Desestabilidad y violencia se globalizan, por Marta de la Vega
Joseph Stiglitz, en “El fin del neoliberalismo y el renacimiento de la historia”, publicado en Project syndicate el 4 de noviembre de 2019, alude al texto ¿El fin de la historia? de F. Fukuyama como una respuesta ingenua o anticuada al haber supuesto que el derrumbe del comunismo eliminaría el último obstáculo para la expansión de la democracia liberal y la economía de mercado. En verdad, el nuevo paradigma, el neo-liberalismo, hoy en repliegue, no ha hecho más que debilitar la democracia durante el lapso de su apogeo, casi 40 años, en un contexto geopolítico en el que mucho más de la mitad de la población mundial se encuentra en países dominados por autócratas y demagogos.
El malestar de la globalización, para Stiglitz, radica en la total desregularización de los mercados, en la liberalización sin freno de los mercados de capitales, que ha incapacitado a ciudadanos de sociedades enteras para controlar su propio destino y al Estado le ha imposibilitado una protección social adecuada, asegurar salarios dignos u organizar sistemas financieros regulados. La consigna, proteger la competitividad o evitar la destrucción de empleos, porque estimulan el crecimiento económico, ha sacrificado la felicidad de los individuos, cada vez más desamparados por la mayor reducción de programas públicos, por menos políticas de bienestar social y con salarios más bajos.
Este es sin duda uno de los factores detonantes de las turbulencias políticas, la agitación y las explosiones sociales en diversos países, no solo en América Latina, sino en Irak, en Irán, en Honkong, que ilustran el reclamo impotente, la frustración y la rabia desatadas contra la concentración de poder económico en manos de unos pocos, en la cima de las pirámides sociales y un sistema político corrompido por el dinero, que ha hecho posible esta crisis de desconfianza en las élites y de repudio a los partidos.
Un nuevo oscurantismo parece extenderse por muchos territorios, como el nihilismo planetario del que habló Nietzsche, movido por el resentimiento, la venganza social y la envidia como asideros, e inspirado en los sueños del socialismo radical stalinista o de su versión tropical totalitaria con los hermanos Castro y sus acólitos en Cuba como mentores y estrategas. Estos buscan imponer su férula sanguinaria para preservar la dominación en una economía parasitaria, sin que la gente importe, ni sus martirios.
Paradójicamente resurgen las utopías de visiones monolíticas contra las sociedades abiertas, el dogmatismo contra la diversidad de perspectivas, la intolerancia contra el pluralismo de opinión o los múltiples proyectos existenciales de diferentes sectores, el sometimiento contra la libertad, el personalismo y la autocracia dictatoriales contra las libertades civiles, la protección de los derechos humanos y la democracia. La igual dignidad de las personas y el respeto mutuo parecen ser borrados por el afán de imponer una sola visión comp00rensiva de la realidad, que es inevitablemente excluyente y sectaria.
Para Stiglitz, la única oportunidad de rescatar la civilización y la vida humana de amenazas globales que incluyen también el cambio climático, es un renacimiento de la historia. Volver a los ideales de la Ilustración y comprometernos con “honrar sus valores de libertad, respeto al conocimiento y la democracia”, como concluye su texto. Esto significa que es preciso recuperar sentimientos o emociones de amor y altruismo para construir consensos en lugar de rabia, impotencia y rencor como motores de cambio social. Significa retomar valores que se han degradado o disipado; el hedonismo y el culto por el artefacto han reemplazado el horizonte de la trascendencia y la interioridad.
Significa también que, en palabras del Secretario General de la OEA, Luis Almagro, no hay duda de que “la irradiación de desestabilización por parte de Venezuela, es muy clara”, con la farsa siniestra del socialismo del siglo XXI, con patrones de violencia organizados, muy sistemáticos y eficientes, que hemos presenciado en Chile, Ecuador, Bolivia y desde hace una semana, en Colombia. El objetivo es acabar con las democracias y con la lucha de los gobiernos por profundizarla y consolidar sus instituciones.