Desinformación y censura, dos grandes telarañas, por Pablo Quintero M.

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No hay en este momento, al menos en la región y en Latinoamérica, un terreno político más complicado para hacer una campaña electoral que el venezolano. No solo por el conocido comportamiento del gobierno sino por la eterna incertidumbre y la cantidad de variables que están en el entorno, así como también el deterioro progresivo de la confianza ciudadana sobre los partidos políticos en los últimos años.
Describirlo en su totalidad nos llevaría horas de redacción, pero podemos brevemente caracterizarlo en un inmenso océano de profunda hostilidad e incertidumbre en la que el agotamiento mental disminuye la capacidad estratégica de los actores en construir escenarios, caminos y mejores alternativas.
Desafortunadamente, no hay una receta que lleve a la oposición al poder por la vía electoral y le garantice su permanencia sin ningún estorbo, teniendo en cuenta la conflictividad permanente y los problemas institucionales que existen, por lo que participar e hipotéticamente ganar una elección, sigue siendo insuficiente al momento de construir las bases para un proceso de reinstitucionalización y transición política.
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Cuando pensamos en el futuro y en lo que será una elección para el 2024, debemos afirmar que las condiciones iniciales, representan una gran desventaja para la oposición en cuanto al ecosistema mediático y el acceso a la información. El país de hoy está más desconectado y el aire muy contaminado. No podemos ignorar el impacto negativo que ha tenido la censura a lo largo de este tiempo, así como la construcción por diseño de estrategias de desinformación que poco a poco han ido adquiriendo una mayor optimización tecnológica.
El oficialismo se ha modernizado, hoy utiliza Inteligencia Artificial, han entendido el poder de las narrativas dentro de las pantallas y la necesidad de acercarse a los grandes consumidores de contenido.
La gente está procesando las noticias políticas de otra manera, con desinterés y desgano. Hoy las redacciones se entienden muy poco, no emocionan, no van más allá de un titular. El venezolano se ha visto afectado por el bombardeo de información política contradictoria durante los últimos años y esto ha cambiado el comportamiento de la gente frente a las coyunturas políticas. Se le suministró muchísima información a la gente y no se dieron suficientes explicaciones. Estamos en presencia de un entaponamiento cognitivo.
La oposición dejó de explicar las cosas, se alejó del argumento, de la pedagogía política, de la persuasión. Se refugió en la producción de material político sin entender la frecuencia emocional y el estado mental de sus propios seguidores y capital electoral. Los opositores se perciben lejos, discordantes, sin consonancia armónica con lo que el país requiere y lo que la gente espera. Están enfocados en ver el país desde su propio sesgo de confirmación.
Para que la oposición pueda avanzar de su letargo estratégico es necesario que exista una profunda autocrítica, una tregua de los egos. Es importante escuchar voces fuera de la burbuja para darle una mejor dirección a los próximos desafíos electorales que se presenten en el país.
La gente espera de la oposición un cuerpo político con mayores capacidades y menores debilidades, que sea capaz de trabajar sobre la base de una estrategia que contemple la innovación integral de sus comunicaciones y que sea consciente del impacto negativo de la desinformación.
Una campaña electoral en Venezuela necesita de altas dosis de realidad y pragmatismo. Mentes abiertas para entender que con un terreno violento y muy desinformado cualquier esfuerzo comunicativo se diluye, se pierde. En un país con medios de comunicación tradicionales censurados, vigilados y unas redes sociales altamente infectadas por bulos y noticias falsas, los políticos deberán instrumentalizar nuevas y modernas formas de comunicación para los diferentes públicos del país, tanto para los hiperinformados como para los que todavía utilizan mensajes de texto.
Pablo Quintero es politólogo, investigador, consultor político, asesor de comunicación y campañas electorales. Socio director de LOG Consultancy.
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