Despertando la voz de los demócratas, por Fabián Echegaray
Twitter:@Latinoamerica21
Señal de los tiempos, vivimos un aluvión de debates y publicaciones sobre la crisis de la democracia. Pero, más allá del modismo editorial, persisten las lecciones de estudiosos clásicos del quiebre institucional y el advenimiento del autoritarismo propio de los años 1970 y 1980, previo a la llamada tercera ola democrática.
Entre sus figuras más destacadas sobresale el profesor español Juan Linz, quien fuera catedrático de la Universidad de Yale, para quien el fracaso de los regímenes liberales, pluralistas y representativos siempre se explicó mejor por el silencio de los demócratas que por el ruido de los autoritarios.
Ese aprendizaje parece explicar fenómenos como las movilizaciones del pasado 11 de agosto en Brasil en torno de la llamada «Carta en Defensa del Estado Democrático de Derecho Siempre!», auspiciada y promovida por una constelación tan amplia cuanto impensada de actores sociales, personalidades y celebridades cubriendo todo el arco ideológico. Desde expresidentes como Fernando Henrique Cardoso y Lula, antiguos y duraderos rivales en elecciones, hasta agentes tan contrapuestos como las centrales sindicales y las confederaciones empresariales.
De igual forma, se sumaron individuos y colectivos de los mundos académicos, artísticos y deportivos, movimientos sociales y asociaciones profesionales diversas. En común, su adhesión a una iniciativa de bajo perfil lanzada por autoridades y alumnos de abogacía de la octogenaria Universidad de São Paulo, convirtiéndola en un fenómeno de masas.
En pocos días, un documento pensado para congregar posiciones internas en el ámbito universitario proyectado para no más de 300 personas se transformó en el catalizador de un consenso a favor de la institucionalidad por parte de cerca de un millón de brasileños que firmaron, dejando en claro la inaceptabilidad de los devaneos autoritarios enunciados por el Ejecutivo en torno de denunciar como fraude y rechazar eventuales resultados adversos para el oficialismo en las próximas elecciones presidenciales de octubre de este año.
Esa capacidad de generar una convocatoria de tono moderado pero claro, enfocada en valorizar las instituciones representativas y pluralistas y los fundamentos republicanos del orden público (más que en políticas u objetivos partidarios), congregando izquierda, centro y derecha, muestra cómo se defiende la democracia en la sociedad más populosa de la región.
Y lo hace priorizando un abordaje que suma voluntades centrípetamente, alrededor de consensos tan ponderados como esenciales, en lugar de ambicionar apoyo para una posición potencialmente conflictiva y disgregadora de posibles acuerdos.
Quizá sea ese uno de los secretos mejor guardados de la mayormente exitosa democracia brasileña. A pesar del sospechoso impeachment de la expresidente Dilma Rousseff, del cuestionable encarcelamiento del expresidente Lula, de los excesos reguladores y de prácticas corruptas del PT en el gobierno y de la elección de un exmilitar mediocre y defensor de la tortura y dictadura, Jair Bolsonaro, como presidente de la nación, el Brasil se ha mantenido delante de la inmensa mayoría de países latinoamericanos en materia de calidad institucional y progreso democrático.
Según el ranking de democracia de The Economist, el país inició el nuevo siglo en cuarto lugar (sobre un total de 20 países) con un índice de 6.48 en el año 2000. En 2022, aún con las amenazas presidenciales contra el poder judicial y los resultados electorales, los asesinatos de militantes sociales y ambientalistas, la retórica pro-violencia fustigada desde la cabeza del Ejecutivo, la militarización creciente del Estado y las expresiones represivas por parte de la maquinaria pública, el Brasil mejoró su guarismo llegando a un índice de 7.18, quedando atrás de tan sólo Uruguay, Costa Rica, Chile y Panamá en calidad de su democracia.
Con ciudadanos de a pie en las calles pero también con sus élites que se la juegan públicamente en contra de los desvíos autocráticos y sectarios y contrarrestan un discurso de demonización del otro, el pasivo silencio de los demócratas que tantas veces pavimentó el camino hacia el abuso del poder y la entronización autoritaria es reemplazada por la articulación consensuada, efectiva y disuasiva de los partidarios del estado de derecho. Con ello, aumentan los costos del aventurerismo populista y autocrático, revelando cómo neutralizar con éxito las típicas tentaciones tiránicas de los liderazgos de nuestra región.
Fabián Echegaray es Cientista político. Director de Market Analysis, consultora de opinión pública con sede en Brasil. Doctor en Ciencia Política por la Univ. of Connecticut. Coautor de Sustainable Lifestyles after Covid. Routledge Focus, 2021.
www.latinoamerica21.com, un medio plural comprometido con la divulgación de opinión crítica e información veraz sobre América Latina. Síguenos en @Latinoamerica21
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo