que conocía sin reconocerlos. Aquí y allá había avisos de tal o cual librería o pastelería a las cuales había que llegar bajando unas escaleras. Arriba parecía todo desierto como los médanos de Coro. Llegó sin aliento a casa de su cuñada. Se abrazaron. Gerda la interpeló: «Aquí te tengo todo, el cuadro ya desmarcado, el marco y alguien de fiar que te va a llevar de vuelta. La joven agarró el marco español grande y pesado adornado con flores doradas y lo mandó con una empresa de mudanzas a su destino por separado. Enrolló el cuadro y lo puso en un portaplano plegable mandado a hacer para ese fin. Se despidió cálidamente y se fue envuelta en cierto no-se-qué de nostalgia. Una vez ya en su aposento, le dijo al cuadro: «Mamá te dije que te iba a traer a casa». Parecía que la señora del cuadro estuviese sonriendo.
A veces las cosas, por difíciles que parezcan salen bien, a veces salen mal aunque esto también es debatible. Hay que poner en relieve la gaffe del periodista Brian Glenn en la famosa reunión fallida del viernes 28 pasado, quién insinuó que Zelenski estaba «mal vestido». En vez de comentar sobre la reunión que ya lo hicieron personas mucho más versadas en política internacional que nosotros, diremos que ese periodista mala vibra es un roba energía porque de eso sabemos algo y que los trolls entraron a la reunión y empezaron a hacer desastres. Hay que enfatizar que nunca nunca y nos perdonan la hipérbole, se hace este tipo de comentario personal dentro de un contexto político o social. Los trolls hasta alcanzaron a JD Vance que contaba con solo 6 semanas en su trabajo. Cuando se fue el fin de semana a esquiar a Vermont se encontró con pancartas que decían: «¡Vete a esquiar a Rusia!»
Un posible escenario final es el siguiente. Europa se encargará de Ucrania hasta donde pueda y los Estados Unidos de América Latina, su back yard natural, siendo los referentes de América Latina, Javier Milei, Nayib Bukele y María Corina Machado. En un delicado juego de prestidigitación, Trump tiene razón hasta cuando no la tiene.
¡Ojalá que así como Alemania surgió de las cenizas, Ucrania y América Latina puedan hacer lo mismo!
Aglaya Kinzbruner es narradora y cronista venezolana.
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